Macbeth (2015): hundidos en un mar de sangre


El primer plano de Macbeth es el entierro de un niño; el último es de un crío desapareciendo con una espada, bajo un cielo sangriento. Esos dos momentos redefinen esta versión del clásico de Shakespeare, donde se nos presenta al protagonista y a su esposa como dos seres consumidos por un mal que tiene una explicación. No someteré este texto a una supuesta doble lectura donde me rompa la camisa hablando sobre si el director y los guionistas establecen que aquellos que no tienen hijos se convierten en villanos, sino que me centraré en cómo se humaniza a ambos personajes a través de estos momentos de la película.

La fotografía de la película es magnífica.

La caída del guerrero


Este Macbeth retoma los diálogos en verso de la tragedia escrita por William Shakespeare, pero a su vez busca añadir ciertos pasajes poéticos a partir de las imágenes, la música y el color. Aunque la cámara lenta me chirríe por su abuso en ciertos momentos, se agradece que la película no se haya conformado con ser una más de las docenas de adaptaciones que hay de la tragedia. No está a la altura del Trono de sangre de Akira Kurosawa, pero es una de las obras donde más notamos la persistencia del Bardo.


La película busca ser visceral y aunque no llegue a la visceralidad de los sacrificios de series contemporáneas con esta como Vikings, comparte en su interior algo más que las bases que Shakespeare dio a la tragedia angloparlante: el poder visual para desencadenar el horror de los personajes arrastrados por la ambición. Lo vemos en la caída de Macbeth, pero también en la caída de Ragnar. Y así con tantos y tantos otros personajes que hablan inglés (véase Michael Corleone). E incluso se perdonan cambios, como el relacionado con el bosque: aquí el ejército inglés (no hay que olvidar la labor propagandística de algunas obras shakesperianas) no se oculta tras los árboles sin más, sino que queman el bosque. En un hábil giro, el excelente director de fotografía, Adam Arkapaw, opta por teñir la imagen de rojo y la sempiterna lluvia escocesa se vuelve brasas del bosque y un presagio sanguinolento de muerte.


En cuanto al reparto, interpretar una obra de Shakespeare siempre es un riesgo. Bien parada de ello sale Marion Cotillard, como Lady Macbeth, y lo mismo puede decirse de un Michael Fassbender como protagonista, que no siempre puede explorar su vertiente tan oscura como en este film. Paddy Considine da vida a Banquo y se prepara para su futuro papel como el rey de La Casa del Dragón. El resto del reparto también cumple, aunque siempre hay que destacar a David Hayman como Lennox, quien posee una voz que reverbera en cada uno de los espectadores (solo hay que ver su famoso diálogo con el rey Duncan, aquí David Thewlis, donde se habla de cómo la fortuna es una ramera).


Una de las mejores escenas de la película... y de las más incómodas.

Visceralidad y versiones


En algunas críticas he leído que el estilo de Justin Kurzel ralentiza la película, pero en mi caso ha sido todo lo contrario. Conozco el texto original y he visto otras adaptaciones y, en ningún momento, se me ha hecho larga. Si acaso, he echado en falta un momento entre el crimen y la cabeza llena de escorpiones de Macbeth para notar esa transición, el inicio de la caída en una espiral de destrucción. También he leído quejas sobre el «realismo» o la falta de rigurosidad histórica, pero bien me temo que soy de esos que piensa que Shakespeare escribía fantasía y no tratados.


Como siempre, ver diferentes versiones de un clásico nos permite comprender cómo este ha evolucionado y cómo cada creador le da una nueva vuelta. Y es que los temas de Macbeth (la traición, el asesinato, el destino…) siguen vigentes, son universales, y, además, nos hacen sentir que esa huella se ha filtrado en el ADN angloparlante, con obras tan dispares como El corazón delator de Poe (esos remordimientos por el crimen cometido…), los duelos dinásticos de Canción de Hielo y Fuego, o incluso la visión mágica de novelas tan dispares como Trono de Cristal de Sarah J. Maas.

Por último, en medio de los fantasmagóricos paisajes de Escocia, donde las Hermanas Fatídicas podrían aparecerse en cualquier momento, Kurzel crea un gran momento de paralelismo entre el nuevo rey de Escocia y el niño que debe convertirse en padre de reyes. ¿Huirán de su destino? ¿Se consumirán bajo la malicia de Macbeth? ¿Habrá un duelo entre ellos? ¿Se condenará a otros a repetir la tragedia del bravo guerrero? ¿Podría Fleance huir de su destino? Preguntas con múltiples significados que desaparecen bajo un cielo escarlata, bajo un cielo digno de un trono de sangre.


La batalla del inicio del film se convierte en un cuadro si elegimos cualquiera de sus fotogramas.

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