Star Wars: Andor o cómo la galaxia se hizo mayor

 

«I burn my life to make a sunrise that I know I’ll never see. And the ego that started this fight will never have a mirror, or an audience, or the light of gratitude. So what do I sacrifice? Everything!»-Luthen.

Andor es una gran serie. Y lo sería, aunque no perteneciese a la franquicia Star Wars.

En su primera temporada asistimos al nacimiento de la Alianza Rebelde cinco años antes de la Batalla de Yavin que presenciamos en Una nueva esperanza y lo hacemos a través de los personajes de a pie de una galaxia muy, muy lejana. Aquí no hay Jedi ni Sith… ni falta que le hace.

Para aquellos que hemos naufragado más de una vez en el Universo Expandido, sabemos que la mitología de George Lucas es lo suficientemente grande como para no quedarse en la familia Skywalker, pero para muchos ha resultado sorprendente. Y es que Andor ha llegado para eso: para sorprender.

El ritmo de la guerra

Y es que aprovechándose de los mimbres de Rogue One, Tony Gilroy, el salvador de aquella precuela que nos narraba cómo los rebeldes se hicieron con los planos de la Estrella de la Muerte, se ocupa de hacer que la galaxia sea más humana que nunca. Y le sienta fantásticamente.

Y es que, curiosamente, Andor es más del George Lucas de THX-1138 que del George Lucas más mítico de la propia saga. Y lo agradezco, pertenezco a un sector del fandom que puede disfrutar del viaje del héroe de The Mandalorian y las descacharrantes aventuras de El Libro de Boba Fett, pero echaba en falta una serie que se tomase su tiempo, desarrollase a los personajes y tuviera grandes diálogos.

Todo eso lo tiene Andor, que da un paso hacia la madurez del conflicto galáctico y lo hace con un ritmo sosegado (que no lento) y mediante un mensaje de rechazo al fascismo que es completamente extrapolable a nuestra actualidad, cuando los viejos enemigos parecen haber regresado con nuevas máscaras.

El futuro del mito

Si bien hay quejas del ritmo o la ausencia de alienígenas, robots o los típicos chistes más, Andor es un ejemplo de que se puede contar una buena historia dentro del Universo Star Wars sin verse encorsetada a los típicos dejes (o peor, a un canon). Y eso no es malo.

En la variedad está la gracia: el espectador puede seleccionar si quiere el Star Wars más aventurero o uno más reflexivo. No hay que cerrar puertas a la galaxia de Lucas y hacerla repetitiva, todavía se pueden plantear nuevas visiones y expandir así el mito. Es la clave para su supervivencia.

Si a todo ello se suma que Andor es la serie mejor dirigida, fotografiada e interpretada de las que hemos visto en Star Wars hasta el momento (con permiso de The Mandalorian, cuyo tono es muy distinto). Con Andor, vemos una serie que incluso podría funcionar con el espectador que adore la ciencia ficción o la distopía y que jamás se haya acercado a Star Wars al no confraternizar con la space opera. Ese es todo un logro.



La chispa de la rebelión

Andor se compone de doce capítulos divididos en arcos de tres capítulos salvo el último, que solo tiene dos. Esta rígida estructura ha sufrido las críticas de muchos fans, mientras que otros hemos gozado de cómo cocina a fuego lento las diferentes subtramas.

Porque sí, la serie se titula Andor y Diego Luna construye un personaje calculador que, tras rechazar varias veces el viaje del héroe, tiene que aceptarlo, pero, aparte del titular, tenemos también más personajes interesantes.

En Coruscant, vemos a Mon Mothma, más interesante que nunca, «esconde» las cuentas con las que desvía dinero para los rebeldes, a la vez que sus planes para no ser descubierta la llevan incluso a planear el matrimonio de conveniencia de su hija.

Antihéroes

A su vez, tenemos a Luthen, interpretado por un magistral Stellan Skarsgård, quien devora la pantalla cada vez que sale y crea uno de los personajes más interesantes de Star Wars. Si ya disfrutamos de él en joyas como Chernóbil o en Dune, en Andor vuelve a estar fantástico.

Y si es por intrigas, tenemos al Imperio, devorándose a sí mismo, y a otro personaje como Syril que busca el orden y a su contrapartida imperial, la maquiavélica Dedra, que anhela trepar dentro de un Imperio con sus propio juego de tronos.

Sin olvidar la trama del ataque en Aldhani, la historia de la prisión o el regreso a Ferrix (con la respuesta de los ciudadanos de a pie a la dictadura). No hay ni una subtrama aburrida o que me sobre, porque me está permitiendo ver un Star Wars que nunca había visto en la gran o pequeña pantalla; tal vez un Star Wars más adulto, quizá más complejo, pero lo que es seguro, es que magistral en muchos momentos y no deja de ser Star Wars.

Ver de nuevo una vieja galaxia

La fuerza visual de la dirección es asombrosa en Andor; cuando ya pensábamos que la franquicia estaba agotada, nos asombra con unas escenas con un pulso envidiable. Toda la escena del funeral del último episodio, con ese yunque que nos trae paralelismos con el primer episodio, es digno de la construcción de tensión de los grandes, como Coppola.

Y más allá de THX-1138, tenemos esas largas fiestas que nos recuerdan la tensión del thriller donde nada es lo que parece. Las revoluciones de Andor tienen el aroma del humo de El acorazado Potemkin, incluso. Es decir, buen cine.

El brutalismo de una galaxia apagada

La fotografía es más que destacable, creando diferentes homenajes, desde a Blade Runner hasta Metrópolis, pasando por aquellas que tratan sobre conflictos bélicos de guerrilla. Nunca se exagera, de ahí que los efectos especiales resulten acertadísimos y los entornos más amplios, tras limitar el uso del stagecraft (ojalá todo esto lo hubiésemos tenido también en Obi-Wan Kenobi).

También en la banda sonora de Nicholas Britell se innova, prefiriendo distorsionar una melodía que va cobrando nuevos significados a través de la serie, o recurriendo incluso a una batería descarnada digna del grunge. Siempre tendremos a John Williams o los Kinner, pero las aportaciones de Britell o Göransson hacen que la galaxia suene de un modo renovado.

Conclusiones de la primera temporada

Y más allá de las naves espaciales, la acción o los personajes torturados, lo importante es el mensaje de Andor. Trata sobre cómo se construyen las rebeliones y cómo nos enfrentamos a la tiranía. Lo hacen con sangre, con sufrimiento, con valor, con traiciones, con ideales. En una galaxia cada vez más gris, hay lecciones que resultan extrapolables a nuestra realidad.

Cuando el espectador entra en los arcos de tres episodios que componen la primera temporada, es casi inevitable no sentir emoción por un relato que nos plantea una serie de intrigas y revoluciones que humanizan una galaxia muy, muy lejana y nos recuerda que todavía se pueden contar grandes historias. Y es que Andor funciona como serie de Star Wars, pero también como serie a secas, siendo una estrella más del fascinante universo creado por George Lucas.


Andor: temporada 2

Uno siente cuando ve la segunda temporada de la serie Andor que no estamos solo ante el enésimo producto de la saga Star Wars, sino que nos encontramos ante una obra que, más allá del universo (o galaxia) en el que transcurre, es una de las creaciones más importantes de los últimos años, porque nos está advirtiendo de la realidad.

A menudo comento que de los períodos de crisis surgen grandes obras. Solo hay que ver cómo 1984 nació de un 1948 todavía marcado por la Segunda Guerra Mundial y el autoritarismo de la URSS. Del mismo modo, en los '80, Alan Moore y David Lloyd nos advertían de Margaret Thatcher y el auge del fascismo. Y en los últimos años, donde hemos vivido tantas tragedias, me preguntaba cuándo veríamos obras como Hijos de los hombres, y, por suerte, aquí tenemos Andor.



El precio de un nuevo amanecer

En su segunda temporada, la serie de Tony Gilroy, salvador de Rogue One gracias a los reshoots, decide dividir la serie en arcos de tres episodios que se acercan progresivamente a lo que vimos al comienzo de Star Wars: Rogue One. De este modo, ajusta mejor los tiempos que su predecesora y consigue plagar la serie de una sensación de desesperanza terrible. Todos sabemos cómo va a terminar Cassian Andor (como todos sabemos que algún día moriremos), pero sin embargo, todas las piezas siguen en movimiento y sentimos lo que les pasa a estos personajes de una galaxia muy, muy lejana como algo muy, muy real. El prólogo, por ejemplo, es un golpe contundente para el espectador.

A lo largo de sus episodios de casi una hora, podemos ver todo aquello que interesaba a Gilroy y no había podido exponer a lo largo de su carrera, tal y como ha citado en varias entrevistas. El guionista nos habla de la corrupción política, del fascismo, del precio de la rebelión, de la crueldad, de la libertad, de la mentira, del espionaje... Y todo ello dentro de un Universo Star Wars que, en la primera temporada, parecía más leve (aquí tenemos más alienígenas, más alusiones a las otras obras...). Y todo esto lo tenemos con un guion brillante, lleno de grandes momentos que, por un lado, nos plantea que no todo es en blanco y negro, y que el fascismo acaba devorándolo todo, incluso a los que se creen más fieles a él.

No puedo evitar reírme ahora de aquellos cantamañanas que se quejaban de la política en Star Wars. Precisamente, ese tema ha sido del que Andor se ha alimentado para llamarnos la atención sobre la realidad, sin acabar siendo panfletaria o simplista.

Los hijos de los hombres

A una dirección y un guion sobresalientes, se suma un reparto excelente, encabezado por el actor -y también productor- Diego Luna como Cassian Andor (el hombre capaz de sacrificarlo todo por su ideal) y el magistral Stellan Skarsgård como el terrorista y espía Luthen Rael, mentor de la Kleya de la genial Elizabeth Dulau (quien me recuerda a la Evey de V de Vendetta), sin olvidar a Adria Arjona como Bix y la magnífica Genevieve O'Reilly como una Mon Mothma cada vez con más capas y más interesante. 

Pero no podemos olvidar donde brilla la serie y es también en el Imperio: Denise Gough y Kyle Soller crean a una pareja de monstruos cuya lealtad es su veneno, Anton Lesser como Partagaz recuerda a tantos nazis de la ficción... y Ben Mendelsohn como Krennic disfruta tremendamente de su papel como auténtica bestia que, irónicamente, acabará muriendo bajo el rayo de aquello que ha creado.


Días del futuro pasado

Muchos se quejan de cómo se fagocita a sí mismo el mito de Star Wars, pero creo que Andor aporta a la saga: no solo es una relectura fascinante de Rogue One, sino que es una profundización en los temas que se esbozan en el resto de las películas. No volveremos a ver el asalto a la Estrella de la Muerte del mismo modo tras ver Andor.

¿Esto quiere decir que el futuro de Star Wars pasa constantemente por hacer historias oscuras y pretendidamente adultas? No, se puede explorar esta vertiente, a la vez que tenemos series más ligeras, pero también buenas, como la genial Skeleton Crew. De la misma manera, al fin y al cabo, lo mejor es que ambas son buenas historias; espero que no se malinterprete y tengamos a gente como Zack Snyder, que pensaba que estaba haciendo un Star Wars adulto con Rebel Moon y lo que hizo fue el ridículo. Debemos ser capaces de admirar ambas vertientes de la saga de Lucas. De esto depende el mito de Star Wars: de su capacidad para reinventarse y encontrar nuevos elementos que desarrollar dentro de ese gran mosaico de historias.

Si agregamos que la música es excelente (ese temazo para el baile entre los muertos vivientes de Mon Mothma), al igual que la fotografía y el diseño de producción (ese vestuario, esos escenarios...), Andor se convierte en una de las mejores series de la actualidad que, además, consigue transmitir un mensaje en esta época tan convulsa. Logra, sin duda, ser un alegato de todo lo que está ocurriendo en nuestra actualidad, pero también, en resumen, en cualquier otra época. Nos enfrentamos constantemente a dictaduras y monstruos, Andor solo nos lo recuerda y, me temo que, como otras distopías, en vez de tomarla como advertencia, la tomaremos como manual de instrucciones.


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