![]() Hoy toca escribir la reseña más difícil que he escrito para la web: Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes. «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...» Comienza así la aventura literaria más influyente de la historia en español. Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes ha sido aclamada como la primera novela moderna y la más grande jamás escrita, pero acercarse a este monumento literario no implica hacerlo con reverencia ciega: la mejor novela en español se presta a una lectura desenfadada y profunda a la vez, es un libro para pensar y para sentir, para reír y (por qué no) para morder un poco la mano del propio Cervantes. Cervantes: entre la libertad y la locuraMiguel de Cervantes Saavedra llevó una vida tan novelesca que bien podría ser un personaje de su Quijote. Soldado en la batalla de Lepanto, donde perdió el uso de la mano izquierda, conoció la gloria marcial y el dolor físico del héroe manco. Poco después, fue capturado por piratas berberiscos y pasó cinco años cautivo en Argel, organizando intentos disparatados de fuga y forjando "insólita amistad" con sus captores. De aquella experiencia surgió un anhelo visceral de la libertad por encima de cualquier tesoro. No sorprende, entonces, que en Don Quijote aparezca una de las más bellas odas a la libertad jamás escritas: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; (…) por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. Cervantes sabía de lo que hablaba; quien ha probado el cautiverio valora la libertad como nadie. Don Quijote proclama esas palabras al liberar a unos galeotes encadenados, eco directo del autor liberándose a sí mismo de las cadenas de Argel en el terreno de la ficción. De regreso a España, tras esa odisea, Cervantes vivió otra vida: la del burócrata itinerante. Consiguió un modesto puesto como recaudador de impuestos en Andalucía, lo que lo llevó a recorrer pueblos y ventas polvorientas, no muy distinto de su futuro don Quijote cabalgando por los caminos. ¿No es esta la misma pulsión que lleva a Alonso Quijano a salir de su aldea convertido en caballero andante? Ambos, autor y personaje, sienten que el camino es la vida misma y la libertad su llama. En esas andanzas Cervantes también sufrió prisión (esta vez en Sevilla, por líos de cuentas), y la leyenda cuenta que fue en la cárcel donde empezó a gestar la novela. Si así fue, qué hermosa ironía: un cautivo imaginando a un loco libre. Cervantes tenía ya más de cincuenta años cuando publicó la primera parte de Don Quijote en 1605. Su carrera literaria hasta entonces había sido irregular: intentó sin mucho éxito ser dramaturgo (opacado por el “fénix de los ingenios” Lope de Vega), y había escrito una novela pastoril filosófica (La Galatea) que pocos leyeron. En cierto modo, Cervantes se hallaba en una encrucijada de identidad, como su propio hidalgo protagonista. Así como Alonso Quijano decide renombrarse Don Quijote de la Mancha y reinventarse a los 50 años, Cervantes se reinventó como novelista a una edad en que muchos de sus contemporáneos ya pensaban en retirarse. “Yo sé quién soy”, hace decir Cervantes a don Quijote en un arranque de orgullosa afirmación personal, “y sé que puedo ser… todos los Doce Pares de Francia”. Esa frase de identidad desafiante e imaginativa podría aplicarse al propio autor: Miguel de Cervantes supo finalmente quién era (un escritor nato, no un funcionario ni un segundón de Lope) y demostró que podía ser no solo uno más, sino el Cervantes, el ingenio máximo de la literatura española. Sin embargo, el tono mordaz (y de eterno juego de perspectivas, narradores, doble sentido) nos obliga a señalar que Cervantes alcanzó la fama de forma paradójica. Él anhelaba ser reconocido como poeta y dramaturgo serio, y lo consiguió… pero gracias a una novela. Don Quijote le dio la fama que siempre anheló. Imaginemos al veterano manco de Lepanto, acostumbrado a penurias, de pronto encumbrado por contar la historia de un hidalgo chiflado. Cervantes debió sonreír con amargura y deleite mezclados: su sátira de los libros de caballerías triunfaba entre aristócratas y plebeyos, pero ¿captaban todos la profundidad de su obra? ¿O reían muchos lectores de las locuras de Don Quijote sin percibir la reflexión profunda sobre la realidad y la identidad que latía debajo? Cervantes, siempre astuto, se aseguró de que el Quijote funcionara en múltiples niveles: como burla, como aventura, como ensayo sobre la condición humana. Si algunos se quedaban en la superficie, allá ellos. Desde el prólogo, donde finge un tono humilde y autoparódico, Cervantes nos guiña el ojo: esta novela es mucho más que un libro para provocar la risa. La vida de Cervantes fue de película... de película buena, no la que está haciendo Amenábar. Literatura e identidadCervantes hilvana en Don Quijote los grandes temas universales que vivió en carne propia. La libertad, ya mencionada, está en muchos episodios: no solo la célebre arenga a Sancho sobre el valor supremo de ser libres o el episodio de los galeotes, sino también la insistencia del Quijote en pensar y actuar por cuenta propia, aunque el mundo lo tenga por loco. Porque la locura es el otro gran pilar: ¿locura o lucidez? Alonso Quijano pierde el juicio por leer demasiadas novelas de caballerías “del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”, nos dice Cervantes con sorna científica. Esa línea es un guiño metaliterario: ¿acaso no nos sucede a todos los lectores empedernidos un poco lo mismo? Don Quijote es el lector llevado al extremo, alguien que decide vivir su vida como si fuera las historias que ama. En su caso, la fantasía caballeresca le hace arremeter contra molinos creyendo que son gigantes, pero ¿quién no ha visto gigantes donde solo hay molinos cuando la imaginación se enciende? Cervantes convierte la locura en un espejo: nos reímos de la demencia de Don Quijote, sí, pero también nos reconocemos en su loca intensidad al perseguir sueños. Al final, ¿quién está más loco: el hidalgo que ve el mundo como debería ser y no como es, o los cuerdos que aceptan pasivamente una realidad mediocre? (O como diría Obi-Wan, ¿quién es más loco? ¿El loco o el loco que sigue al loco?). La novela sugiere que un poco de locura idealista quizá sea la mayor cordura. Ligada a la locura está la literatura misma. Don Quijote no solo es una novela, sino un libro sobre los libros. Dentro de la narración encontramos incontables referencias literarias: poemas burlescos en el prólogo, el escrutinio de la biblioteca de Quijano (donde el cura sentencia que “No hay libro tan malo, que no tenga algo bueno”, salvando algunos textos de la quema inquisitorial), y hasta personajes que han leído la Primera Parte de Don Quijote cuando llegamos a la Segunda Parte. Cervantes juega con los niveles ficcionales: inventa un narrador árabe (Cide Hamete Benengeli), intercala novelas cortas dentro de la novela (como la historia de El curioso impertinente), y rompe la cuarta pared con maestría. Este festín metaliterario podía haber sido un desastre caótico en manos menos hábiles, pero en el Quijote funciona milagrosamente. La aparente dispersión de episodios (que si el bálsamo de Fierabrás, que si los rebaños de ovejas confundidos con ejércitos, que si la penitencia en Sierra Morena, etc.) va tejiendo un tapiz riquísimo de significados. Cervantes se burla de los libros de caballerías imitándolos, sí, pero al hacerlo crea un libro nuevo, inclasificable, que reflexiona sobre sí mismo. Lo que empezó como sátira literaria se transformó en la primera novela polifónica del mundo, donde muchas voces (Quijote, Sancho, narradores, personajes secundarios) dialogan y debaten, inaugurando la modernidad narrativa y también hablándonos del poder de la ficción. En resumen, es literatura sobre la literatura, pionera en su género, pero al mismo tiempo es entretenimiento puro. ¡Esa es la mayor locura cervantina!: logró escribir una parodia tan buena que superó a las obras parodiadas, dándoles la vuelta. Por último, el tema de la identidad atraviesa la novela entera. El protagonista no acepta ser el simple hidalgo Alonso Quijano; se inventa un alterego heroico, Don Quijote, y un mundo a medida de su imaginación. En tiempos de rígidas jerarquías sociales, él decide ser quien desea ser. La búsqueda de identidad se ve en todos los niveles: Sancho Panza también evoluciona, de labrador bonachón a gobernador imaginario de ínsulas (en el juego de roles que su amo le contagia). Incluso personajes episódicos encarnan diversos yo: Dorotea fingiéndose princesa Micomicona, el bachiller Sansón Carrasco convertido primero en el Caballero del Bosque y luego como Caballero de la Blanca Luna para enfrentar a Don Quijote. ¿Quién es quién en este carnaval de identidades? Cervantes nos muestra que la identidad es, en parte, relato: somos las historias que nos contamos sobre nosotros mismos. Don Quijote elige contarse una historia grandiosa (es un caballero investido de misión divina) y vive acorde a ella. ¿Es un loco por eso? Tal vez, pero también es libre y auténtico en su locura, más que muchos cuerdos esclavos de convenciones. Cervantes, que firmaba como el manco de Lepanto, sabía de la construcción de la propia identidad a partir de la fama y la anécdota personal. Al final de la novela, cuando Don Quijote recupera tristemente la cordura (si es que alguna vez la perdió) y reniega de sus sueños caballerescos, sentimos que muere algo más que Alonso Quijano: muere el espíritu de la imaginación. Vivió loco y murió cuerdo, y nos deja la inquietante pregunta de qué vida fue más plena. Cada relectura del Quijote nos enfrenta a ese dilema de identidad: ¿somos quienes debemos ser o quienes queremos ser? La respuesta, como la cordura y la locura, nunca es simple. Trapiello consideró su misión al adaptar el Quijote a un castellano «moderno» con la misma que quitarle los desperfectos del tiempo a un monumento olvidado. One Piece, Elden Ring y Star Wars: influencia globalPocas obras literarias han trascendido tanto la cultura global como Don Quijote. Su huella se extiende por la literatura, el lenguaje común (esa expresión de “luchar contra molinos de viento” la entienden hasta quienes jamás han abierto el libro) y por innumerables adaptaciones y homenajes en el arte, el cine y más allá. Cervantes creó un arquetipo universal: el soñador que desafía la realidad, el idealista que no encaja en el mundo prosaico. Dicho arquetipo ha sido reconocido y reinventado a lo largo de los siglos en contextos insospechados. Por ejemplo, la cultura manga y anime japonesa rinde tributo al Quijote en la serie One Piece, uno de los fenómenos globales contemporáneos. Eiichirō Oda, su autor, bautizó a un importante linaje de villanos con su nombre (y dudo que sea por la cadena de supermercados Don Quijote). En la serie conocemos a Donquixote Doflamingo, un pirata tirano cuyo nombre e incluso ciertos guiños narrativos remiten al ingenioso hidalgo. Incluso el hermano de Doflamingo se llama Rosinante, como el rocín flaco de nuestro caballero. Claro está, la referencia es más nominal que otra cosa, pero el hecho de que un manga shōnen mundialmente famoso incorpore estos nombres demuestra la penetración cultural del mito quijotesco. Cervantes habría aplaudido la ironía: su caballero, ahora convertido en pirata de cómic. En los videojuegos, terreno insospechado para un hidalgo del siglo XVII, también encontramos ecos del Quijote. Elden Ring (2022), el aclamado juego de rol de mundo abierto, es un universo de fantasía oscura repleto de referencias a mitos y obras clásicas. Y sí, en sus vastas Tierras Intermedias aparecen molinos de viento en una colina, cerca de un pueblo ominoso de bailarinas dementes. Los jugadores, con fino humor, reconocieron la estampa cervantina e inundaron foros con chistes al respecto: “Esos dos gigantes son imposibles de matar. ¿Algún consejo?” escribió uno junto a la imagen de los molinos en Elden Ring, emulando la pregunta que Don Quijote bien podría haber hecho. FromSoftware, la empresa creadora, no confirmó oficialmente un homenaje, pero la referencia parece clara para todos. Si nos movemos a la galaxia muy, muy lejana de Star Wars, también hallamos resonancias quijotescas. La saga de George Lucas está inspirada en mitos clásicos y arquetipos universales, así que no es extraño que el Quijote asome la cabeza bajo alguna estrella. De entrada, los Jedi son una orden de caballeros que recuerdan a los andantes del medievo, y Obi-Wan Kenobi en Una nueva esperanza (1977) podría verse como un Quijote: un anciano que aún cree en una antigua caballería (los Jedi) que el mundo circundante (el Imperio) considera extinguida y ridícula. Incluso la dinámica cómica de R2-D2 y C-3PO, perdidos en Tatooine ha sido comparada por algún crítico ingenioso con la de Quijote y Sancho avanzando por las llanuras de la Mancha (uno bajito y práctico, el otro alto y quejumbroso, ambos inseparables). Don Quijote en Star Wars. Pero hay una referencia aún más directa en el universo de Star Wars: en los cómics oficiales de Marvel de finales de los 70 apareció un personaje llamado Don-Wan Kihote, claramente basado en el hidalgo manchego. Era “un viejo bibliotecario que de tanto leer historias sobre Jedi se creyó ser uno de ellos”, y vagaba por la galaxia como caballero andante intentando proteger al indefenso. Sus creadores no ocultaron la inspiración cervantina, convirtiéndolo en un homenaje/parodia dentro de Star Wars. Esta curiosa incursión de Don Quijote en la ciencia-ficción pop demuestra que el personaje trasciende no solo su época, sino su género: cabe en la épica galáctica tanto como en el manga o en el videojuego. Y es que la figura del idealista contra la realidad es tan potente que puede vestirse con armadura, con traje de pirata o con túnica Jedi y seguir conmoviendo. Literariamente, Don Quijote ha influido en todos los escritores habidos y por haber desde 1605. Sería interminable listar sus deudos: desde Fielding, que escribiendo Joseph Andrews admitía deberle el modelo, hasta Kafka, Borges o Rushdie, que han jugado con la idea del Quijote en sus obras. Madame Bovary, de hecho, es una quijota rural enamorada de sus novelas románticas. Dostoyevski consideraba al Quijote una de las creaciones más sublimes de la literatura, y Mark Twain llenó a su Huckleberry Finn de guiños a la novela (recordemos la charla entre Tom Sawyer y Huck planeando liberar al esclavo Jim, con Tom esgrimiendo planes rocambolescos sacados de sus lecturas, cual Quijote arrastrando a Sancho a hazañas absurdas). En español, la influencia es omnipresente: desde Clarín hasta García Márquez, todos beben de Cervantes. Un ejemplo explícito: Azorín, en 1905, se fue a La Mancha siguiendo los pasos del Quijote y escribió un bello ensayo literario que relanzó el interés moderno por la novela. En el siglo XX, Unamuno hizo de Don Quijote casi una religión (lo veía como símbolo de la fe y la perseverancia), mientras que Ortega y Gasset analizó su contexto y su recepción. No es casual que en 2002, en una amplia encuesta internacional de escritores, Don Quijote encabezara la lista de las mejores obras literarias de la historia. El consenso crítico la proclama la novela de novelas, “el mejor trabajo literario jamás escrito”. Y sin embargo, quizás su mayor logro es que trasciende lo literario para instalarse en la cultura popular global, como ya hemos visto. El Quijote es ya un mito, un símbolo reconocible en cualquier parte: figura en pinturas de Dalí y Picasso, en estatuas (cómo no imaginar la emblemática escultura de Don Quijote y Sancho en la Plaza de España de Madrid, cabalgando eternamente juntos), en óperas, ballets, baladas, y un largo etcétera. Hay algo profundamente humano en ese caballero flaco sobre su rocín y ese escudero gordo en su burro, algo que nos habla a todos sin importar lengua ni nación. Por eso, las adaptaciones se multiplican: la novela ha sido traducida a más de 140 lenguas, adaptada a cine desde la era muda hasta hoy (con versiones animadas, soviéticas, españolas, Man of La Mancha en Hollywood con Peter O’Toole, o la inacabada de Orson Welles, o la maldita y finalmente realizada de Terry Gilliam), y cada generación hace su propia lectura del Quijote: un joven japonés puede conocer a Don Quijote por el personaje de One Piece, un gamer por Elden Ring, un cinéfilo por El hombre que mató a Don Quixote de Gilliam, un niño por dibujos animados, y todos ellos, si un día abren el libro de Cervantes, encontrarán que ya lo sienten familiar. Pocas obras literarias pueden presumir de ese nivel de impregnación en el tejido cultural del mundo. Gustave Doré, uno de los grandes artistas que han trabajado con la obra cervantina. El Quijote en las aulasCon todo este bagaje glorioso, cabría pensar que enseñar Don Quijote en la escuela sería pan comido: ¿cómo no va a fascinar a los jóvenes una novela llena de aventuras, humor, batallas, gigantes imaginarios y profundas reflexiones? La realidad, por desgracia, es más terca que la fantasía. La enseñanza del Quijote a menudo tropieza, y muchos alumnos salen espantados o aburridos de su encuentro con el caballero de la triste figura. ¿En qué fallamos al enseñar esta obra cumbre? Hablamos aquí desde la perspectiva de un profesor que ha intentado (unas veces con más éxito que otras) contagiar el amor por el Quijote en el aula. Para empezar, existe el problema del idioma y la edición. El español del Siglo de Oro resulta arduo para lectores noveles: frases larguísimas, vocabulario arcaico, referencias culturales que se escapan... Si a un adolescente le das el Quijote en castellano original, sin mediación, es probable que se pierda entre forjenas, adargas, galeras y bacías. Muchas escuelas optan por ediciones adaptadas o seleccionan capítulos sueltos. Esto último es comprensible (el libro entero supera las mil páginas), pero a veces se eligen fragmentos poco representativos o se presentan fuera de contexto, con lo cual el estudiante no capta la evolución de los personajes ni la ironía acumulativa del relato. ¿Quién no ha visto manuales de literatura que incluyen solo el episodio de los molinos de viento? Es un gran capítulo, sí, pero reducir el Quijote a los molinos es como resumir Star Wars diciendo que va de “espadas láser”: te quedas con la anécdota vistosa y pierdes la esencia. Otro obstáculo es la obligatoriedad. Desde hace un siglo, el Quijote se impuso como lectura escolar obligatoria en España (y en muchos países hispanohablantes también figura en los programas). Leer por obligación suele ser peor que no leer, apuntó sagazmente Torrente Ballester, y hay algo de cierto en ello. La rebeldía natural del estudiante hace que si le imponen “el gran clásico”, lo reciba con prevención o desgana. Muchos jóvenes llegan a creer que Don Quijote es un tostón anticuado sin haber leído ni una página, solo por esa fama de “libro obligatorio”. De hecho, se ha dicho que España es el país donde menos se lee el Quijote precisamente por tenerlo tan presente de forma obligatoria durante tanto tiempo. Suena paradójico pero tiene lógica: lo que se ve como tarea escolar rara vez se asocia al disfrute. A veces, años después, esos mismos alumnos vuelven al Quijote por voluntad propia y descubren con asombro lo que de niños o adolescentes no supieron apreciar. Como profesor, uno aspira a lograr que esa chispa salte durante las clases, pero no siempre sucede. ¿Por qué? Quizá porque no logramos conectar el Quijote con la vida de los estudiantes. ¿Sabías que Deadpool se enfrentó al Quijote? El Quijote habla de la condición humana de forma tan amplia que puede dialogar con cualquier época, pero el docente debe tender los puentes. Si presentamos la obra como un fósil intocable, los alumnos la verán como tal. En cambio, funciona mejor mostrar Don Quijote como algo vivo: recalcar su humor (muchos se sorprenden de que sea realmente divertida una novela “tan vieja”), su irreverencia —Cervantes se burla de todo, desde la Iglesia hasta la nobleza, pasando por la figura del hidalgo rural, o sea, de sí mismo— y sus paralelos con referentes modernos. ¿Por qué no comparar a Don Quijote con un superhéroe? Al fin y al cabo, es un precursor del cosplayer friki: un hombre corriente que se disfraza de caballero para hacer el bien. Tiene su armadura (vieja y oxidada, de acuerdo), su “batmóvil” (Rocinante, tan destartalado como eficaz a su manera), su compañero gracioso (Sancho, más simpático que Robin, sin duda) y su misión justiciera. Si planteamos así el perfil, de pronto el Quijote puede recordarles a personajes que les encantan. De hecho, todos los superhéroes son un poco Quijotes, en tanto viven dobles identidades y salen a impartir justicia por ideales. Peter Parker se pone una máscara de Spiderman para luchar contra malvados que el resto de la gente ni se atreve a enfrentar; ¿no es eso “desfacer agravios y enderezar entuertos” con un punto de locura? Al establecer estos puentes, los ojos jóvenes se iluminan: entienden que Don Quijote no es un mamotreto polvoriento, sino el tatarabuelo de sus héroes favoritos. Y una vez ganada esa curiosidad, se puede profundizar: mostrarles que, a diferencia de muchos personajes planos de blockbuster, Don Quijote evoluciona, sufre, reflexiona. Tiene monólogos brillantes sobre la edad de oro de la humanidad, diálogos entrañables con Sancho sobre gobierno, familia y riqueza... Sí, el supuesto loco tiene arranques de sensatez admirable. De pronto lo ven como un personaje humano completo, no solo un meme del tipo “un viejo que pelea contra molinos”. Otro aspecto clave es leer en voz alta y teatralizar. La lengua cervantina, cuando se recita bien, conquista por su música y su ingenio. He comprobado en clase que una buena lectura dramatizada del diálogo entre Don Quijote y Sancho (por ejemplo, la discusión de los ejércitos de ovejas, o el diálogo de los cueros de vino que Don Quijote revienta creyendo matar a un gigante) provoca risas genuinas y asombro. “¡Pues es divertido de verdad!”, dicen. Claro que lo es: Cervantes era un maestro del diálogo ágil, y Sancho Panza es uno de los grandes personajes cómicos de la literatura. Sus refranes encadenados, su rusticidad ingeniosa, contrastando con la pomposidad alucinada de Don Quijote, crean situaciones que podrían ser de una sitcom. Un profesor debería casi convertirse en director de escena: asignar papeles, que los alumnos lean y actúen pasajes. Solo así se rompe la capa de hielo academicista y se llega al corazón palpitante del Quijote. ¿Por qué tantas veces falla la enseñanza de esta obra? Posiblemente por miedo y pereza. Miedo del profesor a no cubrir todos los puntos del temario (vida de Cervantes, contexto, características del barroco… que a un chico de quince años le dicen poco o nada), y pereza de replantear el modo de presentarla. Si en vez de dictar fechas y resumir la novela (¡pecado mortal: resumir el Quijote le quita la magia!) nos lanzamos a leerlo con ellos, a comentar abiertamente qué les hace sentir, los resultados suelen ser mejores. A veces hará falta explicar el contexto (qué eran los libros de caballerías, por qué se reía Cervantes de ellos), pero eso se puede hacer con anécdotas jugosas (como contar que el propio Cervantes fue picado por la envidia ajena: un tal Avellaneda publicó un falso Quijote apócrifo en 1614, lo que enfureció a Cervantes y le llevó a terminar la segunda parte auténtica, introduciendo burlonamente al impostor en su novela). Estas historias behind the scenes suelen enganchar: los alumnos entienden que había beef literario ya en el Siglo de Oro, un Lope vs Cervantes de la época, etc. Humanizar al autor y su circunstancia los acerca al texto. Al final, la meta es que descubran por sí mismos lo que tantos han descubierto al leer Don Quijote: que es un libro entretenidísimo y profundo, que te hace reír y pensar a la vez. Cuando eso se logra, se ha vencido esa “maldición” de la obligatoriedad. La labor del docente es despertar esas ganas, provocar la curiosidad por lo nuevo y distinto que el Quijote ofrece a cada lector en cada lectura. No es fácil, pero vale la pena: cuando un alumno comenta sorprendido “profe, al final me gustó Don Quijote”, se siente uno un poco Sancho Panza con su ínsula: satisfecho de haber conseguido algo que parecía un ideal loco. El Quijote de Will Eisner, genio del cómic. Conclusión: la eternidad inagotable de Don Quijote¿Por qué, después de más de cuatro siglos, seguimos volviendo a Don Quijote de la Mancha y encontrando en él nuevas luces? La respuesta quizá esté en que la novela, como su protagonista, se reinventa en cada viaje. En cierta forma, todos llevamos dentro un Quijote y un Sancho, en perpetuo diálogo: la voz que sueña y la voz que teme, el idealista y el pragmático, el loco y el cuerdo. La genialidad de Cervantes fue poner en negro sobre blanco esa dualidad y hacerlo con una generosidad narrativa infinita. Don Quijote es inagotable porque habla de todo: del deseo de libertad, del poder transformador de los libros, de la necesidad de creer en algo más alto (sea el amor platónico a Dulcinea o la justicia en el mundo), de la amistad peculiar que surge entre opuestos, de la decepción y la esperanza, de la identidad construida y reconstruida, de la realidad y la imaginación bailando una danza compleja. Por eso sigue hablándonos de la vida y de nosotros mismos en cada lectura, porque cada vez podemos descubrir en sus páginas un reflejo nuevo. Cuando somos jóvenes tal vez nos identificamos con la audacia soñadora de Don Quijote; más adelante, apreciamos la lealtad y sentido común de Sancho; en otro momento nos conmueve la tristeza del final, cuando Alonso Quijano recupera la cordura solo para morir (¿acaso sugiriendo que la cordura absoluta es incompatible con vivir plenamente?). Borges decía que releer los clásicos es más rico que leerlos por primera vez, porque en cada relectura uno aporta lo vivido. Don Quijote recompensa las relecturas como pocos libros. Siempre hay un detalle, un chiste oculto, un matiz filosófico que no habíamos percibido. Don Quijote nació de carne, hueso, papel y tinta para todos nosotros. No solo es una obra maestra de la literatura, sino un espejo interminable de la condición humana. Es eterno porque cada generación y cada persona entabla con él un diálogo único. Podrán cambiar las modas, podremos ir a la Luna o a Marte, inventar inteligencias artificiales o realidades virtuales, pero mientras exista un ser humano dispuesto a soñar contra viento y marea, el Quijote cabalgará de nuevo. Y así, cada vez que abrimos el Quijote, emprendemos también nosotros el camino: volvemos a ser ese loco maravilloso que ve gigantes donde otros ven molinos, porque en el fondo sabemos que, sin un poco de locura, la vida no vale la pena. |
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Hay algo curioso del Quijote es que recurre a una amadura, armas, que estaban en su familia. No se menciona como llegan a manos de Alonso Quijano pero podría suponerse que son heredadas. Por lo que habría caballeros entre sus antepasados.
ResponderEliminarY entonces, estaría siguiendo una tradición familiar, aunque anacrónica a esa altura.
Paradoja que haya que agradecerle a un desconocido, que pretendía burlarse de Cervantes, el haber motivado ese segundo libro. Con metarelato. Y Cervantes retomando parráfos del Quijote apócrifo.
Yo iba a mencionar a los robots de Star Wars.
Saludos.