Crítica de El Pingüino (miniserie): Yo creo en Gotham City

Después de ver la estupenda The Batman, pensé inmediatamente que, vistos los vaivenes de DC en el cine, no tendríamos una secuela dirigida por Matt Reeves. Ya en su momento, costó que el director aceptase dirigir la primera parte (pidiendo completa libertad creativa fuera de universos superheroicos). Y ahora, años después del estreno, los constantes retrasos y los problemas personales de su director parecen una constante para el proyecto de su saga criminal de Batman. Sin embargo, por el camino, tuvimos la suerte de contar con la miniserie de El Pingüino.

«Yo creo en Gotham City»

Con la frase que da título al anterior epígrafe se abría la primera viñeta de Batman: El Largo Halloween, en un claro homenaje al «Yo creo en América» de El Padrino. Y no es baladí que parte del espíritu de todo esto esté en El Pingüino, una miniserie sobre un perdedor dispuesto a luchar por alcanzar el poder (a cualquier precio).

En un par de episodios con el empaque de HBO (olvidemos lo de MAX, por favor), Reeves ejerce como productor de esta historia sobre Oz, el Pingüino, veterano villano de Batman que es reinventado para convertirlo en un mafioso digno del universo creado por la película The Batman. No tenemos al freak de Batman returns ni el camp del Batman de los '60 o Gotham, sino un Pingüino más cercano al visto en los cómics de Brian Azzarello. Y eso le sienta bien para lo que nos quiere contar.

Porque más allá de ser una serie sobre un villano de cómic, es la serie sobre un hombre dispuesto a hacer de todo para conseguir aquello que desea. Nacido como un chaval acomplejado, desde pequeño ha querido llegar a lo más alto, aunque para ello tenga que iniciar una guerra entre clanes mafiosos. Cansado de siempre haber sido una rata, no duda en convertirse en el nuevo capo de Gotham a base de un plan que no duda en cambiar cuando es necesario. Y es interesante cómo esta historia sobre un monstruo desborda carisma y podemos llegar a sentir cierta simpatía por el demonio, como cantaban los Rolling Stones.



Historia de dos monstruos

En parte, todo esto se consigue gracias al gran trabajo hecho por un irreconocible Colin Farrell. Más allá de algún instante en que el maquillaje no convence, es increíble el punto más fuerte de su caracterización: su propia interpretación (gestos, forma de hablar, voz, andares...). Farrell es un actor camaleónico que deberíamos reconocer mucho más y aquí logra que Oz nos caiga bien, pese a ser una criatura horrible, capaz de lo «mejor», pero sobre todo de lo peor.

Pero no sería justo no mencionar a Christin Miloti como la trágica Sofía Falcone, la hija de un mafioso dispuesta a tomar el control de las familias y llevar a cabo su propia venganza tras la muerte inesperada de su hermano. Hay más interpretación en una mirada de Miloti que en la mayoría de actrices actuales.

El resto del reparto está a la altura, al igual que los directores y unos guionistas que parecen haberse empapado de lo mejor de cómics como El Largo Halloween o Victoria Oscura, sin olvidar otras obras sobre la mafia, como Uno de los nuestros, Los Soprano o El Padrino (salvando, claro, las distancias). Y es que pese a que la serie se deshincha un poco en el tramo final, debemos decir que estamos seguramente ante una de las mejores basadas en un personaje de cómic de la última década.


Más allá de los fans

Por último, queda un mensaje sobre cómo un monstruo puede utilizar el populismo para alimentar su hegemonía. Oz dice ser uno más del pueblo y convence a este, desesperado y abandonado por las autoridades, para erigir su nuevo trono. Más allá del horror de estar a punto de perder a su madre o sentirse traicionado, al final es la historia sobre cómo los poderosos, al dejar de lado al resto de la sociedad, generan nuevos monstruos dispuestos a devorarlos.

En cuanto a los cambios realizados en la adaptación, considero que todos son aceptables (Sofía, por ejemplo, es una gigante físicamente, pero sí que va usando tacones cada vez más altos a la vez que se le va la pinza...), y que ayudan a crear cierta coherencia en el universo de The Batman, pese a que el personaje encarnado por Robert Pattinson no aparezca (físicamente). Imagino que estaba más ocupado en intentar traer algo de orden a Gotham tras los hechos de su película... o quizá haya otra explicación, más allá de los problemas de guion, rodaje, etc.

Si a todo esto sumamos una fotografía deudora de la película, una magnífica banda sonora (del hijo de Michael Giacchino, Mick, y a la que se añaden temas de bandas como The Cure o Sisters of Mercy) y una sensación de fatalidad, gloria y decadencia que enriquece toda la obra, Pingüino es una serie obligatoria, tanto para fans como para no aficionados al mundo del murciélago.

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