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—Ya sabes, todo el día ayudando a esos dichosos mortales y ellos ¿cómo te lo pagan? Con su prepotencia y su “hay el sentimiento de la vida, cuánto me pesa” o “me da igual todo, lo importante soy yo”, blablablá. Más aburridos…. ¡Son seres tristes!
»Tienen un gran potencial, pero sólo lo utilizan para hacer estupideces. Si yo los hubiese creado, me sentiría tan frustrado...
»¿Debería sentirme contento porque sepan odiar tan bien? No sé, el odio gana mucho cuando se tienen más sentimientos con quien compararlos. Si todo el día, los humanos están odiando pues es muy aburrido. Me encanta más que amen, que se diviertan y… ¡Cambien! De pronto, súbitamente, odien al ser que amaban, odien al ser con el que se divertían… Lo bueno es pervertirles, pero si ya están pervertidos ¿qué podemos hacer? Me he cansado mucho de mí… Siempre igual…
—Odian porque desean otras cosas y quizás el deseo les ha cegado demasiado. Por el amor, odian, porque al querer algo desprecian lo demás o cuando quieren algo y no lo tienen, lo odian…, incluso lo que amaban terminan odiándolo.
»Es muy aburrido, la misma historia mil veces contada, pero sólo cambian los actores.
»Creo que aminoraré mi fuerza, ¿sabes? Deberán desear otras cosas, para que luego las odien. Los mortales se moverán por el filo entre el amor y el odio. Será un buen trabajo y nos fascinará más que tanto tedio. Sé que piensas lo mismo que yo, porque ambos nos conocemos muy bien, quizás demasiado. Me he cansado mucho de mí, siempre igual…
—Me gusta lo que dices por tu venenosa boca. Permíteme que me presente, soy Odio. ¿Y tú? ¿Quién eres?
—Creo que nos llevaremos bien. Mi nombre es Amor, repugnante. Quizás encontremos una manera de contar nuevas historias. Dame la mano y tracemos una fina línea y que los mortales elijan cómo y a dónde caer.
—Te amo.
—Te odio.
—¿Jugamos?
—Siempre.