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Imagen de dominio público. |
Había sido un trabajo costoso, pero debía hacerse.
Sacudió el sudor de su frente, gesto de descanso tras obra laboriosa.
Tenía las manos llenas de sangre. El líquido espeso cayó sobre sus ojos, intentó apartárselo. Luego, tosió, pero no escupió sangre. No era suya.
Hizo un esfuerzo y cogió de nuevo el mazo.
Acto seguido, tragando saliva, hundió una y otra vez el arma contra la cabeza… O lo que quedaba de ella.
Sus manos vibraban con cada golpe, sinónimo de los últimos estertores de vida que le quedaba al otro. Estaba descubriendo un mundo nuevo: un lugar desconocido para él en las tinieblas. Se sentía bien, aunque cansado.
Después, todo cesó.
Entonces, empezaron a brotar los pensamientos.
No podía ser real.
¿Cómo había llegado a aquella locura? ¿No se daba cuenta de que aquel asesinato era un error? ¿No se paró a pensar en que, más allá de los remordimientos, tendría muchos problemas legales? Nada sería igual desde entonces en su vida, todo habría cambiado para siempre…Eso le preocupaba, le hacía recuperar intensamente y…
Abrió, poco a poco, y con dificultad, sus ojos. Había estado soñando…
Le costó aún así poder ver algo.
Demasiado.
Le dolían no sólo los brazos, sino también los párpados.
¿Por qué tenía una costra de sangre en los ojos?
Entonces, supo, con horror, que los sueños, en ocasiones, matan en la realidad.