Crítica del manga Noragami, entre dioses y monstruos nipones


Veintisiete tomos más tarde concluye Noragami, un manga que comencé a leer allá por 2017 (más o menos cuando empecé a dar clase), para saber cómo concluía el anime, que quedó en un limbo. Durante todo este tiempo, la serie del dúo que firma bajo el seudónimo de Adachitoka (un dúo formado por dos mangakas, Adachi y Tokashiki) me ha acompañado y parece increíble que haya pasado tanto tiempo. Además de inspirarme a la hora de escribir mi novela más otaku (La Eternidad del Infinito), debo reconocer en Noragami hay algo de magia en esas obras que te siguen mucho tiempo e incluso puede que, a riesgo de cargarse nuestra objetividad, hagan que el viaje merezca más la pena que el destino. El final de este manga, aunque imperfecto y un tanto apresurado en algunos aspectos, cumple con las expectativas emocionalmente, cerrando ciclos importantes y dejando al lector con una sensación de nostalgia y satisfacción por haber compartido este viaje.

El camino de Yato, el dios del chándal

Para aquellos que no les suene de nada Noragami, en su día hablé del anime del joven dios fracasado Yato y sobre cómo accidentalmente se unía a Yukine, una especie de arma divina encarnada en un joven fantasma, y a Hiyori, una adolescente que quedó entre los vivos y los muertos. Juntos se enfrentan a demonios, espectros y dioses en una interesante reinvención de la mitología japonesa. El anime es bastante fiel al manga e incluso añade algunos grandes momentos (como el final de la primera temporada); por desgracia, quedó inconcluso.

Por suerte, quedaba el cómic. A lo largo de estos veintisiete tomos, hemos visto evolucionar a Yato desde ese dios menor obsesionado con tener su propio templo hasta convertirse en alguien más maduro, capaz de sacrificarse por quienes ama. Esa transición ha sido uno de los mayores aciertos del manga, mostrando que incluso las divinidades pueden aprender de sus errores.

Por el camino hemos tenido grandes momentos, buenos personajes y una sensación de compartir una larga aventura. Imposible olvidar arcos argumentales como el pasado de Bishamon o la caída y redención de Yukine. Son estos momentos donde Noragami muestra su mayor fuerza dramática, equilibrando perfectamente el peso emocional con una acción vibrante. 

Además, no solo los protagonistas son memorables. Noragami cuenta con personajes secundarios carismáticos, desde Kazuma hasta la compleja Nora, que aportan profundidad y diversidad emocional a la trama, aunque algunos merecían más desarrollo. Todo esto pese a que algunos de ellos como Nora, Yukine o el resto de dioses se hayan terciado como secundarios en ese gran enfrentamiento que no deja de ser el enfrentamiento entre un padre y un hijo. 

Sobre esto último, el conflicto central entre Yato y su padre es una reflexión sobre la identidad, la herencia emocional y cómo las decisiones familiares pueden condicionarnos. No obstante, puede que el tercio final de la serie se haya centrado demasiado en todo esto y haya perdido la posibilidad de seguir creciendo en otras vertientes.

El accidente que unió a Hiyori y Yato.

Aventuras y religiones

Si por algo me gustó tanto el anime como el manga, más allá de sus estupendos diseños, fue por cómo mezclaba con habilidad el drama de sus personajes con las aventuras, la acción y, por supuesto, el humor. Aunque pienso que la serie se perdió mucho en sus últimos volúmenes (el tiempo de publicación entre números tampoco ayudó) y creo que se convirtió en un caos innecesario, el final nos regala suficientes buenos momentos para redimirla.

A todo esto, lo acompaña el excelente dibujo del que siempre ha hecho gala este manga. Desde la composición hasta la narrativa, nos despedimos de una de esas obras donde cada página mostraba el trabajo deslumbrante de sus autoras. Lástima que no haya sido más reconocido, sobre todo cuando la serie se alargó debido a la rotura de brazo que sufrió la dibujante de la dupla, según algunas fuentes.

Antes mencionaba la mitología y las religiones japonesas, y este ha sido otro de los puntos fuertes de la obra. Otra de las virtudes de Noragami es cómo logra adaptar, con gran respeto y originalidad, el vasto folclore nipón, acercando criaturas, mitos y leyendas al público occidental sin perder por ello su esencia, algo que no siempre consigue el manga contemporáneo. Además, fue muy interesante visitar los templos de algunos de estos dioses durante mi visita a Japón. Una obra así solo podría surgir en el país del sol naciente, aunque en algunos instantes, toda esta cosmogonía se pueda volver muy compleja para el lector que no sea oriental.

Mi arco favorito del manga: la guerra entre dioses.

Redimir a Yato

Al final, Noragami ha sido como el propio Yato: un manga menor que ha sobrevivido a base de una pequeña legión de fanáticos. Nunca ha sido una serie ni un dios con muchos adoradores, pero los fieles que ha tenido, han hecho de todo por ella. Aunque no alcanzó la popularidad explosiva de títulos como Jujutsu Kaisen o Chainsaw Man, Noragami tiene en común con ellos una mezcla de acción, elementos oscuros y humor juvenil, mostrando cómo se puede contar una historia sobrenatural sin sacrificar una narrativa emotiva. Por ejemplo, la pequeña pero entusiasta comunidad de Noragami ha mantenido viva la serie mediante fanarts, teorías y discusiones apasionadas. Es una muestra de que, aunque no sea masivo, un manga puede tener un impacto real y significativo.

Noragami está lejos de ser una obra excelente como, por ejemplo, Ataque a los titanes, pero sí ha sido un manga entretenido, que se ha merecido más reconocimiento del que ha tenido y que ojalá hubiese acabado su serie animada. Sin embargo, si algo nos enseñó el propio Yato es que, a veces, por mucho que se ruegue a los dioses, al final todo depende de uno mismo.

Que Yato nos bendiga (aunque sea por cinco yenes...).

Acción, humor, drama y aventuras. Noragami lo tenía todo.


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