Aquel que erradicó vidas cual matanza se quedó petrificado ante la tormenta que se avecinaba. Escuchó un leve tic-tac. Sintió aquella desesperanza, esos segundos lentos que marcan la diferencia entre la vida de la muerte… Una vez más.
Pero esta vez lo sentía él.
Supo lo que iba a pasar.
Quiso sonreír, sería una manera elegante de morir.
Pero la posición del cadáver, tras ser triturado por un mar de dagas, no se pudo considerar elegante.
Nadie se ríe de la Muerte cuando ha sido su emisario. Ella es la que se suele reír de él.