Cada rascacielos era un barrote en el horizonte.
Todo era oscuridad, a excepción de las luces de neón de vicios inconfesables.
Así, el cielo estaba apresado por un humo pestilente.
Abajo, personas y coches eran carceleros que no dejaban de vigilarte.
No había ninguna manera de huir.
La ciudad era una cárcel.
Siempre lo ha sido y siempre lo será.
Noviembre de 2010.