"Homenaje a Neil Gaiman"
Las chicas, cuando tenemos una cita, nos solemos poner nerviosas (como para no…). Por no saber qué ocurrirá, si el chico o la chica serán de nuestro agrado, si nuestros sueños se romperán en mil pedazos…
La verdad es que en esto de esperar al Príncipe Azul suelo tener mucha experiencia. Si algo he querido en mi vida es enamorarme, pero las cosas no acaban saliendo, ¿por qué? Ni siquiera yo lo sé muy bien. Si no me he enamorado hasta ahora es porque estoy esperando al Príncipe Azul que me convierta en una niñita enamoradiza.
No obstante, no pierdo la esperanza. No soy de ese tipo de personas, eso es para los pesimistas y, si algo soy yo, es optimista. Prefiero sonreír a llorar, prefiero ver lo mejor de este mundo antes que lo peor.
Centrémonos. Estamos a jueves 11 de marzo de 2009. Por aquí el cielo está nublado, gris, lúgubre, seguramente empiece a llover de un momento a otro. No me preocupa, ¡me encanta la lluvia! Veo a gente corriendo a mí alrededor, seguramente para no mojarse. Qué aburridos y mortecinos son….
Estoy junto a un puesto de perritos calientes. La chica del puesto me da uno y acepto (sin cebolla afortunadamente). Tengo tiempo hasta que llegue mi chico. Me lo ha dado gratis, diciendo que le recuerdo a una vieja amiga. Sonrío. Supongo que hacer esa cosa tan nimia (sonreír) les llama la atención. Supongo que deben verme una cara triste o algo así.
Yo no la veo cuando me miró en un estanque del parque donde estoy. Soy delgada sin parecer un esqueleto, y alta, más que algunas chicas e incluso algún que otro chico. Aparento unos dieciséis años, pese a que el tiempo parece haber tocado poco mi piel, que es muy blanca; por cierto, me gustaría ser más morena, pero no lo soy, al menos es gracioso ver mis venas azules en mi piel. Afortunadamente, no se marcan en mi rostro que es afilado y me gusta, porque me da igual lo que el resto piense de él. Sin embargo (y esperando no enfadar a mis pequeñas orejas ocultas bajo mi melena, mi nariz menuda, mi boca de labios blancos, mis cejas que no sé cómo describir, mis escasas mejillas, mi frente cubierta por el flequillo…), lo que más me gusta de mi cara son mis ojos. Son grandes y… raros, al menos por su color. La gente que los ve suelen pensar que son lentillas, lo agradezco aunque también me ofende. Nunca han visto ningunos iguales, yo tampoco… menos cuando me miro al espejo. Son de un azul muy claro, casi cristalino, a menudo parecen blancos. Suelo pintar su contorno de un azul oscuro para ensombrecerlos, pero, qué va, siguen siendo muy pálidos.
Divago sobre mis ojos mientras colocó bien mi pelo. Es muy largo y oscuro. Suele tratarme bien, pero con la brisa me está dando algunos latigazos. Lo colocó de la mejor manera bajo mi sombrero de copa negro. Por cierto, los sombreros de copa son maravillosos, ¡no pueden pasar a la historia! Te hacen muy sofisticada, como las capas. Ah, ¡debo comprarme una capa! Me gustan. Espero que a mi chico también.
Al fin, vuelvo a disfrutar de la brisa. Me hace sentir viva. Muevo mis manos que escapan de los mitones de rayas grises y negras, con las uñas pintadas de negro (me gustan como me han quedado y tenía que decirlo). Quizás al mover mis dedos hago mucho ruido, llevo muchos anillos, lo reconozco, son mi perdición. Por cierto, me falta uno muy bonito, lo compre en Egipto y tiene forma de escorpión, extendiéndose con un pico por el dedo, como si fuera un dedal. No, no sé cómo se llaman a ese tipo de anillos. Sobre Egipto, también llevo una especie de amuleto en mi cuello. Me gusta. Ojalá a mi chico le gusten ese tipo de cosas, hoy en día no hay demasiada gente que le gusten ese tipo de cosas.
La gente tiene frío. Yo también (no iba a ser menos), pero eso me gusta. Me alejo sonriendo por la sensación, dando unos pasos de bailarina, ¡me encanta bailar! Llevo unas zapatillas negras… las pobres están a punto de hacerse pedazos si sigo bailando.
No sé si te lo he dicho, pero me gusta el color negro. Voy vestida con un vaquero negro que me hace una cintura maravillosa. Está lleno de agujeros y cadenas negras que chirrían quejándose de que el viento les meta mano. Llevo sobre ellos una pequeña falda, en tiras, negra, que me encanta, me apetecía llevarla hoy. Ah, también llevo una camisilla negra sin mangas y una vieja chaqueta negra que me da un aspecto francamente misterioso. La gente cuando describe su ropa nunca suele comentarlo, pero yo sí, porque yo soy diferente: mis calcetines son de corazones negros, mis bragas y mi sostén me quedan francamente bien. También son negros. Me gusta ese color, creo que ya os lo he dicho.
Después de meditar sobre cómo soy, esperando caer en el menor egocentrismo posible, aunque ¿cómo puedes evitarlo si hablas de ti misma?, me siento en un banco y le espero. Sí, mi chico. No me he olvidado de él, sólo quería centrarme en otras cosas para no morirme de un infarto.
Me pongo nerviosa, no puedo evitarlo. Espero que el perrito caliente no destroce mi estómago, ahora revuelto ante la idea de esperar al chico. La hora se acerca, falta sólo un minuto para las doce de la mañana.
Empiezo a imaginarme cómo será. Seguramente es simpático y misterioso, optimista, aunque suele dejarse llevar por el pesimismo cuando los pesimistas le rodean. Seguro que es de esos chicos raros que les gusta el Rock&Roll, tratan muy bien a las chicas y llevan un monopatín debajo del brazo, mientras la gente los mira raro por cómo visten. Le miran tan raro como a mí. Le encanta vivir y, por qué no, es muy guapo.
Sonrío. ¿Cómo demonios te puedes enamorar de alguien que no conoces?
Son las doce… Oh, ¡las doce! ¡Por fin!
Ha llegado la hora. ¡Al fin!
Me siento más nerviosa aún, pero, bueno, es lo normal, aunque todas las personas con las que quedo suelen ser muy puntuales. Tengo esa suerte con mis citas, aunque no sé si para bien o para mal, son a ciegas. Todas.
De pronto, desvío mi mirada al horizonte y le veo acercase. He mirado a su alrededor. Llega justamente cuando varias personas corren. No era para protegerse de la lluvia sino para observar un espectáculo grotesco y sanguinario, de esos que no suelen gustarme, al pie de un rascacielos. La lluvia cae, pero su atención es mayor. Las ambulancias tardaran en venir y seguramente, sólo para certificar una muerte.
Sin embargo, yo sólo veo a mi chico. Se acerca lentamente, algo desconcertado. Debo brillar ante él con una luz negra. Sonrío, espero que siga hasta mí. Siempre lo hacen. ¿Por qué me da por dudar cosas tan evidentes?
Él es alto y delgado. Es joven, tiene menos de veinte años seguro. Su pelo es a lo Luke Skywalker, pero quizás algo más despeinado y de tono castaño. Viste con colores oscuros. Parece perdido, sus ojos se hunden en las ojeras. Está triste. Lo siento tantísimo por él. Debo decirle algo.
—¡Hola! ¿Qué tal? Espero que bien. Llevo esperándote toda la mañana aquí, pensaba que ya no ibas a venir, pese a que has sido muy puntual. Venga, sonríe un poco. Ven, tengo que llevarte a un sitio. Alégrate, no toda la gente que se tira de un rascacielos queda tan bien como ha quedado tu cadáver. Lo sé. Hazme caso, tengo experiencia en esto.—¿Quién… quién eres?–pregunta él muy nervioso.
—Está claro. Soy Muerte.
E inmediatamente recuerdo que las relaciones entre los fantasmas y yo no suelen acabar muy bien. Habrá que seguir esperando y nunca olvidar la sonrisa, hay muchas sonrisas por delante. Sin embargo, todo esto es como empezar de nuevo, no hay por qué estar triste.
¿Por qué entristecerse cuando se tiene todo el tiempo del mundo para enamorarse?
Como la muerte, sólo es cuestión de tiempo.
Me marcho con mi nuevo amigo. Mi canción favorita llega a mi mente y recuerdo una frase de Shakespeare: "La muerte es nuestro fin común, y por lo tanto no hay necesidad de buscarla". Me cae bien ese inglés.