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Temí perder una parte de mi pasado.
Creo que me aferro a la nostalgia, a pequeños objetos que me recuerdan lo que fui, como si mi memoria amenazase con colapsarse.
El otro día, la persona que más quiero se acordó de mis chapas. Yo las había olvidado y esa noche, de madrugada, las busqué.
Lo reconozco: sí, fui uno de esos chavales que iban con pins de las cosas que le molaban, que pensaba que las tribus urbanas eran algo más que lo que realmente eran: ricachones que adoptan la forma de ser de un grupo, sacrificando su personalidad, para no sentirse solos.
Me alegré mucho cuando encontré las chapas. Estaban las primeras: “El club de la lucha”, “Los Rolling Stones”, Amy Lee, una de Jack Skelleton, otra de una tienda de ropa heavy que cerraron poco después. Luego, llegó las demás: smiley de Watchmen, Rorschach, Jack Skelleton, una de la lucha contra la Violencia de género (que resulta que era de otra cosa). Cada una, una historia, una parte de mí, de mi pasado.
Hay un montón más de Pesadilla antes de Navidad, nunca me las llegué a poner. Hubo un momento en que decidí dejar los pins y muñequeras de Jack Skelleton, cuadros negros y blancos y Los Rolling.
Hay un momento en que decidí huir de lo que quería aparentar ser y acepté lo que era. Me guardé lo que me gustaba para mí.
Aún así, dentro de dos fundas para Discman, encontré todas esas chapitas olvidadas entre calzoncillos y estuches de gafas, junto a una Game Boy. Y sonreí como aquel chaval perdido que fui
El pasado me recuerda lo que soy. ¿Quién sabe lo que seré? Seguramente, alguien que guarda pins.
Nostalgia, eres un zorra que te haces querer.