El premio de aquello que odias hacia aquello que amas

Esta columna de El Juntaletras contra el Mundo la escribí en su día por el premio que se le concedió al creador de Mafalda y creo una de esas breves y estúpidas trifulcas a las que nos hemos acostumbrado en el mundo del cómic. La recupero porque creo que nunca está de más el hecho de reconocer el cómic como cultura, lejos del premio de turno.


Pixabay.

¿Recuerdas cuando hacías el idiota de pequeño y le decías a tu madre, padre o dios primigenio: “mira, mira, ¡mira lo que he hecho! ¿Por qué no miras lo que he hecho? ¡Mira!”? Eso lo llevamos haciendo los seres humanos y demás seres abominables desde que el mundo es mundo. 

Este arrebato, esta llamada de atención infantil, proviene desde que al primer ancestro de nuestra especie se le ocurrió vivir en sociedad. Así decidimos que teníamos que ser aceptados por el resto del grupo y le dábamos algo de lo que hablar a los filósofos griegos (imaginen que filosofan como Bob Dylan en el anuncio ese del banco, ¿a que es divertido?). Si eras igual al resto de la sociedad, estaba bien; mamá sociedad te acogía y te ahogaba en su mullido seno. Si eras diferente, era de esperar que alguien te partiese el cuello, te quemase, te lapidase o llevase a cabo alguna de estas medidas drásticas de socialización. Así vamos desde entonces. 

Situémonos: esta semana se ha anunciado que Quino se lleva uno de los Príncipes de Asturias gracias a su trabajo en Mafalda. Enhorabuena al autor, seguro que su respondona niña tendría mucho que decirle. Por supuesto, hay muchos aficionados a sus tiras contentos. Y habrá mucho que nunca haya leído un tebeo, pero admira la capacidad de Quino y su mordacidad. Y con razón. También habrá mucho hipster compartiendo como loco viñetas ahora para intentar demostrar que es muy moderno, muy fan y... muy tonto. Nada nuevo bajo nuestro sol. 

En cuanto a los típicos aficionados al cómic, ¿qué podemos decir de cómo se han tomado la noticia? Desde la alegría hasta el “deberían haber reconocido antes a otro autor [inserte el nombre]”. Y es aquí donde me he quedado fuera de juego con algunos aficionados. Por suerte o desgracia, llevo algún tiempo entre esa especie de comunidad formada por periodistas culturales, propietarios de tiendas especializadas, autores… y veo sus opiniones diarias sobre diversos temas, como la política. No suelo intervenir, simplemente a veces los leo y sigo con mis cosas. Ya se sabe que estamos en esa era de la opinión para todos y del eterno adiós a la atención sobre algo que realmente es valioso. Por ciertas reacciones entre los grandes “radicales” de turno, me alucina ver cómo una mayoría de ellos odia a la Casa Real y a los políticos (corruptos, inútiles, imbéciles, asquerosos, ratas… complete el juego), pero luego unos señores otorgan el Príncipe de Asturias (con todo lo que representan, recuerden esa palabra “Príncipe” si no les queda claro) a un autor de cómic y, de repente, esos galardones se convierten en los más importantes y prestigiosos, además de una especie de suceso histórico: ¡España reconoce el cómic! ¡Paren las rotativas! ¡Salten a la comba y córtense en pedazos a sí mismos! [Sí, mis juegos infantiles fueron raros]. 

Sí, ahora parece que la alcurnia política y monárquica reconoce la valía de los tebeos. Políticos, esos elegidos por nosotros, y monarcas, esos reconocidos por… Eh, hurm, ¿nadie salvo un pueblo que no ha sabido cuando decirles “fuera de aquí, estorbáis”? 

Y todo en el mismo sitio: esa misma España que sube el IVA de los libros y cómics. 
Esa misma España que sigue sin defender su patrimonio en el mundo del cómic o cualquier arte (matar a un toro dudo de que sea arte, a menos que empecemos a desfilar por el frágil camino de que el asesinato salvaje es un arte). 

Esa misma España que continúa pensando rumiando que los tebeos son para niños. 

Esa misma España que entiende el mundo de las viñetas como algo pueril. 

Esa misma España que cree que un lector habitual de cómics es alguien incapaz de leer algo que no tenga dibujitos. 

Esa misma España que estigmatiza no solo el cómic sino a la propia cultura. 

Esa España donde hemos nacido y donde, pese a todo, algunos siguen luchando por cambiar todo esto, por lo que son dignos de admiración para mí, desde lectores a investigadores pasando por autores, vendedores y mucho más. 

No toda esa España es tan oscura ni tan penosa gracias a la esperanza que suponen, pero la defensa de estos premios supone algo claro: defender el modelo rancio en el que nos hemos internado. No obstante, parece ahora como si algunos autores cómiqueros necesitasen el reconocimiento “real” o un premio para que algunos aficionados puedan aceptar que la lectura del cómic es algo normal y poder fardar de “yo conocía a ese autor antes que nadie, ahora lo reconoce la sociedad, qué bien. Él es aceptado, yo soy aceptado”, que es simplemente una modernización del “mira, mira, mira lo que he hecho. ¿Por qué no miras lo que he hecho? ¡Mira!”. Pero luego son los mismos aficionados se alegran cuando un autor rechaza uno de estos premios o va contra la “Marca España” (no hablemos de algo tan absurdo como esto...) que les estaba explotando. ¿En qué quedamos? ¿Es bueno pertenecer a la sociedad rancia que odiamos? 

Si necesitamos la aceptación de una sociedad absolutamente tan vacua como la nuestra para sentirnos satisfechos de nuestra lectura de cómics… eso es algo completamente estúpido por nuestra parte. 
Si cambiamos la balanza cada dos por tres, somos contradictorios y nos perdemos en ese camino tan peligroso de las opiniones. 
El cómic es cultura y arte.
Obras como From Hell lo demuestran.
Fuente.
Vivimos en la época de las contradicciones, de subirse al carro cuando sea necesario, de reír las gracias a unos y a otros… Y creo que quedamos unos cuantos que ya poco nos hace gracia en este mundillo. No hace falta premios de fundaciones y similares, lo que se necesita es incentivar la cultura y que el mundo del cómic sea tomado en serio, cosas que muchas veces no es por los comportamientos infantiloides de autores, editoriales y público. 

Quien haya leído a autores como Will Eisner, Alan Moore y muchos otros, sabe que el cómic vale la pena por sí mismo, no porque lo reconozca un estamento anticuado e innecesario. 

No creo en políticos, no creo en reyes, no creo en fundaciones, creo en muy pocos autores y creo solamente por completo en el arte y, sobre todo, en la novela, el relato y el cómic, que es lo que más he creado. Pero si hablamos de reconocimientos (y acepto que haya premios especializados y que tengan dinero para el autor), ¿no se puede reconocer a los buenos autores con el mejor premio de todos? ¿Qué? ¿Que cuál es? Simple: leerlos. 
En conclusión, ya tengo mi pasaje para exiliarme a Marte cual Doctor Manhattan comprado. Que nadie me acompañe. Gracias.

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