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Portada de la adaptación en formato de cómic del clásico de la ciencia ficción Las estrellas, mi destino. Fuente. |
"La venganza es para los sueños, no para la realidad".
Uno de los grandes enemigos de la crítica del arte es el tiempo. No es lo mismo comprender una obra en su época o encontrar sus valores cuando su tiempo ya ha marchado. Existen obras inmortales que siguen siendo leídas perfectamente, pero siempre se halla uno con comentarios críticos hacia los clásicos que hacen que piense que el crítico se retrata más a sí mismo que a la obra sobre la que habla. Esto suele ocurrir con muchos que expresan con su mentalidad actual, influida por otras formas artísticas como el cine, a la hora de hablar de obras como Las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha o los relatos de autores como Edgar Allan Poe. Siempre nos topamos con alguien que dice que son obras aburridas, que el autor no sabía escribir... Y quizás son ellos, estos críticos de lengua viperina y comentario sin argumentación, los que no saben leer. O, como bien se dice, la ignorancia es atrevida.
Todo ello se repite cuando dirigimos nuestra mirada hacia obras dedicadas a un sector del público marcado, ciertamente "desconocidas" como es el caso de Las estrellas, mi destino, clásico de la ciencia ficción de Alfred Bester. En estos tiempos de movimientos como #Metoo, puede que sea una obra ciertamente incomprensible al poseer a un protagonista machista, violento y cruel. No es un ejemplo. Es lo peor del ser humano. Un maniático, un arlequín terrible, una muestra de lo peor de cada uno de nosotros. No obstante, el arte no debe ser hecho por y para la moral, sino para el placer y el goce estético, incluso cuando se narren obras sobre villanos vengativos como Gully Foyle, el protagonista de esta novela. Quien piense que Foyle es un ejemplo o es un héroe, solo por ser el protagonista, comete un error de partida. No todos los protagonistas, recordamos (por si hay algún despistado), deben ser héroes. Y menos mal.
Uno de sus principales méritos es que Bester no nos habla sobre un héroe perfecto y aguerrido, sino sobre un tipo del montón del que nunca se ha esperado nada hasta que decide vengarse y comienza una serie de actos monstruosos que el lector debe aceptar con esa simpatía por el demonio sobre la que hablaban los Rolling Stones. Quien busque a un superhéroe de brillante armadura, esta no es su obra; todos los demás, aquellos que desean ver a un demente degenerando a lo largo de las páginas, sed bienvenidos.
Todo ello favorecido por el aire pulp de Bester, presente durante toda la obra, con unos personajes y unos diálogos que algunos consideran forzadas, pero que no dejan de funcionar para la obra y la época en la que fue escrita. Como siempre digo, hay ciertos libros que son como seres queridos: hay que aceptarlos y amarlos incluso con los defectos que otros les señalan.
Como si de un Conde de Montescristo sideral se tratase, Foyle emprende una venganza contra los desconocidos que le dejaron a punto de morir en la nave Nómada. Malviviendo, llevando por su deseo de hacer pagar a aquellos que le condenaron, Foyle descubre su auténtico poder y emprende una carrera suicida por todo el universo, el cual no duda de teñir de sangre con tal de descubrir quién fue la persona que dio la orden de dejarlo perecer.
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Foyle aguarda más allá del oscuro espacio. Imagen libre de derechos. |
Viajes en el tiempo, poderes psíquicos, sectas, familias reales en torno al nombre de una compañía, guerras galácticas... Las estrellas, mi destino funciona a la perfección con toques sumamente interesantes. El universo de la novela parte de una premisa aparentemente simple: ¿qué pasaría si pudiéramos teletransportarnos? Parece una pregunta simple, pero la novela crea todo un universo a partir de ella, desde asaltadores que roban todo lo que pueden, hasta un mundo donde las razas se han mezclado gracias a esta habilidad, donde a las mujeres de alta cuna se las ciega para que no puedan teletransportarse o donde para parecer más prestigiosos, los monarcas de las familias adineradas deciden no teletransportarse, algo que consideran vulgar.
Como en tantas otras obras de la época, el miedo a la guerra atómica resurge una vez más bajo la amenaza del PIRe, un misterioso cargamento a bordo de la Nómada y, a su vez, se recogen ciertas ideas sobre el holocausto judío en sus páginas, ya que el futuro que vislumbra Bester no deja de ser tan terrorífico como nuestro presente. En esta época donde la guerra, la marginación y el fascismo campan como quieren (o como ordenan), la historia de Bester nos devuelve algo valioso: nuestra responsabilidad sobre nuestros propios actos. Al igual que otro clásico: Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, el final nos deja a nosotros, los lectores, con la decisión de qué debe pasar en nuestro mundo.
La novela de Bester también es conocida como Tiger, tiger, por la alusión que hace al poema de William Blake y que sirve de leitmotiv para el monstruoso tatuaje que luce Foyle en su rostro. Como detalle, este poema también es citado en el cómic Watchmen, cuyo guionista, Alan Moore, ya había hecho una referencia al título de esta novela: Las estrellas, mi destino con su cómic: Las estrellas, mi degradación.
Las estrellas, mi destino continúa siendo una aventura de ciencia ficción que se lee rápidamente, un thriller y una historia sobre la venganza con grandes ideas que desarrolla a la perfección, incluso con su atípico y precipitado final. Más de sesenta años después de su publicación, Las estrellas, mi destino persiste flotando por el universo, convertida en una de esas novelas de ciencia ficción que nos advierten no solo del presente o el mañana, sino también sobre nosotros mismos, porque puede que, al final, por mucho que nos mintamos, también nosotros nos convirtamos en ese monstruo que es Foyle, que es la humanidad, que somos cada uno de nosotros.
Las estrellas, mi destino continúa siendo una aventura de ciencia ficción que se lee rápidamente, un thriller y una historia sobre la venganza con grandes ideas que desarrolla a la perfección, incluso con su atípico y precipitado final. Más de sesenta años después de su publicación, Las estrellas, mi destino persiste flotando por el universo, convertida en una de esas novelas de ciencia ficción que nos advierten no solo del presente o el mañana, sino también sobre nosotros mismos, porque puede que, al final, por mucho que nos mintamos, también nosotros nos convirtamos en ese monstruo que es Foyle, que es la humanidad, que somos cada uno de nosotros.
“He devuelto la vida y la muerte al pueblo que vive y muere. El hombre de a pie ya ha sido fustigado y dirigido demasiado tiempo por hombres motivados como nosotros..., hombres con una compulsión..., hombres tigres que no pueden evitar azuzar al mundo. Nosotros tres somos tigres, pero, ¿qué derecho tenemos a tomar decisiones por todo el mundo solo porque nos sentimos compelidos a ello? Que el mundo decida si quiere vivir o morir”.