Su nombre no importa. Lo que importa es lo que está a punto de hacerte.
Era una niña buena. Era una pequeña hermosa. La más bonita que hubieras visto nunca. Nadie podía olvidar sus vivos ojos castaños, su sonrisa de diamante ni sus andares de princesita. Algo por lo que siempre hablaban de ella era su larga melena rubia, nunca le habían cortado el pelo y le llegaba hasta cerca del suelo. Tenía sólo unos siete años.
Eran otros tiempos. Una época que te obligaba a unirte a otra persona sólo por dinero incluso cuando eres una niña. Desde que el mundo es mundo, la gente tiene el terrible error de confundir el sentimiento del amor con eso que llaman dinero.
Así fue como la disfrazaron de novia con apenas ocho años, entre llantos y gritos. El hombre tenía muchas veces su edad. Y la quería… no por amor, la quería como se quiere un objeto. Tuyo, sólo tuyo.
Era de noche. La noche de la luna de miel. Huyendo del vejestorio, vagó velozmente por la vieja y fría mansión. Llevaba consigo una vela. Buscaba ayuda como el sol busca a la luna, como un ideal imposible. Vestida aún de novia, con las ropas manchadas de sangre, llevaba el pequeño candil. Corriendo como un alma en pena, llorando, en vano.
Eso fue antes de tropezar con su vestido roto y que la vela prendiese fuego su pelo, luego su rostro y finalmente su cuerpo. Ni siquiera todas las lágrimas pudieron apagar las llamas que la devoraron con la fiereza con la que su “querido” esposo la quiso para él.
El rostro de la niña se convirtió en una calavera calcinada con una mueca de horror para la eternidad… Y aún así, las lágrimas caían por ellos. Llorando hasta más allá de la muerte, con una tristeza infinita.
Era una fantasma que no lo entendía. Era una pequeña fantasmagórica. La más terroríficamente bonita que hubieras visto nunca. Nadie podía olvidar el velo que ocultaba su rostro y, quien viese bajo de él, una calavera contorsionada por el dolor, acompañados de su andar de espectro tirando de una cadena: su pasado. Algo por lo que siempre hablaban de ella en vida se había perdido: su pelo se redujo a cenizas que rodeaban su delicado cuerpecito. Tenía sólo unos siete años… para siempre.
Cuando de noche escuchas un súbito ruido, un grito o un llanto sin explicación, puede que sea ella. Dicen que, desde entonces, una pequeña novia con el traje reducido a harapos grisáceos vaga por el mundo como una canción triste que busca alguien que la continúe. No se ha cansado de buscar ayuda. Tal vez, era demasiado pequeña como para comprender que estaba muerta.
Sea como sea, lo que importa es lo que está a punto de hacerte.
Está detrás de ti.
Mirándote.
Ese escalofrío es ella tocándote.
Y pidiendo ayuda.
¿Se la darás?
Yo la he ayudado con este relato a encontrarte.
Ahora tú decides.
No la olvides.
Era una niña buena. Era una pequeña hermosa. La más bonita que hubieras visto nunca. Nadie podía olvidar sus vivos ojos castaños, su sonrisa de diamante ni sus andares de princesita. Algo por lo que siempre hablaban de ella era su larga melena rubia, nunca le habían cortado el pelo y le llegaba hasta cerca del suelo. Tenía sólo unos siete años.
Eran otros tiempos. Una época que te obligaba a unirte a otra persona sólo por dinero incluso cuando eres una niña. Desde que el mundo es mundo, la gente tiene el terrible error de confundir el sentimiento del amor con eso que llaman dinero.
Así fue como la disfrazaron de novia con apenas ocho años, entre llantos y gritos. El hombre tenía muchas veces su edad. Y la quería… no por amor, la quería como se quiere un objeto. Tuyo, sólo tuyo.
Era de noche. La noche de la luna de miel. Huyendo del vejestorio, vagó velozmente por la vieja y fría mansión. Llevaba consigo una vela. Buscaba ayuda como el sol busca a la luna, como un ideal imposible. Vestida aún de novia, con las ropas manchadas de sangre, llevaba el pequeño candil. Corriendo como un alma en pena, llorando, en vano.
Eso fue antes de tropezar con su vestido roto y que la vela prendiese fuego su pelo, luego su rostro y finalmente su cuerpo. Ni siquiera todas las lágrimas pudieron apagar las llamas que la devoraron con la fiereza con la que su “querido” esposo la quiso para él.
El rostro de la niña se convirtió en una calavera calcinada con una mueca de horror para la eternidad… Y aún así, las lágrimas caían por ellos. Llorando hasta más allá de la muerte, con una tristeza infinita.
Era una fantasma que no lo entendía. Era una pequeña fantasmagórica. La más terroríficamente bonita que hubieras visto nunca. Nadie podía olvidar el velo que ocultaba su rostro y, quien viese bajo de él, una calavera contorsionada por el dolor, acompañados de su andar de espectro tirando de una cadena: su pasado. Algo por lo que siempre hablaban de ella en vida se había perdido: su pelo se redujo a cenizas que rodeaban su delicado cuerpecito. Tenía sólo unos siete años… para siempre.
Cuando de noche escuchas un súbito ruido, un grito o un llanto sin explicación, puede que sea ella. Dicen que, desde entonces, una pequeña novia con el traje reducido a harapos grisáceos vaga por el mundo como una canción triste que busca alguien que la continúe. No se ha cansado de buscar ayuda. Tal vez, era demasiado pequeña como para comprender que estaba muerta.
Sea como sea, lo que importa es lo que está a punto de hacerte.
Está detrás de ti.
Mirándote.
Ese escalofrío es ella tocándote.
Y pidiendo ayuda.
¿Se la darás?
Yo la he ayudado con este relato a encontrarte.
Ahora tú decides.
No la olvides.