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Imagen de dominio público. |
Su melena rubia desvaída serpenteaba por su rostro blanquecino. Una sonrisa solemne adornaba su rostro. Mientras que, sus ojos entrecerrados clavaban sus pupilas magenta en los tuyos.
Te sentías el ser más afortunado del mundo.
¿Quién podía imaginárselo?
Yo no.
Es que esa dama, curiosamente, no existía.
¿Cómo iba a existir más allá de la cruel hermosura encantadora de los viejos cuentos de hadas? ¿Cómo?
Por desgracia, no lo sé.