El pestazo era insufrible, cualquiera que lo hubiese olido, el vómito hubiese brotado inesperadamente. La atmósfera interior era de un calor terrible, ilimitado, pero ¿quién podía sufrirlo?
No puedes saber lo que le pasó. Hace mucho que no puede saberse. Se había hinchado, para deshacerse. Los gases de un ser pútrido, emanados por éste, creaban una atmósfera repulsiva. Él o ella, quien fuese, se había quedado midiendo en algo más de 1,90 y se había fragmentado en pedazos cuyo peso mayor era un kilo y el menor, dos gramos. El pelo de todo su cuerpo era reducido, a la vez que el de su cabeza estaba cubriendo el suelo y la tierra. Su rostro se convirtió en una mueca aplastada y huesuda, cuya piel se había ido despellejando tras volverse verdosa, secando y cayendo; dejando un ojo hundido en las profundidades y otro desaparecido, por debajo de cejas y pestañas ausentes. Mientras, su nariz cayó a un lado y su boca torcida se había consumido hacia su interior, con los dientes caídos y tragados, y la lengua reducida a pedazos. La saliva se había convertido en sangre y pus reseca. Su cuello estaba consumido, al igual que el resto de su cuerpo del cual sus huesos empezaron la fuga, rompiendo la piel pútrida. Sus piernas eran una ilusión y su brazo derecho era ahora tres pedazos de grasa negruzca. La barriga era un montón de pellejo. Toda la piel se volvió azul, luego blanquecina y después empezó el amarillo y el rojizo, amarronado, de la muerte.
Finalmente, con un crujido, cada vez más y más fuerte, estalló en docenas de gusanos, cucarachas y otros insectos ávidos de seguir comiendo el resto del cuerpo asqueado. El horror de la muerte sepultado por un simulacro de vida.
Era un cadáver en putrefacción, pero realmente… ¿Quién era?
Tú… cuando hayas muerto.