Asombroso, sí, pero todo aquello ocurrió sólo por dos peniques.
Sus padres lo habían criado para ser un niño honrado y él se obsesionó con ser un buen crío. Pero, un día, el dueño de la tienda de golosinas le devolvió más dinero sin querer y él se calló y se fue con ese dinero: dos peniques.
Los remordimientos fueron terribles y, durante semanas, no pudo dormir ni jugar ni vivir. Todos los dulces ahora le sabían a hiel.
Cuando fue de madrugada a la tienda, tras despertar de una horrible pesadilla, descubrió que el anciano propietario había muerto.
Desde entonces, el niño se maldijo hasta que fue un adolescente y siguió dándose asco y, cuando ya era adulto, se odiaba con toda su alma.
Todo lo que hizo en su vida fue para compensar el error de los dos peniques de más. Eso le llevó a estudiar los más avanzados campos de la ciencia, creyendo fehacientemente en la posibilidad de viajar en el tiempo y cambiarlo todo.
Sin embargo, cuando cumplió cien años y le dio el infarto que acabó con su existencia, se encontró solo entre un montón de herramientas y cachivaches inservibles. No tenía mujer ni hijos ni amigos ni perro que le ladrase ni cuervo que le arrancase los ojos. Entonces, descubrió la moraleja de su historia: había malgastado su vida por dos peniques.
Murió cuando supo que volver al pasado era imposible. Si hubiese descubierto como viajar, cuando niño ya se hubiera encontrado con aquella versión anciana de sí salvándole. Además… ¿No habría pasado como en las tragedias griegas, como Edipo, que al intentar evitar una tragedia del destino, se acababa cumpliendo?
Y nunca supo que el señor de la tienda de golosinas le dio dos peniques más, simplemente, porque era un muchacho tan honrado que le caía bien.
Asombroso, sí, pero todo aquello ocurrió sólo por dos peniques.