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NOTA: Basado en la obra de J.K. Rowling: “Harry Potter”.
Muertos. Muertos por todos lados. Y destrucción, destrucción por doquier. Era lo que dejaban a su paso los mortífagos en su terrible guerra.
De un sitio a otro, oscuridad, horror y lágrimas. No habían podido evitar el asesinato de todos aquellos muggles.
Uno de los aurores observó la destrucción y negó con la cabeza. Su rostro estaba ensangrentado, plagado de heridas. Su ojo mágico escrutaba la devastación.
— He llenado la mitad de Azkaban de mortífagos y aún ocurre esto– dijo enfurecido–.¡Maldito sea hasta el nombre de Lord Voldemort!
Su ojo mágico se movía en todas direcciones, congelando momentos del caos en su mente.
—Tan maldito ha de ser ese nombre, que muchos temerán pronunciarlo, Alastor– dijo el otro auror, guardando su varita. No podían hacer nada, habían fracasado.
—¡Podríamos haberlo evitado si no hubieseis ido a ayudarme!– chilló un hombre en las tinieblas, con las ropas convertidas en harapos. Su mirada arrepentida se dirigía hacia la luna. Ya no era llena, como aquella que tanto le atormentaba.
—No podemos abandonarnos. Eso es lo que nos ha enseñado Dumbledore– repitió el auror que había hablado en segundo lugar–. Nunca.
En ese momento, una moto se deslizó entre las nubes y aterrizó. El que iba en ella observó el horror. Había atravesado una nube negra para desfigurar aquellas que formaban una calavera y una serpiente, la Marca Tenebrosa.
—El Que No Debe Ser Nombrado, lo llaman ya– dijo el recién llegado, de largos cabellos negros y mirada oscura–. Temen hasta su nombre.
Y, lejos de allí, desde su trono de horror, entre sus fieles mortífagos, Lord Voldemort, El Que No Debía Ser Nombrado, sonrió.
—No, Alastor– dijo el segundo auror, mirando al del falso ojo–. No, Remus– señaló a la persona atormentada de la ropa hecha jirones–. No, Sirius– señaló al que acababa de llegar–. No le temeremos por su nombre ni por sus actos. No le daremos esa victoria.
Los demás asintieron.
—Bien dicho, Cornamenta– dijo Sirius–. No le daremos ninguna victoria.
Y, lejos de allí, desde su trono de horror, entre sus fieles mortífagos, Lord Voldemort, Quien-Tú-Ya-Sabes, lanzó un grito y maldijo a aquellos aurores. Acabaría matándolos tarde o temprano, mientras extendiese su miedo. Ninguno de ellos sobrevivirían a él y a su miedo, un miedo que no tenía nombre.
Remus Lupin contemplaba la tragedia producida por los acólitos de Lord Voldemort. A su lado, Ojoloco Moody le hablaba de las tinieblas que todos tenemos con nosotros mismos hasta que se dio cuenta de que faltaba alguien:
—¿Dónde diantres se ha metido ese muchacho, ese Pettigrew?
Alejándose del campo de la batalla que no se produjo, porque los aurores llegaron tarde y porque los muggles no pudieron hacer frente a aquellas artes oscuras, Sirius Black caminó junto a su amigo James.
—¿Qué te ocurre, James?
—Es Lily. Estoy muy preocupado por ella– confesó James. Sirius se aproximó a su amigo y le miró fijamente:
—¿Y cómo está la sabiondilla, como está Lily?
James suspiró y lo dijo:
—Espera nuestro primer hijo... Y no sé si este es un mundo para traer a un hijo ahora, entre toda esta oscuridad, mortífagos y muerte.
—¡Enhorabuena, James!– clamó Sirius, con una amplia sonrisa que sólo años de oscuridad borrarían mucho después–. ¡No temas por él! ¡Es el hijo de James Potter y de Lily Evans! ¡Va a ser un mago brillante! ¡Seguro!
Y entonces, James, con una sonrisa leve le dijo a Black:
—Queremos que seas su padrino, Sirius.
Entre la destrucción nació una esperanza. Luego, habría más muerte, pero la luz de días mejores no se extinguiría ante la oscuridad. Nunca. Había esperanza.
Oscuridad. Oscuridad por todos lados. Y tragedias, tragedias por doquier. Pero también esperanza, una pequeña esperanza que un día cambiaría todo.
