![]() |
Imagen libre de derechos. |
—Pero señor ¿qué diantres hace usted bailando sobre esa tumba? ¿No tiene usted ya una edad, abuelo?– dijo el enterrador al ver aquella extraña escena.
—¡Le prometí a este gañán que bailaría sobre su tumba cuando muriese!– gritó el anciano, que empezaba a hacer sus mejores pasos de “chachachá”. Muchos años yendo a academias de baile para ese glorioso momento.
—¿Y eso, abuelo? ¿Qué le hizo?
—Me dijo que era un rencoroso cuando teníamos diez años. ¡Yo le dije que bailaría sobre su tumba! ¡He esperado sesenta años! Y aquí me ve, buen hombre, bailando como un moderno. ¡Ritmo! ¡Ritmo!
El enterrador hizo un gesto con la mano para quitar importancia. Estaba perdiendo el tiempo y el fútbol iba a comenzar en la tele. Se fue a su garita y dejó al hombre deleitándose con pasos dignos de cucaracha envenenada.
El encargado del cementerio no recordó decirle que tuviera cuidado con la tumba, que la chapa era un poco falsa por temas de la crisis. Tampoco pensaba que la placa resistiera tan poco: “Esas cosas sólo pasan en las noticias del extranjero y en los cuentos, no aquí”, se dijo a sí mismo mientras se tomaba sus cervecitas.
Una hora después, mientras el señor lo daba todo con algún baile regional, el suelo se abrió bajo sus pies, cayó y le dio un infarto, muriendo junto a su viejo enemigo. Parece que sí, que si vivían en las noticias del extranjero o en un cuento.
De esta historia vienen dos frases: “la venganza y el rencor llevan a la muerte” y otra más práctica: “no bailes sobre la tumba de tu enemigo, al menos que fuera rico y se haya pagado una buena tumba”.
Sabiduría danzarina y muriente en estado puro.