“Tragedia en un instituto. Un alumno de sólo quince años ha acribillado a varios compañeros de clase esta mañana. La policía ha terminado con la vida del joven hace escasos minutos. El número de víctimas es de…”
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El asesinato fue cruento. Un chaval mató a todos sus compañeros de clase con un rifle. Él sólo tenía ganas de vengarse y la llave al arsenal de armas de su padre, un policía.
Todos lo consideraban un bicho raro y le habían destrozado, humillado y… Esos vídeos mientras le pegaban, esos chicos que le grabaron en el baño… Esa rabia matándolo.
Todo terminó. Esas risas asquerosas y sus bromitas concluyeron, tras unos balazos y unos gritos.
Luego, sangre.
Después, la policía acribillándolo.
Murió con una sonrisa, feliz por la venganza.
El culpable no fue sin duda aquel chaval de quince años sino un videojuego que encontraron en su mochila. Él había encontrado en la calle, una carcasa vacía. No tenía nada, pero todos dijeron que fue por su influencia violenta la que los hizo matarlos a todos. Su padre nunca le dejó jugar con videojuegos… Su padre nunca le dejó jugar con nada.
Desde luego, una madre que sólo estaba en su mundo, un padre que bajo la ley se emborrachaba con un revólver con el que apuntaba a toda su familia, las palizas en casa y en el instituto… Eso no era realmente el culpable de nada.
Ni él ni sus circunstancias eran culpables, sólo un cartón vacío.
No importa lo que digan.
Todo es ahora ruido solamente, tras el silencio que precedió a los balazos. Ruido.