
La
historia comienza con cierta simpleza: Germain (Fabrice Luchini), un profesor
de literatura hastiado, que no aguanta a su mujer (con su galería de arte) y
mucho menos a sus estudiantes, que no saben escribir. Entonces, recibe una
redacción escrita por uno de sus alumnos, Claude García (Ernst Umbahuer). Le
sorprende. La calidad es más que aceptable, eso es bueno.
Lo
perturbador es que ese texto sobre lo que ha hecho ese fin de semana consiste
en cómo Claude entró en la casa de otro estudiante, Rafa, aprovechando una
excusa idiota, y así saber cómo es la vida de alguien acomodado. Y también
trata sobre cómo Claude se fija en la madre de su amigo.
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Alumno contra profesor ¿o es al revés? |
A
medida que pasa el tiempo, el director François Ozon nos propone internarnos en
ese lugar que debería ser nuestro refugio: la casa, pero en realidad también
sirve para guardar nuestros secretos y lo que somos, haciendo que la llegada de
un intruso pueda hacer que todo se tambalee o, incluso, se destruya.
Ozon,
que también escribe (basándose en la novela de Juan Moyorga), consigue que la
película no se haga en ningún momento lenta e intrascendente. Rápidamente, se
dedica a tender puentes y más puentes para crear un thriller intenso y oscuro
sobre la obsesión, la manipulación y nuestros propios secretos, compartiendo
algunos puntos en común con la hermosamente oscura Stoker.
Todo
ello gracias a un guion solvente y unas interpretaciones más que buenas, sobre
todo en ese desafío entre el profesor y su estudiante, un más que correcto
Luchini y un Umbahuer respectivamente. El actor que da vida a Claude demuestra
ser una joven promesa a tener en cuenta, retrata a la perfección a ese cruel
manipulador que es su personaje.
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El profesor se convierte en un lector... ¿O en un voyeur? |
A
medida que crece la degeneración, En la casa se vuelve mejor. Cuando
el maestro y su esposa (Kristin Scott Thomas), convertidos en voyeurs, empiezan a tratar las redacciones
de Claude como si fueran capítulos de una macabra novela y los personajes
reales como si fueran personajes a los que se pueden cambiar (véase a Rafa
hijo). Irónicamente, nunca sabemos si Claude nos está contando la verdad o
simplemente hace una ficción tan buena que los espectadores (y el propio
profesor) se la cree. Es entonces cuando el film se convierte en una especie de
pequeño thriller que no olvida sus dosis de drama e incluso algo de comedia,
todo para representar una espiral de caída, que juguetea con otros posibles finales
(suicidio, infidelidad…) hasta llegar al desenlace perfecto.
En
la casa posee uno de los mejores finales del cine
de los últimos tiempos: siempre habrá una manera de contar una historia, siempre
habrá una manera de entrar. Y la historia jamás culminará.
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Siempre hay una manera de entrar en la vida de otros. |