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Como siempre… El aparcamiento del hipermercado del meridiano de Saturno estaba lleno de naves, aunque la zona de “100 plazas” estaba casi vacía, como casi siempre. ¿Por qué? Eso no es un asunto que concierna a nuestra historia, lo siento. Los hechos que voy a narrar son verídicos, aunque hayan ocurrido 2000 A.D.
Todo comienza con una nave especial morada con motas blancas para recordar a una vaca insectoide de Rasakapoulus V. Estaba siendo aparcada en su plaza de las cien y el hombre de bronce, el conductor, descendía de ella con las gafas de sol puestas (porque opinaba que le quedaban francamente bien), mientras, su acompañante, la chica de cristal bajaba también, hablando sobre las desapariciones de abejas y dejando que un poco de arena cayese de su melena cristálica.
—Creo que las abejas están emigrando a su planeta– dijo la chica aunque se dio cuenta de algo que no tenía que ver con aquello, sin con ellos mismos–. ¿No vas a cerrar la nave?
—Querida, ¡no te preocupes! ¡No seas, matadiversiones de Uru! ¡Esto es una nave moderna! Después de cien ciclos, si nota que está abierta, se cierra ella sola si ve que nadie usa el hidromotor ni la cápsula del relativo tiempo.
—¿Seguro?
—¡Segurísimo, signorina! Esto es más fácil que atar a un kraken a la olla.
Dos horas después, tras ver en el astrocine la película de “Comandante Multicolor” y comprar una deliciosa pizza con pedazos de Ñu bicéfala, fueron hasta la plaza de las cien donde se hallaba su nave.
—Hurm… ¿No estaba aquí la nave?– preguntó la jovencita de cristal.
—Seguro que no. Busquemos mejor… Ay, qué bien huele el ñu.
Dieron otra vuelta y volvieron a la misma plaza vacía.
—¿Seguro que era aquí?– preguntó el hombre de bronce.
—Sí, creo que sí… He dejado un poco de arena al bajarme– dijo la chica.
—Vaya, menos mal que no me has ensuciado la tapicería– dijo el hombre de bronce, semifundiéndose por el calor.
—Pero, ¿te das cuenta de lo que ha pasado?
La mujer de cristal lo veía todo bastante cristalino y el hombre de bronce bastante… ¿Bronceado? Quizás, porque soltó:
—¡Claro que sé lo que ha pasado! ¡Es alucinante! ¡Hay que ver cómo está la multigalaxia últimamente! ¡Mi nave es tan moderna que incluso se ha hecho invisible!
Le costó encontrar explicación cuando abrió una especie de puerta de la nave y se sentó… Cayéndose sobre el suelo. La dama de cristal encogió sus hombros donde se reflejaba el hombre de bronce y él dijo:
—Nada, seguro que ha ido a poner gasolina atómica para el deposito devorador.
La dama de cristal se encogió de nuevo de hombros: el bronce no podía romperse ante la tristeza de la verdad y el cristal podía ser tan duro como para dejar que la luz de las lágrimas sólo le atravesase. ¿Optimismo por naturaleza? Da igual, optimismo, que es lo importante.
Lejos, una débil luz brilla sobre la colonia de Marte, uno de sus cráteres, con forma de sonrisa, no deja de sonreírles. Eso debe ser el optimismo, nunca dejar de sonreír.
Lejos, una débil luz brilla sobre la colonia de Marte, uno de sus cráteres, con forma de sonrisa, no deja de sonreírles. Eso debe ser el optimismo, nunca dejar de sonreír.
Como siempre…
*
BREVE EXPLICACIÓN y DEDICATORIA: Este microrrelato va de una conversación que tuve el viernes. Decidí ambientarla en otro lugar, cambiar cosas y jugar con la realidad para modelarla de otra manera. No tiene ninguna moraleja (o tal vez sí: “no seas idiota con tu nave” o “no pierdas el optimismo”), pero me ha permitido hacer referencias a la revista 2000 A.D., “Doctor Who”, películas de superhéroes, el nombre de un héroe pulp e incluso a cierta expresión que usa un antihéroe (como siempre, espero que vosotros seáis los que captéis esos guiños)... En fin, para concluir, darle las gracias a Elsbeth por la idea para este relato, pues seguramente sea la mejor mujer cristalina que conozco.