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Y el bravucón duende, después de tomarse un hidromiel y jugar con su trébol de cuatro hojas, el ser pelirrojo como la sangre de los enanos y vestido de verde como los árboles de los elfos, montado en un pequeño unicornio blanco, cabalgando sobre un arcoíris bañado por la luz de los dos soles que despuntaban sobre los reinos de las nubes, dijo:
Después, el duende irlandés se deshizo con la luz de oro de la maravillosa mañana.