Durante mi viaje a Japón del año pasado, estando en una de las tiendas frikis de Akihabara, recuerdo que mi móvil y los del resto de las personas presentes empezó a vibrar y sonar con un mensaje claro: terremoto. Te imaginarás qué cara pusimos mi amigo, mi pareja y yo en ese momento. En cambio, los japoneses se asomaron, miraron lo que pasaba fuera y volvieron a entrar, tranquilamente, a la tienda. Nosotros, en cambio, fuimos al hotel y preguntamos a la recepcionista por la situación. ¿Era grave? ¿Había plan de evacuación? ¿Se produciría ese megaterremoto que según las redes sociales está siempre a punto de asolar Japón? La respuesta fue: «todo es seguro. Hagan lo que hagan los japoneses» y es que más allá de estar preparados para la catástrofe y acostumbrados a los seísmos, los japoneses, si algo hacen, es imaginar como demuestra esa joya de la animación que es Suzume.
La magia del fantástico
El director de Your name y Cinco centímetros por segundo, Makoto Shinkai, nos cuenta la historia de la chica que le da nombre a la película. Un día, yendo a clase, Suzume, de diecisiete años, se cruza con un misterioso chico que busca unas ruinas. Este chico resulta llamarse Souta y se dedica a cerrar los portales que se abren a un monstruo de otra dimensión (típico…). Ella lo seguirá y encontrará una misteriosa puerta. Una vez Suzume la atraviese, se dará cuenta de que hay otro mundo en el nuestro… y tras liberar la piedra que sirve de toque de esa entrada (y que se transforma en un dios con forma de gato esmirriado, Daijin), la joven descubre que, tras los terremotos de Japón, hay un enorme gusano que intenta escapar y que, si lo consigue, destruirá el país y matará a millones de personas. En ese momento, Suzume se une a Souta para cerrar las puertas en ruinas que hay por todo el país y de las que puede salir el gigantesco gusano (que ríete de los de Dune…), el único problema es que él se ha transformado por una maldición en una silla rota de la infancia de Suzume y el gato dios decide huir por todo Japón sembrando, aparentemente, el caos.
Suzume es una película que ya solo en su sinopsis rebosa imaginación y, aunque entra dentro de lo mejor del fantástico, también es capaz de captar el costumbrismo japonés. No solo me refiero a sus bosques, ciudades, estaciones de tren…, sino también a las personas que lo habitan, como la madre que canta en un karaoke o la chica de bachillerato que ayuda en una frutería, personajes secundarios que completan en medio de la aventura a Suzume. Todo ello a través además de una reflexión sobre diferentes generaciones: la madre con sus hijos, el abuelo con el protagonista, Suzume con su madre y, sobre todo, con su tía, Tamaki. Sin olvidar que la película, lejos de resultar devastadora pese al drama, culmina con un fuerte toque de esperanza. Su director, Makoto Shinkai, se ha convertido en uno de los grandes directores del cine de animación reciente y creo que, pese a la popularidad de Your name, sigue mejorando en cada película y nos ofrece obras muy interesantes, como esta aventura.
Y es que hay bastante aventura en la película y su estructura de road movie, aunque pueda llegar a sorprender, por cómo es capaz de pasar de la ternura del incipiente amor de dos personajes (recuerdo: uno convertido en silla con una pata caja), al dolor de los flashbacks relacionados con la muerte de la madre de Suzume o el espíritu más anime con los dos protagonistas enfrentándose al inmenso gusano e intentando cerrar las puertas que aparecen en cada ruina.
Decían que a su director se le ocurrió la idea cuando yendo a casa veía continuamente más y más lugares abandonados: las personas cuando mueren, tienen su funeral; los lugares no, se quedan como puertas a otros mundos y como buen creador japonés, esta idea sirvió de punto de partida para esta gran película que posee el don de cruzar las puertas entre géneros de un modo envidiable.
El fantástico como catarsis
Como las otras cintas de su director, el romance juega un papel fundamental (¡esa silla tiene más carisma que muchos actores de carne y hueso!), pero también una animación vivaz, con un uso espléndido del color y la fotografía, todo ello resaltado por el montaje y, sobre todo, en este film, por su magnífica banda sonora. Todo ello con algunos toques de homenaje a Ghibli (como la mención a Susurros del corazón) o el uso de los dos gatos que custodian al gusano, que resultan ser dioses que nos recuerdan a los que aparecen en La princesa Mononoke o El viaje de Chihiro, dos clásicos magistrales de Hayao Miyazaki. Pese a los guiños, sorprende por su originalidad y sus ganas de contar una buena historia en esta época donde nos hemos sumido en remakes o películas inanes que toman al espectador por estúpido.
El cine sirve también como catarsis y en el caso de Suzume lo vemos cuando se afrontan las consecuencias del terremoto y el tsunami, con la consecuente catástrofe de Fukushima, que devastó parte de Japón en 2011. Este desastre real es el que se llevó la vida de la madre de Suzume y la que marcó a la protagonista desde su más tierna infancia. Este detalle da más viveza al relato, a través de la propia realidad, y propone esta película como una forma ya no solo de cerrar puertas a un más allá donde habitan fantasmas de nuestro pasado y monstruosos gusanos devoradores de futuro, sino también esas heridas que nunca cicatrizan. Como verás, me parece fascinante el uso simbólico que se hace de la puerta durante toda la película.
Suzume, en conclusión, no es solo una película sobre puertas que se abren al desastre, sino una obra que se atreve a cerrar algunas de las más dolorosas que habitan en el alma japonesa y universal. A través de su viaje, Shinkai nos habla de memoria, pérdida y redención, y lo hace con la sensibilidad poética que lo ha convertido en heredero de los viejos maestros del cine. Ojalá todos pudiéramos hacer más como él y el resto de los japoneses: enfrentarnos a la adversidad, soñar y cerrar heridas a través del fantástico.