Crítica de El tiempo contigo

El tiempo contigo es, quizá, el mejor título traducido al español de la historia del anime reciente. Y no lo digo por exagerar (aunque me guste hacerlo), sino porque (para los nuevos) en español «tiempo» no es solo el tiempo cronológico, sino también el atmosférico y encaja mejor que algo tipo La chica del tiempo (Tenki no ko). Y ahí está la trampa poética que el director de animación Makoto Shinkai nos tiende desde el principio: su película no trata solo del clima, sino de esos días que quisiéramos guardar en una cajita, a salvo del aguacero de la vida.

Llueve en tu corazón

La fórmula de El tiempo contigo no engaña a nadie: un nuevo romance juvenil dirigido por Shinkai, con adolescentes que corren, lloran y se buscan bajo cielos espectaculares, mientras RADWIMPS irrumpe en el momento exacto con una canción que haría llorar hasta a una piedra y que le da a todo el film la sensación de ser un videoclip. Y sí, aunque todo esto suene a déjà vu, lo cierto es que sigue funcionando: a veces como reloj suizo, otras como videoclip de banda indie, pero funciona.

La historia sigue a Hodaka, un chaval que huye de su casa buscando algo que ni él sabe. Lleva consigo El guardián entre el centeno de Salinger (incluir música de tensión), así que imaginamos que está imitando a Holden (menos mal que no al asesino de Lennon, aunque también tiene una pistola en su mochila…). Hasta aquí bien podría ser una novela de Haruki Murakami, solo que a Shinkai no lo pueden ignorar en los Nobel.

A lo que íbamos, Hodaka termina en Tokio (ese Tokio hiperdetallado que solo Shinkai sabe pintar) y allí conoce a Hina, una chica con un don: es capaz de despejar el cielo con una oración. Como si de una sacerdotisa moderna se tratase, Hina puede devolverle el sol a una ciudad sumergida en lluvias eternas. No al estilo Tormenta de los X-Men, pero casi. A cambio, claro, pagará un precio. Siempre hay un precio: ser un sacrificio humano que acabará desapareciendo para que las inundaciones no sumerjan Japón.


Japón bajo la lluvia

Mi gran problema con El tiempo contigo es que he empezado a notar cuál es la fórmula de Makoto Shinkai. A un espectador esporádico puede que se la cuele, pero a alguien que ha seguido su cine, sabe con lo que se va a encontrar y funciona, mientras no se le dé demasiadas vueltas.

Como en otras películas del director nipón, El tiempo contigo despliega una batería de secundarios funcionales pero no memorables: el director del periódico sensacionalista con crisis de paternidad, su sobrina y el hermano pequeño de Hina que parece sacado de un slice of life con potencial para tener su propio spin-off. No molestan, cumplen, pero tampoco trascienden y les falta un poco de fuerza, pese a darnos algunos buenos momentos, ya sea a nivel reflexivo o cómico.

El gran problema está donde duelen las buenas historias: en su desenlace. Cuando un creador empieza una historia, empieza también una partida de cartas contra sí mismo. Se plantea trampas, hace promesas, levanta un castillo de naipes que deberá sostenerse cuando llegue el clímax… Y aquí, aunque el castillo no se derrumbe, se tambalea. El final funciona… a secas (nunca mejor dicho), como si Shinkai, por una vez, no supiera si quedarse con la lógica emocional o con la lógica narrativa. Y ese titubeo, por pequeño que sea, empaña la claridad de todo lo anterior.

Si hay algo que le guste a Shinkai aparte de un romance empalagoso es una catástrofe natural. Una vez más, como en Your Name (el meteoro) o Suzume (los terremotos), la catástrofe colectiva sirve como telón de fondo para una historia íntima. Esta vez, tenemos la lluvia incesante, la amenaza del diluvio y los ecos de una antigua mitología japonesa sobre la diosa del sol y los dragones de la tormenta. Si alguien se para a pensar en lo que le podría pasar a un país tras tres años lloviendo incesantemente, seguro que el final le trae algún quebradero de cabeza. Igual que si pensamos en el dilema moral de que una pareja traiga un desastre climatológico a un país solo por estar juntos. Es como ese viejo refrán: si lo piensas demasiado, lo rompes.

La fórmula de Shinkai

El problema es que, como ya decíamos, en este film, todo suena más ensayado, como si los engranajes de la fórmula comenzaran a chirriar o este fuese un plato de noodles precocinado. No es una mala película (muchos directores matarían por tener un film así en su filmografía), pero está por debajo del listón que el propio Shinkai ha levantado en obras como Your name, A silent voice o Suzume.

E incluso así, hay algo que la salva. Algo que, al menos para los que hemos caminado por Tokio con los pies empapados y la cabeza llena de promesas, la convierte en una experiencia emocional: la recreación de la ciudad es deslumbrante, pero no por su detalle técnico (que lo tiene), sino por su capacidad de evocar. Tokio aquí no es un lugar: es un recuerdo. Y lo logra gracias a la animación y a esa sensación que tiene siempre el cine de su director: ese espíritu que hace que cualquier cosa imposible pueda ser real y que podamos volver a la capital de Japón, aunque sea a través de la ficción. En eso hay magia.

En definitiva, El tiempo contigo es Shinkai en modo automático… pero incluso su piloto automático vuela más alto que muchos. Llueve demasiado, sí, pero también hay destellos de sol, aunque se cuelen tarde.

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