Relato: Condenados para siempre (o la Bella y la Bestia modernos)

Imagen libre de derechos.

No podía ser cierto.
Todas las miradas se clavaron en ellos dos. Los estudiantes estaban revolucionados ante aquella noticia que había reventado la paz nimia, pero tan significante para ellos, en un instituto.

La verdad es que no eran una pareja común, no pegaban en nada. Ella era demasiado perfecta y él era…, para simplificar, todo lo contrario.
¿Cómo ella se podía haber liado con un tipo tan raro y tan falto de encanto? ¿No le daba algo de asco? ¿Cómo osaban cogerse de la mano y aparecer así delante de todos? ¿No le daba vergüenza a ella? ¿Se había vuelto loca o qué?
Nadie entendía del todo lo que estaba pasando ella para haber acabado así.
Hubo un fuerte silencio. Se hacían preguntas a sí mismos mientras miraban a ella y a él, sin saber muy bien por qué aquello era posible. Debía ser un sueño… No, no, una pesadilla.
Entonces, la chica miró al chico. Había algo en él que la fascinaba como nada antes le había llamado la atención. La chica se dejó caer un poco las gafas de sol sobre su nariz y sus luminosos ojos marrones se clavaron en los de él. La joven le dedicó una sonrisa y acariciando el rostro de él, con su barba de tres días, lo atrajo hasta ella y, súbitamente, sus labios se unieron en un beso.
El silencio se rompió en cientos de murmullos sobre aquello. ¡Era cierto! ¡Ella debía haberse vuelto loca! ¿No era una broma? ¡No podía ser! ¿Qué diantres estaba pasando? ¿Qué hacía ella con ese idiota?
Pero sí lo era y ellos sólo escucharon entre susurros lo que él le dijo con su voz tenue:
—¿Crees que esto es lo correcto?
Ella le contestó con su voz clara, la que la hacía cantante de un coro.
—Estoy absolutamente segura. ¿Qué más dan los demás?
Él se pasó una mano por su desgreñado pelo castaño oscuro.
—Tienes tan mal gusto…
Ella dejó que la brisa agitase su melena rubia, casi blanquecina.
—Discrepo… Ellos han elegido querer más lo que se pudre que lo que siempre permanece: el alma.

Fuente.
— ¿Me estás diciendo que soy muy buena gente, pero más feo que pegarle a un padre con un calcetín sucio?
—Me gustas demasiado para permitir que te creas eso.
—Bueno, tú sólo eres mona, tampoco te creas…
—Idiota…
—Por tanto… Estamos condenados para siempre.
— ¿Juntos?
—Sí.
—Acepto la condena, ¿y tú?
Los ojos oscuros de él centellearon.
— ¿Por qué crees que no te he soltado la mano?
Los ojos castaños de ella brillaron.
— ¿Me darías otro beso?
Y los murmullos no importaron nada para los afortunados condenados.
¿Fantasías de un perdedor?
¿Pesadillas de doña perfecta?
¿O realidad?
Tú decides.
Yo aún estoy intentando decidirlo.

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