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Imagen de dominio público. |
Un asesino con
fobia a los payasos. Es menos gracioso de lo que parece a simple vista.
Los
payasos con sus rostros pintados, sus enormes sonrisas, sus diferentes tipos
como arlequines, su extraño arte de la risa, su propia mitología. Creados para
hacer reír a los demás, ¿por qué había muchos que los temían?
Sin
duda, aquel asesino era el que más miedo sentía hacia ellos. Un día, se topó
con uno al que mató a cuchillazos, pero que no paraba de reír y le dijo:
—Oh,
sabrás algún día por qué me rio.
Y
el psicópata guardó su cabeza. No, la suya no (esa siempre la tenía guardada),
sino la del cadáver.
Contempló
cómo se pudría a lo largo de los meses…
Cuando
descubrió la calavera, supo que no había
nada, ningún motivo de risa.
Salvo
que en aquellas semanas, él, el criminal, se había quedado ensimismado. No había
comido nada, había dormido más bien poco y el infarto que le vino se antojó
inminentemente.
La
peste de la cabeza podrida estuvo a punto de matarle.
Consiguió
salir de su casa y fue atendido por un médico que paseaba por la calle. ¡Milagro!
Lo
que pasó es que aquel hombre reía como loco, igual que todos los que lo
rodeaban: ¡era Carnaval y estaba lleno de payasos!
El
hombre con el corazón perdido se partió de risa y renunció a la cordura.
Al
final, todos eran iguales y reían de lo inminente de la muerte. Era la gran
broma, el motivo de todo.
Terminó
su número cómico hundiendo su cabeza en una tarta.