Ghibli es el término italiano que designa al siroco, un viento cálido que sopla desde el desierto, pero también es el nombre que ha inmortalizado el legendario estudio de animación fundado por Hayao Miyazaki. No es casual: el amor por el aire, el vuelo y la libertad recorre muchas de sus películas como una corriente invisible. Basta con evocar una de ellas para recordarlo: Porco Rosso, donde su protagonista lanza una de las frases más memorables del cine animado (y quizás de todo el siglo XX): «prefiero ser un cerdo a ser un fascista».
El sentido de la aventura
Porco Rosso es una búsqueda de la aventura que considero que ningún otro estudio de animación hubiese financiado a comienzos de los ’90 salvo si su origen era nipón. Esta película tiene más del espíritu de seriales a los que rendía homenaje Indiana Jones que al film promedio de la industria.
Mientras Disney en los ’90 estaba con su revisión de los cuentos clásicos que luego ha vulgarizado haciéndolos de «carne y hueso» (y CGI barato), el Studio Ghibli emprendía la labor de crear una película alrededor de un piloto cazarrecompensas que se enfrenta a piratas aéreos en un mundo al borde de la Segunda Guerra Mundial. Ah, y este piloto italiano, por cierto, es un cerdo con reminiscencias de los protagonistas del cine noir o Casablanca. En serio, ¿alguien pensaba que esta película podría haber salido en cualquier otro mercado?
Porque Porco Rosso es un film con personajes carismáticos y entrañables, y con unas escenas aéreas estupendas que serían la envidia de muchas películas «live action». La fascinación de Hayao Miyazaki por la aviación está presente en todo momento, con unas coreografías aéreas que hacen que veamos estos aviones como insectos o aves. No olvidemos que años más tarde dirigiría la magnífica El viento se levanta y que su padre se dedicaba a la construcción de aviones (saber que eran usados para la guerra marcó profundamente al joven Miyazaki). Para Miyazaki, lejos de representar la destrucción, representan aquí todavía el divertimento. Porco Rosso se olvida de mensajes antibelicistas para centrarse en el enfrentamiento de Porco con los piratas y, más tarde, con el piloto Curtis, un estereotipo de los estadounidenses que funciona muy bien dentro de la cinta.
El límite del cielo
Imposible olvidar el excelente y lírico flashback, ese cuento en el que nos narra su propio protagonista cómo perdió a todos sus compañeros en una batalla aérea contra los alemanes, una herida abierta que aún pesa sobre sus hombros. Ese pasado trágico lo acompaña, al igual que su maldición: el hecho de que Porco sea un cerdo parece irrelevante si, como sugiere Fio, creemos que en realidad es un príncipe embrujado, capaz de recuperar su forma humana con un simple beso.
En sus compases finales, la película, con Fio, adopta una voz en off melancólica para entregar al espectador una despedida: la de un personaje y la de toda una época. Porco se aparta del mundo (de la mujer que lo ama, del país que lo repudia, del tiempo que se desvanece), porque ya no hay lugar para héroes ni cazarrecompensas. Lo que vendrá serán bombas y ruinas, y Porco Rosso, último caballero de los cielos, elige desaparecer antes que convertirse en otra sombra más del desastre.
Ligera en apariencia y rebosante de momentos entrañables (como la inolvidable secuencia en la que las mujeres de la familia Piccolo reconstruyen la avioneta o el duelo final cargado de humor), Porco Rosso es, en el fondo, una nostálgica búsqueda del espíritu aventurero de los antiguos seriales. Y solo por eso ya merece ser reivindicada más allá de una frase célebre, aunque no está nada mal que también la recordemos por ella.