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Nueva adaptación del relato Sombras de hierro a la luz de la luna. |
«Si esas estatuas de hierro fueran hombres fulminados y petrificados por un dios o demonio, ¿cómo podrían volver a la vida?».
Existen varios Conans. El Conan de Robert E. Howard, el Conan de los cómics de Marvel, el Conan de Dark Horse, el Conan de las películas, el Conan de los tebeos francobelgas… Y todos ellos parecen vivir bajo la sombra del bárbaro bruto, gigantón y descerebrado, con taparrabas y espadón, que muchos piensan que es Conan. Gran error, como demuestra Sombras de hierro a la luz de la luna, sexto volumen del Conan el Cimmerio francobelga que Planeta Cómic está publicando actualmente.
Vivir a través de un personaje
Conan nace del deseo de libertad del propio Robert E. Howard, que pasó toda su vida en Texas, con sus padres, esclavo de un deseo de ser un aventurero que solo cumplió a través de sus relatos.
Muchos consideran a Conan una fantasía de poder masculina, cuando en realidad fue el modo de sobrevivir de Robert E. Howard: no solo por los relatos que vendía a las diferentes revistas pulp como Weird Tales (su único sustento), sino también para experimentar lo que jamás experimentó en su vida: grandes viajes, colosales guerras, aventuras con mujeres…
Todo bajo la premisa de un personaje como Conan, un hombre considerado bárbaro, capaz de asesinar a sangre fría, pero regido por la idea de que todos debían ser libres (idea que John Milius tergiversaría para unirla al superhombre de Nietzsche en su adaptación del personaje… que poco tiene realmente que ver con él).
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Las complicadas vacaciones de Conan y Olivia. |
Olivia, la que roba la historia
En el párrafo anterior hablaba de la mujer y muchos han analizado el papel de estas en la obra de Robert E. Howard en especial en relatos como Sombras de hierro a la luz de la luna, publicado en 1932, en Weird Tales, tras que la cabecera sufriese los banzados de una incipiente crisis.
En él, conocemos a Olivia, una esclava que huye de su amo tras que su padre, un rey, la vendiese al mejor postor por no haberse querido casar con el hombre que le habían buscado. En un cenagal, a punto de ser tomada por su enemigo, aparece Conan, destrozado tras una batalla perdida, y aniquila a este villano.
Desde ese punto, Conan y Olivia, dos personajes heridos, se unen para escapar de sus adversarios, llegando a una isla donde harán frente a una amenaza sobrenatural (estatuas vivientes malditas por los dioses olvidados), la propia naturaleza (una selva terrible, al estilo Tarzán), bestiales (un gran y brutal simio) y humana (un grupo de piratas).
Más allá del pulp y el aire frenético de la aventura, tenemos como punto más interesante la evolución de Olivia. De ser una doncella en apuros pasa a lograr el valor suficiente como para ayudar a Conan cuando este es vencido y conseguir imponerse a un islote maldito donde solo les esperaba la muerte. Para Robert E. Howard, muchas veces tachado de misógino, es interesante ver cómo con Olivia o Valeria rompen estas ideas preconcebidas sobre ese personaje del que contamos ya con tantas versiones.
Una nueva versión
En esta ocasión, la adaptación corre a cargo de Virginie Augustine, tanto en el guion, como en el dibujo y el color. Interesantísimo ver cómo una autora refleja el mundo de Robert E. Howard a través de su arte. Más allá de que en su trazo de note su trabajo en Disney al aportar un estilo que recuerda a la animación, es estupendo ver cómo miles y miles de artistas siguen aportando su visión sobre un personaje que se acerca, poco a poco, al centenario.
Como en la adaptación francobelga de Clavos rojos, mi mayor problema con esta adaptación es que se siente demasiado rauda y no deja tanta huella como otras versiones que autores como Truman o Busiek han logrado de la mitología de Conan. Sin embargo, destaco la narrativa, cómo el ojo va a través de las diferentes viñetas a toda velocidad, cómo la historia se vuelve cada vez más y más enrarecida hasta hallar, como si se tratase de Espronceda o Stevenson, la libertad en la piratería. Todo eso sin olvidar el aire pulp y el espíritu del que Robert E. Howard dotó a sus personajes a lo largo de todos sus cuentos y novelas.
Tenemos además, en este cómic, un Conan que, aunque toma la imagen que muchos relacionamos con él (ya sea por cómics o films), tienen algunos toques propios en su trazo que hacen que sea un personaje imponente y que no podemos dejar de ver en movimiento. Del mismo modo, Olivia, aunque sigue la premisa de llevar la ropa justa para superar la censura de los ’30, también es una mujer realista capaz de transmitir el horror de su pasado y cómo se enfrenta a este.
La edición de Planeta Cómic incluye tapa dura, gran tamaño, buen papel, ilustraciones y bocetos, portadas de los otros cómics de la colección, una introducción y un epílogo donde se habla del relato original, contextualizando su importancia dentro del paradigma del género. Algo que se agradece en esta época donde las editoriales tienden a cargarse cualquier aspecto extra.
En definitiva, sin ser su obra más brillante, Conan el Cimmerio: Sombras de hierro a la luz de la luna nos permite regresar de nuevo al Conan original e indagar en la figura de su compañera Olivia, en medio de los innumerables peligros de la época Hiboria. Y eso, nunca está de más.
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