“A pesar de mis propias palabras, la vida no es una obra.
Conocemos a gente a la que nunca volvemos a ver. Lo que sucede no está
predestinado ni tenemos al público para que nos aplauda en un momento dado. No
nos colamos entre bambalinas para ver a los actores cambiarse de peluca,
pintarse la cara o susurrar sus diálogos”.
Shakespeare, según Neil Gaiman.
Imagino que cualquier entrada que comience con una de las reflexiones del gran Shakespeare, escritas por Neil Gaiman en The Sandman, ya puede valer hasta cierto punto la pena, aunque ahora vengan mis delirios varios sobre el tema de cómo los escritores aceptamos nuestra realidad.
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La vida y la muerte de un escritor pueden significar un mar de historias a sus espaldas. Imagen de dominio público. |
Los escritores podemos llegar a pensar que nuestra realidad es una obra de ficción escrita por nosotros (o por otros, ¿recordáis In the mouth of madness?). Tal vez, todos somos personajes de una enorme historia cuyo final solo atisbamos nosotros como personajes. Quizás, la historia más larga jamás escrita sea la de todos los seres humanos que hemos surcado los caminos intransitables de este colosal mundo a lo largo de cientos y cientos de años.
Desde que fui creciendo como escritor (o lo que sea que soy), he intentado dejar de lado ciertos impulsos y deseos de convertir mi ficción en realidad. No obstante, ahí está La Historia, que escribí de 2007 a 2009 como una traslación de mis "aventuras", aunque deformando todo y transformándolo en un mundo oscuro y decadente. Básicamente, fue convertir aquellas historias con mis amigos en una obra influida por mis héroes como Poe, Tim Burton, Alan Moore... Adoraba todo ello demasiado como para no hacerlo.
A partir de ahí, decidí alejarme de la idea de convertir mi realidad en ficción. Nada de nombres reales. Nada de personas que conozco. Nada de hechos que haya vivido... Pero alejarse del todo, tampoco es bueno, porque considero que la literatura se nutre de nuestras vidas y las de aquellos que nos rodean. No sé si al nivel del protagonista de la fantástica película En la casa (donde el joven autor se transforma en un cautivador a través de una historia real), pero sí se que a la realidad se le puede añadir una capa de ficción y convertirla en otra cosa. Al menos, es una forma de hermanarme con aquel Carlos que empezaba a escribir.
No sé adónde llegarán los caminos ni sé cuál será su conclusión, pero podemos tomar tres decisiones:
1) Huir de la realidad. Haz que todo sea ficción, dentro de lo que cabe, aunque venga Platón y te diga que es imposible, que todo es una copia de una copia y tu arte es la copia de la copia de una copia. O tal vez, si estás muy influido por otro, la copia de la copia de la copia de una copia. Y también tendrás un trabalenguas.
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Básicamente. Fuente. |
2) Envenena tu realidad de tinta. ¿Eres feliz? ¿Eres triste? ¿Qué te ha pasado hoy? ¿A quién has conocido? Todo (sentimiento, hecho, personaje...) es ficción y espera convertirse en tinta y papel. Pero ¿te comportarás como debes comportarte, como una persona, o como el personaje que se supone que tienes que ser? ¿Y si todos somos personajes sin saberlo? ¿Qué nos diferencia? ¿Que lo escribiremos? ¿Que no?
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Esto es así. Fuente. |
3) Mezcla ambos senderos. ¿Por qué tienes que elegir uno? ¿Por qué no añadir todo lo que te dé la gana de aquello que te gusta? ¿Por qué hay que decidir? Eres un artista, eres libre. Por favor, no renuncies a ello y haz lo que te dé la gana, como si quieres hacer que un personaje tenga un tic de alguien que conoces o una persona te influye tanto como para ficcionalizarla. Al fin y al cabo, ¿el mundo no es una inspiración para el juntaletras?
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Y con cara de confusión incluida. Fuente. |
Y al final, las vidas solo permanecen en el recuerdo que se acaba evaporando con las generaciones, a menos que alguien descubra en un viejo libro, que alguien una vez soñó. ¿Por qué no?