Lo que más me gusta son los monstruos: la obra maestra de Emil Ferris



Leí este cómic allá por 2018, cuando empecé a trabajar como profesor y pude tener dinero para leerme todos los tebeos que me apetecían. Desde entonces, esta reseña esperaba durmiendo el sueño de los justos en ese cajón que es la sección de borradores del blog. Hasta ahora. 

Puede que fuese por tiempo o porque la obra me resistió dolorosa, a la par que bella, pero Lo que más me gusta son los monstruos fue toda una grata sorpresa sobre la que decidí aguardar tanto tiempo que, incluso, se publicó la segunda parte tras todos los problemas de Emil Ferris con la editorial.

Los cómics que duelen

Pero centrándome en el título, pueden decirse tantas cosas de este cómic... que inevitablemente muchas quedarán a medio camino, pero quizá la más certera de todas sea esta: por favor, leedlo, porque estamos ante uno de esos rarísimos ejemplos en los que el cómic alcanza plenamente su potencial como medio narrativo, logrando conmover, impactar y transformar a quienes se atreven a recorrer sus páginas.

Lo que más me gusta son los monstruos es una obra maestra indiscutible para su autora. Emil Ferris consigue con su trabajo algo que muchos autores pasan décadas intentando alcanzar sin éxito: crear una historia que sea simultáneamente profunda, emotiva y absolutamente única. Un tebeo que solo funciona como tebeo y no como storyboard que vender para la plataforma de turno. En cada viñeta hay tanto cariño, tanta tristeza y tanta belleza que el lector acaba atrapado sin remedio, con la sensación de estar ante algo que no solo se lee, sino que se experimenta profundamente. A medio camino entre el cómic underground y una historia de crecimiento, Ferris narra su historia a través de los garabatos que su joven protagonista hace en sus cuadernos.


Aventuras y desventuras de una niña lobo

La protagonista, Karen Reyes, es una niña obsesionada con el género fantástico y los monstruos, pero Ferris no convierte esta fascinación en un simple elemento decorativo; por el contrario, transforma a Karen en una "niña lobo" que percibe la realidad a través de los ojos del monstruo, demostrando con enorme inteligencia cómo, en un mundo lleno de intolerancia, violencia y prejuicios, son precisamente estos monstruos los que terminan siendo más humanos que aquellos que se consideran a sí mismos normales.

Cuando su vecina, Anka Silverberg, es encontrada muerta en extrañas circunstancias, Karen decide investigar el misterio. A través de su aventura, la joven protagonista se sumerge en un viaje que explora desde los horrores históricos del nazismo hasta la discriminación social, revelando verdades profundas sobre la condición humana y el dolor escondido en las personas que la rodean.

Debemos confesarnos: muchos somos como Karen y, para sobrevivir, debemos inventarnos nuestra propia realidad, aunque suene como una paradoja... Y es ahí donde la familia de Karen, con su hermano a la cabeza, y los misterios del bloque de edificios donde viven cobran nueva importancia a la hora de crear un gran mundo de fantasía, demasiado real irónicamente, en su propio microcosmos.


Diarios de Karen

A través de un dibujo que rompe todos los moldes convencionales del cómic, Ferris recrea una atmósfera intensamente personal y única, casi como si estuviéramos ante el cuaderno de dibujo de la propia protagonista. Este estilo gráfico es tan detallado que logra transformar incluso la página más sencilla en una obra de arte que comunica muchísimo más que cualquier palabra escrita.

Por suerte, no solo se queda en eso: la obra más allá de su propia narrativa para reflejar con valentía temas complejos y profundamente estadounidenses como la identidad, la discriminación, la pérdida y la búsqueda constante de aceptación. Ferris hace que sus personajes vivan, respiren y sangren en cada página, hasta el punto en que la frontera entre realidad y ficción parece desvanecerse. Y todo ello sin temer precisamente resultar incómoda.

Pese a todas las buenas palabras que pueda dedicarle, considero que no es un cómic para todos los lectores y es más, debo confesar que fue una lectura que me dolió, no porque fuese horrible, sino porque resultaba dolorosa. Quizá porque nuestra realidad y nuestra propia vida lo son.

En resumen, Lo que más me gusta son los monstruos es una joya absoluta, una obra magistral que trasciende los límites tradicionales del cómic underground y que merece ser experimentada por todo aquel que se considere amante del arte y de la buena narrativa. A la espera de que saque de la estantería el segundo tomo (que temo que me duela tanto como este), estamos ante una de las grandes obras del Noveno Arte.

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