07/08/2011
…Trruuuuum… Rutrummmmm…. Nunumrutrummm…
…
Abrió los ojos muy rápido. Se le estaba pegando. Estaba durmiendo cuando de repente…
¡EL ESTRUENDO!... ¡¡¡EL TEMBLOR!!!
Encendió la luz de la mesilla y vio que temblaba…
Empezó a chillar desesperadamente, mientras se abría paso por la habitación. Golpeó el ropero y este cayó… Aunque quizás fueran los temblores.
Todo el mundo se agitaba como un inmenso cóctel.
—¡Un terremoto! ¡Madre del amor hermoso!
Salió corriendo en calzoncillos a la calle bajo la atenta mirada de varios vecinos que empezaban a hacer su día.
Siguió chillando hasta que se serenó.
Nada se movía ya.
Oh, no...
Le había pasado otra vez.
No sólo pensar que llevaba calzoncillos puestos cuando no los llevaba, sino lo otro: LO DE SIEMPRE.
Había vuelto a pensar que el ruido y temblor, tan desagradables y tan habituales, eran los síntomas de un terremoto cuando, realmente, era la simple alarma de su despertador, zumbando sobre la mesilla.
Poco después, en la acera el reloj hecho añicos parecía reírse con el viento. Su idea de suicido se había cumplido… justo a tiempo.