«El cimmerio no pensó mucho en esos dioses; sabía que la religión de los zamorios, como la de todo pueblo civilizado, era intrincada y compleja y había perdido su esencia original en medio de un laberinto de rituales y dogmas. Había estado muchas horas en cuclillas en los patios de los filósofos, escuhando a teólogos y maestros y se había ido de allí confuso y con una sola idea clara: estaban todos locos».
Puro pulp
La historia nos presenta a un Conan joven, temerario e imprudente, que tras escuchar en una taberna (¿dónde si no?) rumores sobre una fabulosa joya oculta en la siniestra Torre del Elefante, decide, sin plan ni medida alguna, ir a por ella. Como no podía ser de otra manera, esta aventura se convierte en un festival de monstruos, magia oscura y peligros, que concluye con un interesante giro final que sirve como una pequeña pero elegante reflexión sobre la codicia humana y el poder salvaje de la brujería.
La trama, sencilla y directa, encapsula a la perfección el espíritu del pulp. Howard, discípulo aventajado de H.P. Lovecraft, impregna la historia de un aura cósmica y siniestra, especialmente con la aparición de seres semidivinos y criaturas que podrían formar parte perfectamente del panteón del escritor de Providence, pero además, es inevitable ver las referencias a John Merrick, el tristemente célebre Hombre Elefante (al que la película de Lynch y el From Hell de Alan Moore captaron tan bien), en esa mezcla perturbadora de humanidad, crueldad y tragedia que destila el relato.
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Conan haciendo amigos. |
La visceralidad del bárbaro
Creo que era Novalyne Price, la única pareja y amiga de Bob Dos Pistolas, quien decía que Howard no se imaginaba el mundo de Conan, sino que el propio bárbaro se le aparecía en visiones y le narraba al escritor su vida. Así, Howard era, simplemente, un cronista que, con su prosa, volcó toda la visceralidad y la fuerza del personaje en sus páginas. Pero ¿cómo se logra esto en el dibujo?
Visualmente, el trabajo gráfico de Quique Alcatena es el mayor atractivo de esta adaptación. El dibujo en blanco y negro remite directamente a las clásicas páginas de La Espada Salvaje de Conan, creando una atmósfera brutal y detallista. Alcatena, claramente inspirado por la versión legendaria de Barry Windsor-Smith (la cual leyó con quince años), entrega un trabajo magnífico que se disfruta especialmente en la edición de gran tamaño que ofrece Aleta Editorial. Aunque algunas imágenes pecan de cierta rigidez, restando fluidez narrativa en ciertos momentos, el diseño de personajes y escenarios son espléndidos, y herederos del mundo salvaje y evocador propio de Howard.
En cuanto al guion, Álvarez toma una decisión inteligente: si el relato original funciona perfectamente, ¿para qué arreglar algo que no está roto? Su adaptación es fiel y respetuosa, sin experimentos innecesarios ni vueltas de tuerca que podrían acabar torciendo el resultado final. Esta decisión, si bien puede parecer conservadora, asegura que la esencia del relato original llegue intacta a nuevos lectores y deleite a los veteranos.
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Conan adoptando un gato. |
Una nueva versión del clásico
A nuestro país ha llegado recientemente gracias a la edición en tapa dura de Aleta Editorial, que además incluye un breve texto introductorio del propio Álvarez que contextualiza y añade valor a la lectura. Un pequeño lujo editorial que merece destacarse en estos tiempos donde algunos cómics parecen estar impresos en papel de periódico.
En definitiva, esta adaptación de La Torre del Elefante no reinventa la rueda, pero la hace girar de forma más que digna. Una obra recomendada tanto para nuevos bárbaros en busca de aventuras como para veteranos curtidos en la Era Hiboria que quieren reencontrarse con uno de los relatos más emblemáticos del bárbaro de Robert E. Howard.
Puedo aportar que tuve el gusto de ver dibujar a Quique Alcatena, en una clase magistral. Fue notable verlo dibujar directamente en tinta china, terminando en un dibujo increiblemente complejo.
ResponderEliminarSaludos.
Un crack, sin duda alguna. ¡Gran oportunidad tuviste!
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