Relato: Sé cuándo voy a morir

Imagen libre de derechos.
(Otro homenaje a Neil Gaiman)

"Long afloat on shipless oceans
I did all my best to smile
‘Til your singing eyes and fingers
Drew me loving to your isle
And you sang:
“Sail to me,
sail to me,
let me unfold you”
Here I am
Here I am
Waiting to hold you
Did I dream you dreamed about me?
Were you hare when I was fox?
Now my foolish boat is leaning
Broken lovelorn on your rocks
For you sing:
“Touch me not,
touch me not,
come back tomorrow”
Oh my heart
Oh my heart shies from the sorrow
I am puzzled as the newborn child
I’m as troubled as the tide
Should I stand amid the breakers?
Or should I lie with death my bride?
Hear me sing:
“Swim to me,
Swim to me,
let me enfold you”
Here I am
Here I am
Waiting to hold you".
Song to the Siren - "Cocteau Twins"

Nunca me ha gustado pensar demasiado en la muerte. Siempre he preferido pensar en otras cosas.

Soy un chaval normal y corriente. Estudio arquitectura, porque me encanta. Desde pequeño me fascinaba la idea de concebir un legado que sobrepasase mi vida. Siempre pensé que me convertiría en un anciano de bastón y pelo blanco al que sus nietos no paran de pedirle pasta, la cual terminan consiguiendo si escuchan la batallita de turno. Cuando muriera tras ser ese tipo de abuelo, la obra que dejaría a mis espaldas me sobreviviría, fascinando a generaciones futuras que me idolotrarían sin haberme conocido. Morir y ser recordado, qué maravilloso.

Esa fascinación me rodeo durante años, fui asimilándola, obligándola a esconderse tras otras ideas. Por ella, me empeñaba en estudiar lo máximo posible. Era la llave para abrir la puerta que me llevase a mis sueños. Suena manido, pero era la verdad.

Las cosas marchaba bien, la fortuna estaba de mi lado. Era el primero de mi clase y eso me había hecho ganar grandes amistades con el profesorado, que me recomendaba a gente del mundillo para que me metiera rápidamente en sus gabinetes, donde estaría a un paso de conseguir hacer realidad mis deseos. Faltaba poco para ello.

Pocas veces, salía de mi habitación, donde me pasaba las horas muertas investigando grandes obras de la arquitectura de todos los tiempos: el sobrecogedor Partenón de Atenas, el celestial Panteón de Agripa, la muñeca rusa llamada Coliseo de Roma, la hermosa y oscura Notre Dame… A menudo, dibujaba y construía maquetas de mis propias obras inspirándome en genios eruditos que mezclaron su sangre con la piedra que forjó su legado, construido en el mismísimo tiempo.

Era una noche de comienzos de primavera cuando decidí construir una pequeña crepidoma para mi proyecto de un teatro como no se había visto, mezclando el neogótico con características propias que realzaría su esplendor. La perfección del cielo nocturno, estrellado.

Entonces, el horror. Me quedé sin pegamento para mi maqueta, no podría terminarla esa noche y la dejaría condenada a la imperfección. ¡Maldita sea! Si no terminaba, esa noche no podría dormir y no podía permitirme aparecer como un zombie por clase al día siguiente. Era muy tarde, pero… ¡Había un “24 horas”! Esperé que vendieran pegamento. Vivo en un mal barrio, hay mucho drogadicto, supongo que sí habrá pegamento. Me puse mi chaqueta y salí a la calle, esperando tener suerte en la medianoche. Entonces, un chasquido y, después, la lluvia cae. Lo que me faltaba…

Corro por las feas y sucias calles amparadas por edificios en ruinas sin estilo, esperando no tropezar, observando mi reflejo en los baches de la carretera donde los coches circulan cortando los charcos. Me da asco este sitio. Espero tener un día suficiente dinero como para marcharme de aquí.

¡Dinero! Es cierto… ¿Tendré para el maldito pegamento? Suele costar tres euros. Me detengo y tengo cuidado de que nadie me vea mientras saco de mi chaqueta la cartera. Miro. Tres euros exactos. Guardo la cartera sonriente. ¡Perfecto!

Sigo mi camino, rápido, esperando llegar a la tienda. Nadie se interpone en mi camino. Cruzaré por el paso de cebra y llegaré, saludaré, preguntaré por el pegamento, mi dirán que lo tienen, preguntaré el precio por educación, pagaré, les daré las gracias y las buenas noches, me marcharé, volveré a casa, terminaré seguiré mi maqueta, me alegraré y dormiré soñando con ella.

Todo marcha bien… pero… ¿qué es eso?

Ha salido de un lado. Se ocultaba junto a cartones, bajo una escalera de incendios de un edificio horripilante, de la época industrial. Se cubre con unos harapos negros y me zarandea con zarpas de acero. Debe ser un vagabundo. Retrocedo, alejándome. La figura se alza lentamente, veo su arrugado rostro sin ojos, sólo cuencas, y tiemblo ante el ciego. De pronto, una de sus garras, cubierta con unos mitones raídos, coge mi mano, impidiendo soltarme… Me mira mi mano lentamente, me sacudo, de pronto consigo librarme de su garra. Es más fuerte de lo que pensaba. Creo que no he conseguido soltarme sino que me ha dejado escapar.

—Mortal, tu obsesión te matará– dijo con una voz y un acento extraños que se iba volviendo cada vez más firme, alzando su dedo índice, esquelético para señalarme aunque no podía verme–. El seis de abril de 2019. Dentro de nueve años.

— ¿Qué?– pregunté extrañado, mirando al terrorífico vejestorio.

—Te he dicho cuándo morirás– habló el ciego, con tono autoritario. Después, acto seguido, señaló a un cártel de cartón que dice: “Te diré cuándo morirás a cambio de la voluntad”, cubierto bajo la escalera de emergencia. Se alumbra bajo la luz de unas velas rojizas, que me recuerdan a las de las entradas de las iglesias. El veterano me mira, pero ¿cómo si no tiene… ojos?–. La voluntad, por favor, para este viejo desgraciado en una noche fría y lluviosa.

Los mendigos suelen inspirarme piedad. No sé por qué, pero eso me pasa. Cuando tengo, les doy dinero o les compro un bocadillo y agua. No soy como esas personas que pasan de largo, que convierten a los vagabundos en criaturas invisibles, excepto en fechas como la Navidad, cuando se quiere ser más bueno por interés, para dormir sus pútridas conciencias… Pero ahora no tengo dinero… para este extraño invidente.

Niego con la cabeza, esperando llegar a la tienda y hacerme con el pegamento.

—Lo… lo siento… pero no tengo– dijo, nervioso, negando con la cabeza, deseoso de llegar a la tienda y volver a casa–. Yo no… Si le veo en otro momento le daré el… Lo siento– digo tartamudeando como un estúpido, ¿por qué debo si quiera contestarles? Le ofrezco mi ayuda, ellos aceptan. Punto, si no lo deseo no pasa nada. Así son las cosas.

Sigo hacia delante, esquivando al ciego. Al fin, veo la vieja tienda. Su cártel de neón brilla sensualmente sobre un escaparate en el que veo diferentes artículos entre ellos… una torre de pegamentos. La suerte me sonríe.

Me dirijo corriendo hacia ellos, esperando no caerme. Ya no pienso en ninguna otra cosa. Cruzo por el paso de cebra. Además, si es cierto lo que el vidente ciego me ha dicho, no moriré hasta dentro de nueve años así que, ¡genial! Tengo suerte…

—Sí, sin duda, volveremos a vernos en algún otro momento– gruñó el ciego, susurrante, amenazador, adornando con sus palabras el golpeteo de la lluvia.

Llegar a la tienda es lo único que me preocupa. Mis labios no retienen una sonrisa. Lo voy a conseguir. ¡Estoy emocionado!
 
Escucho de pronto un sonido estridente que hace desaparecer mis ensoñaciones. Miro hacia un lado, sin saber qué pasa. Tardo unos segundos en deducirlo. Es un chirrido fuerte al que le sigue un golpe tremendo hasta… cesar. Luego, escucho gritos. No sé muy bien lo que está pasando. Sólo sé que he escuchado una especie de frenazo y después un golpe y… Mis ojos ven la luz del escaparate, los encargados saliendo preocupados de la tienda, el pegamento en una perfecta torre esperando ser comprado… esas imágenes se funden en el extraño vagabundo escondiéndose tras unos trozos de madera que me recuerdan a una barcaza, siendo fulminado por la mirada de una chica vestida de negro. Entonces una luz roja, la del paso de peatones, me ciega. Un coche no ha conseguido frenar por la lluvia antes de arrollar a un idiota que cruzaba con el semáforo en rojo.

Oh, mierda… No puede ser.

Yo soy ese idiota, evidentemente.

Soy consciente del dolor. Me sumo en la negrura… pero despertaré. Lo sé. Si sigo vivo es por algo, esta negrura no puede ser la muerte, este dolor no puede ser eterno. De un momento a otro, despertaré en un hospital y espero estar mejor lo antes posible para volver a la facultad. Seguro que el golpe no ha sido tan grave. Además, por ser ingenuamente optimista, viviré hasta dentro de nueve años y antes construiré grandes obras que me darán fama tras la vida. Conseguiré mis sueños. Eso es lo más importante.

La oscuridad es frenética.

Después, el dolor que me iba a destrozar se calma.

Siento que estoy a punto de dormir, pero no llegó a hacerlo.

Pasa el tiempo.

No puedo moverme ni hablar… Ni siquiera llorar.

Es asqueroso, pero, bueno, ya será menos. Despertaré.

Estoy solo en la oscuridad.

Olvido quien soy.

Tengo miedo.

Lentamente, pierdo la esperanza.

Me angustio.

¿Por qué no despierto? ¿Por qué?

Esto debe ser una pesadilla.

Ya no espero nada.

Espera…

¿Esto es un túnel?

¿Eso es luz?

¿Una luz azul?

Se acerca a mí. Me engulle. Vago por ella. No sé qué pasa, pero estoy cansado de estar sumido en este vacío. Hay muchas cosas que me esperan. Debo seguir.

Camino rápidamente, vuelvo a sentirme con vida, lejos de estar aturdido. Tardo en ver de verdad, en caminar de verdad…

De pronto, veo una chica esperándome, sentada, en un banco que flota en medio de un océano de luz azul, jugueteando con un paraguas negro y una chapa con una sonrisa. Es la misma que fulminase con la mirada al anciano que me dijo cuándo moriría. Ella es delgada y alta, aparenta, aparte de ser frágil, tener un par de años menos que yo, aunque viste completamente de negro, como si estuviese de luto. El viento mece su larguísima cabellera oscura, oculta en parte por un sombrero de copa de otro tiempo. Dirige hacia mí su rostro afilado, de rasgos hermosamente normales y piel muy pálida (tanto como para dejar ver unas venas tan azules como la luz que lo rodea). Es curioso como una persona con una cara que refleja tal tristeza es capaz de sonreír, sinceramente, pensé que no podría. Reconozco que lo que me paraliza es su mirada, sus grandes ojos de color azul cristalino, casi blanco.

— ¡Hola!– dice inesperadamente, con una voz clara, feliz, saludándome con una de sus manos–. ¿Qué tal?– y hace una breve pausa–. Llevo un tiempo esperándote, ¿sabes?

— ¿Quién… eres?– pregunto nervioso, temblando. ¿Qué ocurre?

—Evidente– replica alegremente-, ¡soy Muerte!

—¿Qué?– pregunto. Sus palabras enfrían mi cuerpo–. Eh… No… No puede ser… Esto debe ser un sueño…– me niego a creer lo que pasa, debo despertar–. No puedo morir– ella sigue sonriendo, gritó–:¡El anciano dijo que viviría nueve años más!– una excusa patética. ¿Cuál no lo es ante Muerte?–. ¡Sé cuándo voy a morir y no es ahora!

—No es ahora porque ya ha sido. Ese anciano era Caronte. No entiendo por qué, siempre que le dan un día libre, se dedica a ir por ahí de adivino, pidiendo dos monedas a cambio de decirte cuándo morirá. Se ha ganado muchas broncas de los superiores. Tiene millones de monedas, de cada muerto que ha transportado, aunque es un viejo conservador. Le encantaba que a los muertos les pusieran esas monedas en los ojos, pero… En fin, no todos pueden tomarse un día libre cada cien años y pasarlo tan bien como yo.

—Vale, vale…– reconozco, pero no me dejaré vencer–. Pero me dijo: ¡2019!

—Querido, has pasado en coma nueve años. Supongo que no te habrás dado cuenta. Hoy es seis de abril de 2009– dice con una completa tranquilidad.

—Oh, no, maldita sea– es lo único que escupe mi boca. Me echo a llorar como un niño pequeño, me derrumbo ante… Muerte, que se acerca a mí y, sin conocerme, me da un abrazo. Me habla al oído con su voz dulce.

—Hey, pero ¿por qué lloras?– me preguntó de la manera más sincera posible.

—Porque– dije mirando sus claros ojos–, no he hecho nada por lo que ser recordado.

—Si te sirve de consuelo, muchas personas de tu calle recuerdan a un tipo que cruzó corriendo con el semáforo en rojo y fue atropellado, quedando en coma.

—Oh, gracias…– digo sarcástico, llegando a pensar en sonreír entre las lágrimas.

—De nada– responde ella–. Si te sirve de consuelo, también debes saber que allá a donde vas, cada uno crea su mundo. A ti te gusta crear. Allí podrás concebir obras por las que muchos pueden recordarte: edificios sobre nubes infinitas, cielos estrellados que son puentes entre la tierra y vete a saber el qué… Y disfrutarás eternamente de que te recuerden los mortales que lo vean. ¿Qué te parece?– pregunta sonriente.

—Eh…– digo y acepto la verdad. No puedo hacer otra cosa–. No… No está mal…

—Claro que no, vamos allá. No es que me haya cansado de esperar, estoy en muchas partes, tengo todo el tiempo del mundo, pero creo que tú tienes ganas de terminar una crepidoma– me respondió sonriendo de oreja a oreja, cogiéndome de la mano–. No te preocupes. Todo marchará bien… Para siempre.

Nunca me había gustado pensar demasiado en la muerte, pero tras conocerla, he de decir que ha sido una de mis mejores musas a la hora de concebir teatros de niebla, lagos rojizos, bosques azulados y otras cosas que, seguramente, verás en tu mundo y te resultarán hermosas. Muerte lo es, además de sincera.

Lo primero que vi surgir de una noche de primavera, en un mundo teñido de olas de un inmenso azul con espuma de oro y plata, fueron unas nubes verdosas y esponjosas que rompieron en una lluvia de piedra con el sonido de una risa y que construyó una pequeña crepidoma sobre la que, girando venida de la nada, se alzaba un teatro con detalles del neogótico y algunos propios que realzarían su esplendor. Brillaba como el sol, no, mejor, como la perfección de un cielo nocturno y estrellado.

Un esplendor como el mundo no había visto y jamás vería, ¿o quizás no? Tal vez, allá abajo viesen un grupo de nubes y estrellas y lo admirasen. Me sentí orgulloso y feliz, no había hecho más que empezar porque la muerte no es más que el fin de la vida y el comienzo de... otra cosa. El mundo no podía ser tan cruel para no dejar que se disfrutase de algo tan bello. No podía y no lo era.

Tenía tazón.

Todo marcha bien… para siempre.

¿Quieres reseñar la Saga Devon Crawford?

¿Quieres reseñar la Saga Devon Crawford?
Envía un correo a sagadevoncrawford@gmail.com y nos pondremos en contacto contigo

Mis críticas

Mis críticas
Pincha para leer y comentar mis críticas de libros, cómics, películas y series

Seguidores

Mis críticas

Mis críticas
Pincha para leer y comentar mis críticas de libros, cómics, películas y series

Sobre el blog

Los textos pertenecen a Carlos J. Eguren salvo cita expresa de los autores (frases de libros, comentarios de artistas...), siempre identificados en el post. El diseño de la imagen de portada pertenece a Elsbeth Silsby.

Si deseas compartir un texto, ponte en contacto con nosotros para hablarlo. Si quieres citar un fragmento, incluye la autoría.

Muchas gracias.

Carlos J. Eguren. Con la tecnología de Blogger.