Crítica de Nicky, la aprendiz de bruja

(Problemón. ¿Qué título usamos? ¿Nicky, la aprendiz de bruja? No es del todo una aprendiz. ¿Kiki and the Delivery Service? Poco poético... ¿Majo no takkyûbin? Ay... Nos tocará utilizar el español por un tema de comodidad y simpleza y porque es el título con el que Nocturna ha publicado la novela en la que se basa el film... y seguramente, sea deudor del título que se le puso a la peli en España).

Uno de los aspectos que más me gustan de las películas de Hayao Miyazaki y del Studio Ghibli en general es que siempre te espera un golpe, aunque no sepas bien por dónde te va a llegar. En el caso de Nicky, la aprendiz de bruja, tienes el aviso de que es para mayores de cero años (interesante...) y mientras tenemos una historia kawai sobre una niña bruja que se independiza a los trece años (el hecho de independizarse en España ya haría que esta obra fuese de fantasía, no el tema de que la cría sea una hechicera) y se convierte en repartidora a domicilio (no a lo Glovo...), nos da un golpe bajo cuando la protagonista sufre una crisis sobre quién es ella misma.

El rito de paso

No quiero ponerme freudiano ni jungiano ni todos esos adjetivos que suenan tan mal y que vienen de señores cuanto menos cuestionables, pero debemos reconocer que Nicky, la aprendiz de bruja posee un mensaje subliminal que va más allá de lo que pueda significar el nombre de la protagonista -Kiki- en español (en España la reconvirtieron en Nicky y me gustaría saber cómo explicaron que en la tarta que le regala la abuela diga claramente KIKI...), y ese mensaje es... que la protagonista debe crecer. No es baladí que sea una niña ni que le ocurra a los trece años.

Igual que no es baladí la crisis de fe y de sus poderes (al estilo lo que le pasa a Spider-Man cuando los pierde) que sufre en el tercio final de la película. Después de sentir algo por el crío tonto de la película (y celos por los amigos que él tiene), pierde sus poderes mágicos e incluso Jiji, su gato negro, se echa una novia y ella deja de ser capaz de comunicarse con él. Es así cómo el amor es planteado como un ritual y un proceso de cambio que marcan a nuestra protagonista. Cumplir los trece años es crecer y crecer es enamorarse. No es extraño en el país nipón, donde a los niños son considerados adultos cada vez antes (con sus responsabilidades, no como en España, donde damos las libertades, pero jamás los deberes... y así nos va).

Y más allá de esto, para el que no lo quiera ver, tenemos una película muy entretenida donde se representa el cambio del pueblo a la ciudad (de corte europeo) y cómo la magia es domesticada según los diferentes territorios. Aquí no hay grandes villanos a los que vencer (tontería a la que nos ha acostumbrado el corte y pega de los guiones de Hollywood), sino una cría que debe entregar a tiempo los paquetes que le son encomendados.

La animación y el mensaje

La animación, muy influenciada por el estilo de dibujo de la época y de series como Marco o Heidi, es muy interesante, más allá de por la recreación de la ciudad europea, del campo, del cielo, del bosque y del mar, por el tema de lo que en los videojuegos se considerarían físicas: los vuelos y choques de Nicky/Kiki con su escoba son muy humanos y realistas. Parece un detalle nimio, pero es por lo que digo que Ghibli siempre rebosa humanidad.

No es un misterio que en Japón (y fuera de Japón) sea una de las películas más icónicas de Ghibli, contando con todo tipo de mercadotecnia y reproducciones en las tiendas del estudio o en su famoso parque. Al fin y al cabo, es una de las primeras películas con las que puede conectar el público, aparte de la simpática y tierna Mi vecino Totoro (luego les pones La tumba de las luciérnagas y los revientas). 

Por otra parte, un tema importante con la filmografía de cualquier director es ir viendo cómo va evolucionando y en esta película primeriza de Miyazaki podemos comenzar a ver cómo va profundizando cada vez más en los temas que luego lo harán popular. La idea de crecer está presente en esta obra, pero también en El viaje de Chihiro; el ecologismo aparece brevemente con la polución de las fábricas y lo hará con más hincapié en La princesa Mononoke; el espíritu de aventura está aquí, pero también en Porco Rosso; la fascinación por el vuelo se halla en Nicky, la aprendiz de bruja, pero también en la mayoría de filmes posteriores, como El viento se levanta. Esto hace fundamental que, de vez en cuado, nos atrevamos a analizar toda la filmografía de un director tan interesante como Hayao Miyazaki.

Al final, gracias a la pintora y a aceptarse a sí misma, Nicky/Kiki comprende que no puede ser lo que los demás esperan de ella, sino que tiene que ser ella misma. Esto, que parece simple, es uno de los mensajes más importantes que puede aparecer cualquier persona y uno de los motivos por los que una película como esta es algo más que un mero entretenimiento: como los buenos cuentos, guarda una moraleja y esta moraleja es importantísima. 

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