La Marvel de los años ’60 y ’70 solía escuchar a su público. Por ejemplo, consultaban qué personajes de fantasía querrían ver adaptados al cómic. Aparte de los héroes de J. R. R. Tolkien, un nombre aparecía constantemente en las listas de más deseados: Conan de Robert E. Howard. Sería el aprendiz más aventajado de Stan Lee, Roy Thomas, quien lograría escribir la serie de Conan el Bárbaro que, con dibujantes sobresalientes como Barry Windsor-Smith o los hermanos Buscema, alcanzaría una grandísima popularidad que revitalizaría al personaje creado por Robert E. Howard. Y fue así durante décadas, avivado todo este fenómeno por las películas sobre Conan y otros frutos de la barbarianplotation, hasta que, a principios de los 2000, Marvel no renovaría los derechos y estos pasarían a la compañía Dark Horse, popular por ser la casa de personajes como Hellboy. Pero ¿en quiénes recaería el trabajo de volver a contar las míticas historias de Conan y renovarlas para el público de siempre y todo aquel que se acercase por primera vez? Los elegidos fueron los legendarios Kurt Busiek y Cary Nord, aunque contarían también con otros colaboradores como Nicieza, Yeates, Ruth o Mandare.
El regreso de Conan el Bárbaro
Biblioteca Conan: Las Crónicas de Conan recopila el inicio de la etapa de Dark Horse Comics en la saga del famoso cimmerio. Esta colección supone el resurgir moderno de Conan en los cómics tras décadas, presentando al personaje a una nueva generación de lectores sin ignorar su rica historia previa.
El relanzamiento de Conan en 2003 por Dark Horse supuso un giro importante. Busiek y Nord tomaron las riendas con la intención de modernizar al personaje sin traicionar su esencia clásica. A diferencia de la aproximación episódica de Marvel –donde las historias, si bien cronológicas en su mayoría, tenían poca conexión entre sí–, Dark Horse planteó una gran saga unificada de la vida de Conan. Este cambio dota a las aventuras de una continuidad más sólida, pensada para el lector moderno acostumbrado a arcos argumentales que se pudieran recopilar en tomo. Por otra parte, la nueva serie buscó desmarcarse estéticamente del Conan de Marvel, adoptando influencias distintas (como las ilustraciones de Frank Frazetta) para no competir directamente con la sombra alargada de los cómics setenteros.
En comparación con otros intentos de modernizar a Conan, la etapa de Busiek/Nord destaca por su coherencia y ambición. Hubo proyectos posteriores –por ejemplo, nuevas series de Conan cuando Marvel recuperó brevemente los derechos en 2019–, pero ningún ciclo reciente ha alcanzado el equilibrio entre modernidad y clasicismo logrado aquí. Donde algunos relanzamientos actuales optan por crossovers extravagantes o revisiones radicales, Las Crónicas de Conan de Dark Horse se mantiene fiel a las raíces pulp del personaje a la vez que actualiza la narrativa para un público contemporáneo. Para un fan veterano, supone redescubrir al cimmerio bajo otra luz, y para un lector novel, es un punto de entrada accesible y emocionante al mundo hiborio.
La influencia de Robert E. Howard
El pilar fundamental de cualquier historia de Conan es la obra original de Robert E. Howard, y Busiek deja claro desde el principio que el canon base de esta versión son los relatos del autor tejano. Howard imaginó a Conan en 1932 y escribió solo una veintena de cuentos, pero llenos de fuerza, barbarie y misticismo. En Las Crónicas de Conan se siente esa fidelidad: muchos capítulos son adaptaciones directas de relatos de Howard, entre ellos La hija del gigante de escarcha y El dios del cuenco, insertados en la trama general con escrupulosa atención al texto original. Busiek combina estos clásicos con aventuras nuevas de su cosecha. De este modo, recupera episodios ya adaptados en el Conan de Marvel, pero les da un enfoque diferente y los integra en una biografía unificada del personaje.
La transición de Marvel a Dark Horse implicó regresar a las raíces howardianas en cuanto a tono y temática. Marvel, especialmente en los 70, también adaptó muchos cuentos de Howard, pero a menudo suavizaba o extendía las tramas para encajar en el formato comic-book de la época. En cambio, Busiek procura conservar el espíritu rudo y adulto de los pulp originales. Se nota en la presencia del elemento lovecraftiano (Howard fue amigo de H.P. Lovecraft y a veces introducía horrores cósmicos en sus historias) y, sobre todo, en el eterno tema de barbarie versus civilización. Esta versión de Conan desprecia abiertamente la decadencia de las ciudades: los reinos civilizados se pintan como corruptos, cobardes y parasitarios, mientras que la vida bárbara se asocia a la honestidad, la libertad y la rudeza necesaria para sobrevivir. Busiek retrata a Conan tal como Howard lo concibió: feroz, amoral según los estándares civilizados, pero con un código propio; un “guerrero, ladrón y viajero” indómito, lejos de cualquier arquetipo de superhéroe clásico.
Cabe destacar un recurso narrativo que homenajea directamente a Howard: la historia arranca con las célebres líneas “Sabed, oh príncipe, que entre los años en que los océanos se tragaron Atlantis… allí llegó Conan, el cimmerio, de pelo negro, ojos sombríos, espada en mano…”. Busiek enmarca la saga como un relato contado por un sabio a un príncipe aquilonio, precisamente las figuras mencionadas en las Crónicas Nemedias ficticias que prologaban muchos relatos de Howard. Este manuscrito encontrado o historia dentro de la historia sirve para dar cohesión al conjunto y un aire casi mítico, de leyenda transmitida a través del tiempo. Así, la influencia de Howard no es solo argumental, sino también estructural: la serie se presenta como la crónica definitiva de la vida de Conan, uniendo fragmentos dispersos (cuentos clásicos) en un todo épico. El resultado respira un profundo respeto por el universo howardiano en todas sus formas, desde la brutalidad y la magia oscura hasta la filosofía subyacente de que la civilización no es sino una capa de barniz frágil sobre la barbarie, una idea central que Conan ejemplifica continuamente al desenmascarar la corrupción de los civilizados.
La narrativa de Kurt Busiek
La serie arranca con Conan adolescente saliendo de Cimmeria, y a partir de ahí sigue cronológicamente sus viajes por las distintas tierras hiborias. Esto contrasta con los relatos originales de Howard –publicados en orden no cronológico y sin continuidad estricta– y con Marvel, que aunque intentó ordenar la vida de Conan, mantuvo sus números relativamente independientes. Busiek, en cambio, hila cada aventura con la siguiente, dándole al lector la sensación de estar leyendo capítulos de una novela río sobre Conan.
Una de las innovaciones más notables es el uso del mencionado marco narrativo del príncipe y el escriba, que permite saltos temporales controlados y comentarios desde el futuro del personaje. Este recurso de “crónica dentro de la crónica” le da cohesión a la saga y le añade un tono legendario: sabemos que estamos conociendo la Leyenda de Conan tal y como se contaría siglos después. También ofrece flexibilidad a Busiek para introducir ciertas licencias cronológicas –por ejemplo, iniciar con un Conan ya algo curtido en batalla en lugar de su infancia, que se explora aparte– sin romper la verosimilitud de la continuidad. De hecho, Las Crónicas de Conan 1 funciona como una gran matrioska de historias: personajes dentro de la saga le cuentan relatos a Conan, o el narrador nos adelanta retazos de su destino, creando un tapiz narrativo rico y multifacético. Esta estructura hace que el cómic pueda adaptar fielmente cuentos clásicos, como La hija del gigante de escarcha, pero al mismo tiempo comentarlos o enlazarlos con nuevas tramas. Por ejemplo, Busiek inserta El dios del cuenco como un misterio que Conan vive tras otras peripecias, dando contexto a la famosa historia detectivesca de Howard .
En términos de tono, la escritura de Busiek logra el equilibrio entre la acción visceral y los momentos de calma y construcción de mundo. Hay mucho desarrollo de la mitología hiboria: se profundiza en culturas, dioses, reinos y en cómo Conan encaja (o choca) con ellos. Busiek añade tramas políticas y secundarios memorables que a veces permanecen varios números, algo poco frecuente en la era Marvel original. Por ejemplo, en este volumen vemos un arco donde Conan experimenta de primera mano una sociedad decadente dominada por la brujería, episodio que Busiek utiliza para explorar la mentalidad del joven bárbaro y por qué valora su libertad por encima de todo. Estas capas añaden continuidad emocional: Conan no es exactamente el mismo al final que al principio, pues las experiencias vividas (traiciones, camaraderías, amores y desengaños) van formando al futuro rey que llegará a ser.
Pese a todas estas novedades estructurales, Busiek jamás pierde de vista que está contando aventuras de espada y brujería. La serie está repleta de batallas sangrientas, criaturas sobrenaturales, tesoros malditos y bellezas peligrosas –todos los ingredientes clásicos están ahí, presentados de forma que tanto un fan tradicional los reconozca y aplauda, como un lector nuevo pueda disfrutarlos sin sentirlos anticuados. Además, el autor de Siempre Vengadores da a los diálogos un estilo ligeramente arcaico (acorde a la era), pero de lectura ágil, y sabe dosificar el ritmo: intercala números frenéticos con otros más pausados de intriga o terror, manteniendo el interés y evitando la monotonía del “monstruo de la semana”. Su Conan habla lo justo y actúa mucho, pero cuando habla destila carisma con su ironía seca y su contundencia bárbara.
Al formar parte del sello Dark Horse, estas historias se despegan del deseo de convertir a Conan en un “antihéroe para todos”, y se centra en su visión más violenta e incluso canalla, sin perder ni un ápice de épica o el mensaje sobre cómo el hombre civilizado puede ser más monstruoso que el bárbaro. Es ahí donde detectamos al auténtico Robert E. Howard. Por desgracia, las películas y otras adaptaciones de Conan cumplían con el “Conan Zopenco” del que se quejaba Robert Bloch. En cambio, cuando leemos los cuentos originales o adaptaciones como las de Busiek comprendemos que Conan es algo más que un saco de músculos o el supuesto superhombre de Nietzsche de un John Milius pasado de vueltas. Conan es, para Robert E. Howard y sus aprendices más distinguidos, un ser más allá de cualquier simplificación.
El trabajo visual de Cary Nord y los coloristas
Uno de los aspectos más llamativos de Las Crónicas de Conan es su apartado artístico innovador, que rompe con la estética tradicional de los cómics de Conan. Dark Horse decidió apostar por un estilo pictórico: Cary Nord dibuja a lápiz sin entintador, y el laureado Dave Stewart aplica el color directamente sobre esos lápices. Esta técnica era poco común en 2003, y aquí se empleó con la intención deliberada de evocar las atmósferas de las pinturas de Frazetta. El resultado inicial fue sorprendente: las viñetas poseen una sensación de ilustración pictórica, con texturas y matices de color más ricos de lo habitual en el cómic mainstream de la época. Las influencias de Frazetta se perciben en las musculaturas poderosas de Conan, en los tonos cálidos y crepusculares de muchas escenas y en cierta composición barroca de las batallas y paisajes.
Ahora bien, esta innovación técnica supuso un desafío, y los primeros números muestran que Nord y Stewart aún estaban afinando la fórmula. Aun así, página a página el acabado va mejorando; se aprecia cómo Nord ajusta sus trazos pensando en el color, y Stewart a su vez adapta su paleta para realzar el lápiz sin ahogarlo. Hacia el final del tomo, la compenetración es mucho más sólida y el arte alcanza un equilibrio muy logrado entre la frescura del lápiz y la riqueza del color. Cuando este estilo acierta, produce imágenes impactantes: Conan emergiendo de entre las sombras con la espada ensangrentada, monstruos sumergidos en brumas de color irreal, atardeceres escarlata sobre ruinas antiguas… Todo ello aporta una ambientación inmersiva que potencia la narrativa. La sensación para el lector es casi cinematográfica, acorde con la escala épica que Busiek imprime a la historia.
Además de Cary Nord, este volumen incluye la participación puntual de otros artistas que complementan la visión gráfica sin desentonar. Thomas Yeates colaboró estrechamente con Nord realizando bocetos y fondos en varios números, asegurando que los detalles del escenario (bosques, ciudades, templos) tuviesen consistencia y permitiendo a Nord centrarse en las figuras principales. Greg Ruth ilustra dos historias cortas sobre la infancia de Conan, con un estilo completamente pintado que se aparta del trazo de Nord pero que encaja al retratar flashbacks casi oníricos de la niñez del bárbaro. También encontramos un par de capítulos especiales dibujados por leyendas invitadas: John Severin, veterano artista de la EC y Marvel, aporta su toque clásico en una aventura autoconclusiva, y Bruce Timm sorprende con una interpretación estilizada en otra historia independiente. Pese a la “desigual calidad” que suele acompañar a obras con tantos artistas, el conjunto se mantiene armónico gracias a la paleta unificadora de Dave Stewart y al hecho de que la mayoría de episodios centrales sí llevan la impronta de Nord.
Las sombras de Conan
¿Y las limitaciones? Pocas, pero cabría mencionar algunas. En lo visual, como ya se indicó, el experimento de lápiz y color tuvo un periodo de ajuste: los más exigentes notarán que en las primeras entregas el acabado no es tan pulido como podría, y que tal vez en las escenas multitudinarias el nivel de detalle fluctúa. No es un problema grave (y mejora capítulo a capítulo), pero si alguien espera la nitidez lineal de un Buscema puede llevarse una impresión inicial extraña.
En lo narrativo, la decisión de contar todo linealmente podría verse como un arma de doble filo: al unir las historias en una sola saga, se pierde un poco la espontaneidad y la variedad de tono que tenían los relatos sueltos de Howard. Busiek sacrifica cierta sorpresa en pos de la continuidad, y aunque lo hace con maestría, algún lector nostálgico podría echar de menos la sensación de leer un relato autoconclusivo realmente independiente. Del mismo modo, la trama avanza “a fuego lento” en algunos tramos, algo muy del gusto moderno pero que difiere del ritmo vertiginoso de los viejos cómics de Conan. Para quienes prefieran acción sin tregua, puede que los pasajes de construcción de mundo o de intriga palaciega les resulten pausados en exceso. Sin embargo, esto último es subjetivo y, de hecho, muchos agradecerán la mayor profundidad que se consigue con esos momentos más calmados.
Otro posible punto a considerar es que esta etapa, por brillante que sea, compite inevitablemente con el cariño que muchos le tienen a la etapa Marvel original. No es realmente un defecto intrínseco de la obra, pero sí un obstáculo para quienes estén muy apegados a las versiones anteriores. Por fortuna, Busiek maneja esto con respeto y también con la suficiente originalidad como para que las comparaciones favorezcan a esta nueva lectura en muchos casos.
De este modo, la etapa de Las Crónicas de Conan ha quedado como una de las más recordadas de Conan y una entrada perfecta para nuevos lectores, además de un homenaje para los que llevamos mucho tiempo leyéndolo. Para mí, forma parte del panteón de Conan, junto a la tradicional escrita por Roy Thomas, y solo por debajo de la legendaria Conan Rey de Timothy Truman y Tomás Giorello. No obstante, como ya decía, todas ellas se complementan en un enorme mosaico de grandes historias que superan a la vida misma.
Conclusiones
La edición de Panini cuenta, aparte de con la tapa dura y una veintena de números, varios extras interesantes y que van más allá de los bocetos, diseños de personajes o páginas alternativas: tenemos cartas, estudios sobre el creador, ensayos… Lo que hace que no solo sepamos más de esta etapa sino también de la concepción de uno de los grandes personajes de la fantasía.
En conclusión, Biblioteca Conan: Las Crónicas de Conan se erige como una reinterpretación ejemplar del mito de Conan en viñetas. No es sencillo recontar los relatos de Robert E. Howard y menos hilarlos con otros de cosecha propia, pero Busiek lo logra. Es una obra que destila pasión por el personaje y su mundo y que invita tanto al veterano como al novato a adentrarse en la Era Hiboria con la misma emoción.
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