![]() |
Imagen libre de derechos. |
Sus disfraces eran esperpénticos, pero eso no importa (todos llevamos un disfraz, sólo que no nos damos cuenta). Sea como sea, lo más crucial era la llegada de un amigo que hacía mucho tiempo que no veían.
Pese a las ojeras y el aspecto algo extraño, el joven dulcero llegaba con su eterna y edulcorada sonrisa. Todos la echaban de menos.
—¡Has venido, macho! Menos mal que has dejado de estudiar por una noche– dijo el falso Drácula (que parecía que dormía de día tras las noches de juerga)–. ¡Pensábamos que te habrías vuelto loco con tanto estudio!
—Menos mal que he podido… Eh, venir– respondió el amigo que volvía a casa. Portaba una bata de “mad doctor”. Llevaba una bolsa consigo–. Os traigo algo, son… Dulces.
Dejó varios en un bol. Eran pequeñas golosinas.
— ¡Qué guay! ¡Tienen formas!– dijo la bruja (que veía aquel montón de golosinas como algo sabroso que comer y no con lo que hacer una casa)–. ¡Guay, una que parece un ojo! ¡Molón!
—¡Mola!– exclamó la diablesa, comiéndose un dedo. Y no usó un tenedor, que es lo más similar a un tridente–. Hurm… ¡Saben genial!
—¿Dónde has comprado estas golosinas de goma?– dijo el Frankenstein, que parecía estar hecho con trozos de cadáveres (hechos de plástico)–. ¿Dónde? ¡Están buenísimas las “pastis” de goma!
—En el cementerio– dijo el “mad doctor” y sonrió–, pero no son de goma.
Todos rieron. ¡Era una broma!
O no… Porque el almíbar dura poco y hace que la piel y la carne humana sepan como realmente tienen que saber.
Demasiado salado.
El Drácula escupió los labios con azúcar, la bruja vomitó una uña, la diablesa intentó arrancar de sí la porción que se le quedaba en los dientes y Frankenstein se atragantó con el ojo.
—¿Exquisito? ¿No creéis?
Si los estaba cebando, sólo él lo sabía.
Daba igual, desde que perdió la cabeza, hacer aquel tipo de cosas le parecía delicioso.