Relato: El ornitorrinco

Sí, esta entrada va sobre ornitorrincos. Pixabay.

Tenía once años y mi profesora nos obligaba a escribir cuentos, como deberes. Supongo que ahí nació también, en parte, la idea de querer escribir. Me pareció tan raro que en el instituto casi nunca hubiera “hacer un cuento” de tarea… Por suerte (o por desgracia, quién sabe), no dejé de escribir.

Este relato se debe a que días antes la maestra nos mandó a hacer una descripción de un ornitorrinco, a lo que sumó hacer después un relato… Uní piezas y salió esto. Un cuento que luego toda la clase debía copiar para ir pillando ortografía. Se aceptaban sugerencias. No sé si hay muchos cambios de mis compañeros. Lo siento por ello.
Hay cosas de este relato que visto de las distancias no me gustan: el título, el nombre de los ornitorrincos es demasiado humano, no sé a qué viene el “zooloco” (Carlos de once años, disculpa a tu Carlos adulto por no entender tu mundo), el final es algo apresurado… Pero me gusta, dentro de lo que cabe, porque en los diálogos hay algo de expresividad y fui capaz de relacionar una pregunta de esa que todos nos hacemos con otra cosa (ya veréis).
Le guardo cierto cariño y sé que hay una edición del periódico de mi colegio con este cuento y unos dibujos de entonces. Si algún día los encuentro, los ocultaré bajo llave os los mostraré gustosamente. 
Sin más preámbulos, os dejo con esta superproducción, este cuento, sin ningún tipo de corrección salvo algún fallo ortográfico. Espero que os sea leve.œ

“El ornitorrinco”.

Érase una vez un ornitorrinco que jugaba con sus tres hermanos en el lago. Él se llamaba Claudio y sus hermanos: Pedro, Miguel y Rafael.
—Hermanos, ¿a que no sabéis qué somos?– les preguntó Claudio con aire de enteradillo.
—Animales, ¿qué si no?– le contestó Miguel.
—Sé más preciso, somos mamíferos– puntualizó Pedro.
—No, nosotros somos monotremas– concretó Rafael.
—Ninguno ha dicho el término exacto, somos ornitorrincos– les dijo Claudio.
—Ja, ja, ja… y yo me lo creo– corearon sus hermanos al unísono.
—Vamos a preguntárselo a mamá– les propuso Claudio, algo irritado.
Tras dos horas llegaron a su madriguera, excavada en los márgenes del río, y le expusieron a su madre la cuestión:
—Mamá, mamá, ¿qué somos?
— ¡Ay, ay, ay… no tengo un hijo loco! ¡Tengo tres, Dios mío!– exclamó preocupada su madre.
—Ahora mismo llamaré al ornipsiquiátrico– manifestó su padre.
Le dieron cita en el zooloco para la semana siguiente.
Después de ser examinados por el ornipsiquiatra, les fue comunicado a sus padres que sus hijos gozaban de muy buena salud mental y que su único problema era la gran ignorancia en la que estaban sumidos, debido a la falta de comunicación entre padres e hijos.
Y colorín colorado este ornitocuento ha acabado.


PD: ¡Ah! Y este relato (microrrelato, cuento, lo que sea...) fue antes de que llegase este señor...

Nuestro mejor agente secreto. Fuente.

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