
Hubo un tiempo en que Ezra Miller era un actor prometedor. Coincidió con la época en la que realizó Tenemos que hablar de Kevin y Las ventajas de ser un marginado. Visto a distancia, quizá ahí podríamos haber ido viendo hacia qué terrenos se desviaba el actor. Más todavía cuando uno profundizaba en su carrera y veía uno de sus primeros papeles, el de un joven obsesionado con grabar todo lo que había en su elitista academia privada en la perturbadora Afterschool. En ella, Miller interpreta a un crío que presencia el suicidio de dos de sus compañeras mientras graba y le encomiendan, para superar el trauma, hacerles un vídeo que pondrán durante el funeral.
Todo esto viene a cuento porque el manga Goodbye Eri de Tatsuki Fujimoto trata de una idea muy similar: la madre de Yûta está a punto de morir de una enfermedad terminal y le pide a su hijo que la grabe hasta su fallecimiento. Una vez este se produce, Yûta monta la película y la pone en su instituto. ¿Cuál es la reacción de los otros estudiantes tras verla? Sus "compañeros" estallan en risas. Avergonzado, Yûta intenta suicidarse arrojándose desde la azotea del hospital donde falleció su madre… Sin embargo, se cruzará con Eri, una chica que antes de que Yûta se suicide le pide que la acompañe y siga grabando…
Tres, dos, uno... Acción
Aparte de una premisa potente, este manga del creador de Chainsaw Man consigue una vez más una historia de la que no te puedes separar desde que la empiezas a leer. Ya me pasó con Look back, que fue adaptada al formato animado, y vuelve a ocurrir con esta sombría historia sobre un adolescente que convierte su smartphone en las gafas con las que ve y graba su mundo. Graba absolutamente todo, pero al final descubrimos que también es capaz de reescribir sus recuerdos a través del montaje. Seleccionar una escena u otra de la vida de la persona que ha grabado la puede convertir en una criatura maravillosa o terrorífica. Lo mismo hace la memoria. Según los recuerdos que guardemos alguien nos puede parecer maravilloso o terrible. Y es así cómo la barrera de la realidad y la ficción se difuminan.
Hace unos años leí en el libro La ciencia de contar historias que la realidad es una alucinación colectiva. Decidimos qué es real a partir de las características generales de las creencias de cada uno o las pruebas científicas a las que sometemos a esa realidad. Esto puede llegar a ser pertubador, pero refleja muy bien la importancia del subjetivismo, algo que reaparece en el mundo del celuloide y del arte, sobre todo cuando Fujimoto decide jugar con esta historia para mostrarnos la deshumanización de un mundo cada vez más oscuro.
La realidad como ficción
A nivel gráfico, Fujimoto opta por su estilo habitual a la hora de dibujar a personajes, pero agrega varios aspectos interesantes: por un lado, hay escenas desenfocadas para recrear esa sensación de que el mundo está difuminado ante los ojos del personaje; más interesante resulta que veamos cada viñeta de forma rectangular, como alguien que firma con su smarphone en horizontal (milagro en esta era de TikTok), o que se opte por una gran multitud de planos subjetivos que nos hacen sentirnos como espectadores o voyeurs de esta tragedia.
Como en Look back, quizá el final sea el punto donde más se resiente la obra, pero mientras que en Look back sentíamos que el desenlace era precipitado, aquí lo que sentimos es que quedan varias preguntas sin respuesta y somos nosotros los encargados de encontrarle sentido, algo que tampoco está nada mal. ¿Hasta qué punto es real lo que nos han contado? ¿Hasta qué punto es todo un guion, como vemos en la escena de la discusión con el padre? ¿Hasta qué punto la realidad se puede convertir en una película?
El destino de Yûta
Cuando hablamos del cine como obsesión, me gusta hablar de la película La sombra del vampiro, que trataba del rodaje de Nosferatu a partir de una interesante premisa: ¿y si el vampiro hubiese sido realmente un vampiro? Esta idea servía al final para hablar sobre como el Murnau de la película lo hacía todo para conseguir la película perfecta, aunque supusiera sacrificar a su equipo técnico, a su actriz, a su integridad... El séptimo arte es un vampiro para su creador y para su espectador.
En Goodbye Eri se rescata esta idea del celuloide como chupasangre de un modo bastante interesante. Más allá de lo que pueda ser Eri, lo interesante es cómo seduce y atrae a Yûta hasta el punto en que debe hacer lo que ella quiere: ver tres películas al día en unas ruinas, filmar todo, escribir un guion, etc. Yûta se acaba convirtiendo en una especie de Renfield en este drama cinematográfico en formato de manga.
En definitiva, más allá de los peros de la edición, Goodbye Eri es un manga perturbador sobre la oscuridad de nuestra realidad que merece la pena reivindicar y leer y, sobre todo, pensar en torno a él y los dilemas que abre.