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Imagen de dominio público. |
Dicen que una bruja se enamoró una vez de un aguerrido caballero, mas el hombre prefería la batalla antes que yacer bajo los filtros de amor de la discípula de Circe. Y se marchó a una guerra de un rey ofendido por una amenaza de otro soberano (afrentado por advertencia ajena). En esa lucha, al bravo paladín le esperaba su único amor: la muerte.
Nunca fue vencido hasta ese último combate. Cuando encontraron su cadáver, hallaron muchas flechas en su cuerpo, pero el matasanos dijo que no murió así, sino ahogado:
En su cabaña con patas de gallina, la hechicera aguardó con las manos empapadas. Sostenía en aquellas decrepitas garras un guiñapo, un muñeco de trapo. En un pequeño cubo de agua pútrida, lo ahogaba una y otra vez. Y se mordía el labio, gimiendo, mientras añoraba que su amor perdido volviese con el sonido chirriante de unas armas quebradas en la cruzada. Ya no las necesitaría, solo la necesitaría a ella.
Y no sé si esta historia es verdad, pero me explicaría el porqué. En la noche vi a una anciana estrangulada por una armadura vacía. Puede que fuera una pesadilla, pero ¿cómo justificaría eso mi cuello roto y el sonido carcajeante del metal en la madrugada?
¿Por qué escribí este cuento corto? Hacía mucho de la publicación del último... Y la lectura reciente de las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer y el ejercicio propio de escribir un microrrelato a partir de una imagen encontrada al azar han sido las dos condiciones básicas para concebir este cuento El caballero y la bruja: una mentira, que creo que tiene bastante de clásico, pero que no deja de ser una historia sobre amor, batallas y todas las cosas que me gustaría tocar en futuras obras.