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Imagen de dominio público. |
Cada noche miraba al cielo y, cada cierto tiempo, se indignaba, alzando un puño. Si algo le habían enseñado sus padres, abuelos y los maestros en la escuela es que debía ser sincera, mantener posiciones bien racionadas y no cambiar de la noche a la mañana.
Pero no era así para todos. Había gente que era falsa, hipócrita, mentirosa. Por culpa de ellos, la humanidad estaba como estaba. No se podía contar con ellos para absolutamente nada que no fuera traicionarse. Por eso, la niña decidió dar un ejemplo a la humanidad y cambiarlo. Para ello, cogió el rifle de papá.
Era de noche cuando alzó el arma y empezó a disparar sin parar. Su risa se volvió, segundo tras segundo, cada vez más y más, la de una lunática, pero ella se sentía bien: porque siempre lo había sido y siempre lo sería, ¡no pensaba cambiar, pasase lo que pasase!
Finalmente, miró a la víctima. No había muerto, pero la niña estaba feliz, básicamente, porque no había cambiado de: “viva a muerta” y seguía en el mismo estado. La cría esperaría un par de días más para saber si había aprendido y no cambiaría nunca más. Ese era su consuelo. Se fue a dormir feliz.
La pobre y cambiante luna llena respondió escupiendo luz a borbotones.
20-03-2011