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El consuelo o el tormento de la página en blanco puede permitirnos encontrar algo de sentido cuando nada más nos acompaña en la vigilia de las palabras. // Imagen de dominio público. |
“A
veces, Bill escribía cuentos con ella [una máquina de escribir Underwood]. Lo
hacía con más frecuencia desde la muerte de George. La ficción parecía calmarle
la mente”.
STEPHEN KING,
It “Eso”.
Sí,
ya sé que no estamos ante una frase aparentemente trascendental, de esas que
tienen que aparecer en wikiquote o tatuada en la frente de algún fan acérrimo
de la obra de Stephen King (que, oiga,
cada uno se tatúa lo que quiera, desde una frase del escritor de La Torre Oscura hasta los mensajitos del Jóker del Escuadrón Suicida, sin olvidar algo
en caracteres japoneses que realmente diga «pollo agridulce» o, si eres
Blake Lowe, una estrella de ocho puntas en el jeto). En realidad (y sí, tras el
anterior y largo paréntesis volviendo a lo que realmente quería decir), esta es
una de esas oraciones que me llaman la atención por el nivel al que puedo
sentirme identificado debido al mensaje que nos envía el autor de Maine con Eso (It).
Muchas
veces he hallado consuelo en las palabras cuando algo me ha salido mal o
cuando todo me ha parecido un desastre o un caos. Mi deseo ha sido siempre
hallar algo en esos mundos de ficción que creo mientras junto palabras.
Pensaréis, tal vez, que todo esto es presuntuoso, pero, en realidad, solo soy
una persona intentando no sentirse vencida y confiando en que esa llama que
arde y le impulsa a querer escribir a todas horas sirve para algo. Puede que
todos seamos ilusos que nos decimos algo sobre lo que nadie dice nada para que
así no sintamos que nos devora el silencio.
A
menudo, y no creo que esto que vaya a decir sea sorprendente para nadie, los
autores usamos los peores momentos que sufrimos para crear. No es agradable,
pero, en algunos instantes, cuando todo nos duele y nada tiene sentido, lo
importante es que hay una voz en nuestro interior, algo maléfica, que piensa: «esto
lo puede padecer alguno de mis personajes, a partir de ahora, que ya he sentido
algo tan terrible, ya tiene razón de ser que mis héroes y villanos experimenten
esto». Vivimos para alimentar el papel en blanco y la tinta.
Concebir
mis diferentes historias me ha ayudado desde que era aquel crío de nueve años
que empezaba a contar cuentos y fue lo mismo que no hizo que abandonase todo
cuando era un adolescente. En historias como Hollow Hallows he hallado algo de
mí, cuando sentía una pena inmensa, y en Devon Crawford y los Guardianes del Infinito me ilusionaba por pensar que había algo de esperanza, al final del
camino.
Y
cuando todo es una tormenta, una vorágine que no se detiene, de lo poco que
puede poner algo de orden es la literatura, ajena o propia. Y, a veces, no nos
calma como al bueno de Bill el Tartaja, pero sí que nos permite pensar que, en
un sujeto, un verbo y un predicado, haya sentido para todo o para nosotros
mismos. Es un buen consuelo. ¿A vosotros os ha pasado?