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La carretera como trayecto, fin y objetivo de un padre y un hijo que lo han perdido todo, igual que el mundo. De eso va la novela de la que hablaremos hoy. Imagen de dominio público. |
"Lo que uno altera mediante el recuerdo tiene sin embargo una realidad, sea o no conocida".
Homo homini lupus. El hombre es un lobo para el hombre. Pese a que la ficción cree monstruos y bestias innombrables, la gran realidad es que la mayor amenaza del ser humano es él mismo, tal y como señaló Hobbes en sus famosos escritos. La Historia es un gran recordatorio de esta frase, una gran argumentación sobre cómo los humanos luchan entre la civilización y la barbarie (si acaso no son los dos estados naturales de estas criaturas). Llega el punto en que si todas las falsas creencias se rompen y las verdades quedan olvidadas, el mundo toma una nueva forma donde cada cual se muestra como es y la respuesta puede que no sea hermosa, pero sí sincera: la hecatombe está a un solo paso de distancia. Hay seres humanos capaces de lo mejor, también hay otros seres (por llamarlos de alguna manera) capaces de lo peor. Nadie se sorprende de esto, porque parece parte de nuestro ADN.
En la carretera
Enriquecedora, muy enriquecedora, ha sido esta lectura. Considero interesante como novelas con doscientas páginas te otorgan más lecturas que muchas obras de miles y es el caso de La carretera del legendario escritor Cormac McCarthy, merecedora del Premio Pulitzer, miles de halagos, estudios... y, lo mejor, que en estos tiempos donde los galardones siguen rumbos extraños por la villa del interés, es, además, una excelente novela que trata sobre muchos de los elementos que dejaba caer un servidor en el primer párrafo de este comentario.
La carretera sigue la historia de un hombre y un niño que buscan algo a lo que aferrarse tras el fin del mundo: ¿la esperanza? ¿La inminente muerte? ¿El pasado? Ambos vagan por una larga carretera de un mundo donde hay terremotos, llueve ceniza, no hay atisbo de civilización y lo único que encuentran es a seres perdidos, caníbales o monstruos tan humanos como ellos mismos. Al mismo tiempo, se enfrentan a sí mismos en esta interminable y devastadora caminata donde se preguntan cuánto les queda de humanidad. Lo peor es que puede que, al final, sea el demonio del pasado, el infierno de los recuerdos, tu peor adversario.
En ningún momento sabemos qué ha producido el fin del mundo, porque ¿realmente importa? Es la excusa. Si fuera el fin del mundo por el abuso de la gasolina como en Mad Max, una invasión alienígena como en La Guerra de los Mundos, una supergripe como The Stand o los Jinetes del Apocalipsis de la Biblia, poco importa. Un terremoto, erupciones volcánicas, lluvias de cenizas, una guerra atómica… Lo que importa es la propia historia. Lo que resulta crucial es la historia de un padre y su hijo, sobre si conseguirán algo mejor de lo que han tenido hasta la fecha. ¿Queda algo mejor en el arduo horizonte? ¿No han sobrevivido a la devastación para quedarse en tierra de nadie? ¿Hay esperanza más allá de aquella que ofrece una bala en la cabeza?
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Imagen de la adaptación cinematográfica de La carretera. Fuente. |
McCarthy y su estilo
El estilo de McCarthy nos traslada a un mundo que ya no es un mundo, que solo es desolación, y presenta una serie de situaciones que no resultan repetitivas (como afirman aquellos que no entran en la historia, los que se quedan en la forma o los temas, no en sentir la obra). Estas desdichas nos acercan al acabose, a la hecatombe, a la lucha por la supervivencia. Es la humanidad de la historia la que, al fin y al cabo, nos termina atrayendo y nos hace conectar con ellas. Sentimos la angustia de ese padre mortificado y de ese hijo perdido, tenemos hambre, tenemos miedo ante lo que hallaremos y sentimos la derrota.
La lectura de La carretera requiere un ligero esfuerzo por parte del lector, dada sus virtudes propias, que no son cercanas a la típica novela precocinada que podemos encontrar. Esa cualidad, en estos tiempos donde todo el mundo parece querer solo distracciones, parece una auténtica utopía, pero la lectura puede ser un desafío (aunque digo bien que la lectura de La carretera no es compleja, no es un galimatías, solo resulta diferente y distintiva). Es una novela triste, pero también existe un aire de melancolía y poesía muy digno; cada fragmento parece merecedor de ser descubierto y redescubierto, leído más de una vez y discutido con otros lectores. McCarthy incluye pensamientos y ensoñaciones que rasgan la mente del lector y le hacen buscar significados, en algo que se puede considerar realmente beneficioso. Frases cortas, en ocasiones abundancia de nexos, descripciones poéticas, diálogos sin rayas o acotaciones… La primera vez que nos topamos con su lectura nos sorprende, pero el estilo elegido por McCarthy, desprovisto de la forma usual de la novela para entregarse a sus propios deseos como narrador, resulta lo suficientemente interesante para cualquiera que no busca una historia prefabricada.
Ahora bien, por ahí leerán muchas críticas sobre el estilo de McCarthy. Que si monótono, que si abuso de conectores, que si no posee rayas para representar los diálogos, que si lo uno, que si lo otro… Seamos honestos: hay lectores que no quieren poner nada de sí y, enseguida, si la obra es compleja o se separa de esa malentendida zona de confort, comienzan a criticarla, a gritar, lloriquear y parece que tienen que tener la verdad absoluta, porque ellos son el cliente y siempre deben tener la razón y, al final, solo está la idea de que hay gente que no da, que tiene límites, y piensa que todo tiene que ser a su imagen o semejanza o está mal. ¿Lectores? No sé ni si se puede llamar así a esos críticos de medio pelo.
Otra cuestión puede ser que el estilo de McCarthy no encaje contigo porque consideras que aprecias más las frases largas o la utilización de aspectos más comunes, pero siguiendo lo anterior, de otro modo, la sensación que queda al resumirse en “no lo entiendo” es un poco como el mirar la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, es decir, no juzgarse a uno mismo y sus cualidades (o carencias) como lector. Y sí, a veces, antes de leer ciertas novelas hay que prepararse, mentalizarse y tener la mente abierta, algo que logra la lectura de un modo no solo cómodo. Porque leer no tiene que ser solo tirarse en un sofá sin pensar. Pensar es bueno, por si no lo sabían.
Tras el fin
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La portada de La carretera de Cormac McCarthy. Fuente. |
Además, La carretera se lee con inusitada rapidez. No solo es corta, sino que parece el fragmento de una historia propia. De pronto, nosotros también estamos arrojados en esa carretera, sin saber si habrá un mañana, sin conocer cuándo podríamos morir o si podría ocurrir algo que nos hiciera desear que ya hubiéramos muerto. Pasamos hambre, dudamos sobre nuestra naturaleza, dormimos bajo un frío que hiela el hueso y apenas respiramos cuando la lluvia de cenizas y el invierno nuclear caen sobre nosotros. La carretera hace sentir al lector que desee ser algo más que alguien que lee, encandila a la persona que quiere vivir una historia. Llegar a sentir en un mundo tan destrozado parece un milagro, pero la humanidad puede sorprender en cualquier momento.
He detectado cierto aire de fábula, pero no por ello irreal, sino más bien de cuento antiguo contado de mayores a jóvenes, en las enseñanzas de esta historia. Más allá de las búsquedas de comida o refugio, me quedo con la relación del hombre y el chico, esos desconocidos sin nombre que podríamos ser tú y yo. El niño no debería haber conocido ese mundo que ya no lo es y despierta los debates morales. Él debería ser un salvaje, pero su padre, un hilo del viejo mundo (un supuesto médico, un dador de vida que ahora huye y da muerte), lo mantiene como un ser que quizás es demasiado ingenuo para ese mundo cruel y salvaje. Ellos transportan el fuego, la virtud, la moral del bien, en un mundo donde ya no permanece nada de eso. Las viejas creencias han muerto y el padre sabe que las nuevas son devastadoras, la ley del más fuerte. Por eso, admite que su hijo ni él deberían seguir vivos.
Al final, queda la carretera como símbolo de futuro, quizás, si nos arriesgamos, de esperanza. ¿Permanece el fuego más allá de nosotros mismos? ¿Hay buenos? Nosotros, los lectores, elegimos en ese angustioso y dramático final (¿abierto?) donde un niño pregunta sobre el bien que queda cuando se pierde todo, como cualquier ser humano se pregunta sobre su propia humanidad cuando ha portado una pistola consigo y ha visto la muerte ante sus ojos.
¿Muerte o vida? ¿Desesperanza y aniquilación? ¿Tristeza o rabia? ¿Guerra o paz? ¿Barbarie o civilización? Que cada uno elija si sigue o cae en esa carretera. Pero, a veces, no se puede elegir. Como siempre.
"Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados con que llorarlo".