«Era la heredera de ceniza y fuego, y no se inclinaría ante nadie».
Empieza la historia
Desde sus primeras páginas, Heredera de fuego se revela más ambiciosa y compleja que las novelas previas de la saga (Trono de cristal y Corona de medianoche; La espada de la asesina es un conjunto de cuentos que sirven como precuela). Si aquellas nos presentaban a la protagonista y su reino, esta tercera parte expande el horizonte en todos los sentidos: más personajes de peso, más tramas paralelas y un lore más rico. En efecto, la historia ya no se limita a un torneo en un castillo o a intrigas aisladas, sino que abarca múltiples frentes que se preparan para una inminente guerra y cuyo narrador va alternando de forma entretenida.
Uno de los aciertos más notables de esta entrega es la incorporación de nuevos personajes en varias subtramas, que no solo refrescan la historia sino que la fortalecen temáticamente. En la corte de Rifthold, aparecen el vividor Aedion Ashryver (primo «perdido» de Celaena/Aelin) y la curandera Sorscha. Aedion añade tensión a la trama de la corte al colaborar en secreto con Chaol y los rebeldes; su presencia conecta el complot palaciego con el pasado y el linaje de Celaena. Por su parte, la tímida Sorscha introduce un interés romántico para Dorian y un elemento de vulnerabilidad en la corte.
En las Montañas Ferian, conocemos los diferentes clanes de brujas, en especial al aquelarre del que forma parte Manon, futura líder de las Trece Brujas Dientes de Hierro. La llegada de Manon es, sin exagerar, uno de los puntos más fuertes de todo el libro. Gracias a ellas, conocemos a las brujas y su intento de volver a domar los aires gracias a los guivernos. Su trama aporta una tonalidad oscura y feroz que contrasta con las demás, dotando al libro de mayor variedad. Es más, para muchos fans, Manon se roba la atención en cada capítulo y añade un poderoso arco de villana o antiheroína a la historia. Es más, para muchos es mejor personaje que la propia Celaena, que en los primeros libros pecaba de Poochie.
Por último, hablando de Celaena, en Wendlyn, tierra de los faes, Celaena se convierte, por orden de su tía Maeve, en discípula del príncipe Rowan para dominar su magia. Ambos personajes comienzan enfrentados, pero a lo largo de la novela desarrollan una camaradería intensa llena de matices. Ambos son personajes rotos que deben reconstruirse poco a poco. Por suerte, no cae en los círculos viciosos del romantasy (o no por ahora)
Lejos de desequilibrar la historia, estas subtramas hacen que el mundo de Trono de cristal se sienta más vivo.
Evolución de la saga
Otro aspecto evidente en Heredera de fuego es la maduración del estilo narrativo de Sarah J. Maas. Ya en las novelas previas se notaba una progresión (y el paso atrás de los relatos que lo empezaron todo...), pero aquí la autora pulió su prosa y se atrevió a insertar una estructura más rica. Además, el libro comienza sin rodeos y sabe cuándo acelerar en el clímax; en términos globales, la sensación es de una autora más dueña de su narrativa y que profundiza en cuestiones más adultas y complejas, como la pérdida de la magia en el reino (y las consecuencias culturales de ello), los traumas personales no superados, el peso de la responsabilidad hereditaria y qué significa la lealtad. La propia Maas, conocedora de las críticas, explica temas como que Celaena no acabase con Aerobynn cuando fue liberada en el primer libro o que ostente el cargo de «la mejor asesina del reino» cuando, realmente, no es para tanto.
La construcción del mundo de Maas en este libro es notable. Por un lado, se amplía el mapa geográfico (viajamos a otro continente, visitamos fortalezas, montañas remotas, pueblos y ruinas faes), y por otro, se profundiza en la estructura política y mítica del universo: conocemos nuevos gobernantes (la Reina Maeve), se revelan antiguas alianzas y enemistades (fae contra brujas, por ejemplo), y se deja entrever un pasado más complejo para el mundo (el origen de la magia, los reinos conquistados por Adarlan, etc.). Esta expansión es orgánica y está integrada en la trama, no aparece como simple exposición; la vemos a través de los ojos de los personajes.
Finalmente, conviene hablar de cómo Heredera de fuego encaja en la progresión de la saga Trono de cristal y señalar algún problema de cohesión narrativa que surge al expandir tanto la historia. Algunos detalles introducidos a partir de Heredera de fuego generan cierta retrocontinuidad forzada. Es decir, giros o revelaciones que, al mirar atrás, parecen añadidos a posteriori más que planeados desde el inicio. Un ejemplo concreto es la supuesta conexión de infancia entre Dorian y Aelin. Este detalle, que pretende estrechar lazos entre ambos personajes retroactivamente, se siente artificial, casi “metido con calzador”. Este tipo de retcon (retrocontinuidad) busca conectar cabos sueltos o añadir profundidad después del hecho, pero corre el riesgo de chocar al lector atento. Afortunadamente, no es un elemento crucial para disfrutar Heredera de fuego en sí misma –de hecho, la revelación completa de ese encuentro de la infancia ocurre más adelante–, pero es pertinente mencionarlo como una pequeña grieta en la cohesión global de la saga.
¿Digna heredera al trono?
En cuanto a su estructura y ritmo interno, Heredera de fuego tiene dos caras. Arranca con fuerza, situando rápidamente a los personajes en nuevos escenarios y conflictos sin dilación. Sin embargo, a medida que avanza la novela, el ritmo se vuelve irregular y en ciertos tramos se siente estancado. En el medio del libro, algunas de esas líneas narrativas parecen progresar muy poco durante bastantes páginas, lo que genera cierta repetitividad.
Si bien la obra en sí brilla en muchos apartados, la traducción al castellano presenta algunas meteduras de pata estilísticas que pueden entorpecer la lectura para el público hispanohablante más exigente. Existen elecciones léxicas poco afortunadas que rompen el tono épico-fantástico original con expresiones impropias o literales. Por ejemplo, se emplean modismos mal adaptados como “entra dentro” (un pleonasmo que suena redundante en español). Del mismo modo, aparecen términos coloquiales o anacrónicos, como “zurriagazos”, para referirse a golpes o azotes; si bien zurriagazo es una palabra castellana, su uso en el contexto de una novela de alta fantasía resulta extraño y chocante, sacando momentáneamente al lector del ambiente pseudomedieval. A lo que se añade que apellidos como el de Manon se traduzcan y otros como el de Rowan no.
Por suerte, el lector involucrado en la trama podrá pasar por alto estos tropiezos estilísticos tras el desconcierto inicial, pero es una lástima que una novela de tal calidad vea disminuida su inmersión por cuestiones de traducción. Conviene señalarlo: quienes puedan leer en inglés quizás prefieran la versión original para apreciar plenamente el estilo de la autora, dado que la edición en castellano no le hace completa justicia en el plano lingüístico. Eso sí, ya tenemos actualmente una edición especial en tapa dura y con los cantos coloreados, que es lo que está de moda.
En conclusión, Heredera de fuego arde más brillante que nunca dentro de la saga de Trono de cristal y completa la transformación de la asesina Celaena en la futura Aelin. Ahora nos queda por saber si es digna heredera al trono.
Reseñas anteriores de la saga:
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