Relato: Princesa muerta

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Se sentía terriblemente mal.
La cena había sido demasiado. 
Iba a ponerse gorda como una puñetera cerda. 
Le había dado asco ver a sus padres devorar aquellas costillas, aquel puré, el pan, el agua… Era asqueroso ver cómo se limpiaban la boca tras llenar sus fauces... como animales... Peor que animales. 

Era escalofriante, horrible, ver cómo hablaban con la boca tupida de asco, basura, peste. Ella llegó a marearse y pidió que la dejasen ir al baño. No la dejaron. Estuvo llorando hasta que la enviaron a su cuarto. Fue al baño, pero estaba cerrado. No la dejaban ir. Todo era una mierda para ella.
Había comido demasiado: medio vaso de agua, un trozo de pan y una cuchara de arroz.
Se fue a su cuarto. 

Era una gorda asquerosa y así nadie iba a quererla. Su piel flácida y sudorosa no podía conquistar a nadie. Ninguna persona del mundo la querría. Podía tener unos ojos bonitos, pero no serviría para nada más. No podía ni siquiera ir rápido. El sonido de sus grasientos muslos chocando entre sí la destrozaba, inclemente. Era su mierda de destino.

No quería permitirlo.
Prefería ser un cadáver hermoso antes que una gorda viva.
Corrió hacia una papelera, cogió un lápiz, se lo metió por la parte contraria a la punta... Sintió rápidamente las arcadas mientras recordaba a sus padres, esos cerdos cebándose. Vomitó sin detenerse, aunque sabía que no debía intentar vomitar con alimentos tan sólidos como pan o arroz, que se haría daño… Peor hacía mucho que se hacía daño.

Dejó caer hilillos de babas atados con su propia sangre. Era el precio.
¿Por qué sus padres no la dejaban ser feliz? ¿Por qué le habían quitado todo lo que le podía mostrar a aquellas hermosas princesas como las que deseaba ser? Ella ansiaba tanto ser una... y debía conformarse con ser un sucio ogro.

Levantó su mirada. No había espejo. Se lo habían quitado. Al igual que el Internet con aquella puerta al reino de tantas princesas. Al igual que el espejo donde se comparaba. Al igual que tantas cosas como su propia vida.

Realmente, estaba lejos de ser una de aquellas actrices perfectas, esas supermodelos, de cuerpos delgados, altos y hermosos, pechos turgentes, la mirada perteneciente a otro mundo y superior a todos nosotros. Ellas, diosas, en sus grandes plataformas y sus vestidos perfectos… Para ella, siempre sería una gorda.

Estaba lejos porque pesaba cuarenta kilos y medía poco para ser modelo. Sus uñas se habían quedado amarillentas y desteñidas por el vómito. Los dientes se habían retorcido, caído algunos, podridos otros. Su cuerpo estaba marcado por su esqueleto, sus ojos hundidos, su boca descolorida, sin vida. Sus ojos apagados. Su pelo grasiento sobre su rostro.
Y seguía viéndose gorda.

Tenía muchísimo miedo. Pensar la mataba. La idea se repetía constantemente. Empezó como una leve semilla... como empezaban todas, absolutamente todas, las obsesiones. Cada vez más y más y más y más y más persistente. Hasta que la obsesión se convirtió en ella. Ella... En un mundo asqueroso donde todos le odiaban. Sentía un repulsivo nudo en la garganta que no la dejaba pensar en otra cosa. El sufrimiento la mataba. Una muerte que le quemaba las entrañas. Intentaba respirar, pero sentía que se asfixiaba. La realidad le golpeaba una y otra vez, sin detenerse, dejándola en pedazos. Era un monstruo. La gente la miraba como un maldito monstruo. Acaparaba todas las miradas. Todo el mundo se reía de ella. Era una bestia. Debía estar en un circo. “La mujer más gorda del mundo”. No, mejor debía estar muerta. Pondrían en su lápida “La mujer más gorda del mundo”. No podrían quemarla, porque sería demasiada grasa y no cabría metida en el horno crematorio. Deberían meterla en la caja gigante de un piano de cola si debía caber.

Se dejó caer en el suelo, se encogió como un feto y se abrazó a sí misma antes de ponerse a temblar como una niña pequeña. Tampoco es que no dejase de serlo, tenía sólo quince años, no hacía tanto tiempo que dejó de ser una niña.

Al menos se pudo ver en el reflejo de su vómito, una hermosa princesa que le dijo con una voz dulce:
—Así serás hermosa, así serás como yo.
Realmente era…
—Así estarás muerta, así serás como yo.
Y durante un segundo, la vida y la muerte están a un simple suspiro.
Una vez más. 

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