Crítica Soara y las Casas de los Monstruos: ¿existe la buena cozy fantasy?

Hace unos meses, visité Irlanda y en un mercadillo de Navidad, vi que vendían casas para hadas. Irlanda es un lugar maravilloso y lleno de costumbres y supersticiones. Esta, en particular, consistía en que la gente las compraba, las llevaba al bosque y dejaban un deseo escrito en un papel en su interior. Si al volver al bosque un tiempo después el papel no estaba, significaba que las hadas, agradecidas por su nuevo hogar, lo harían realidad.

Me pareció una idea fantástica y algo de esa fantasía tiene Soara y las Casas de los Monstruos, un manga rebosante de carisma, calidez y humor que sabe cómo tocarte el corazón mientras te arranca una sonrisa.

Construyendo casas

La historia, como habrás imaginado, gira en torno a Soara, una joven que desde pequeña ha soñado con ser cazademonios. Imagina su frustración cuando, justo antes de cumplir su ansiada meta, una inesperada paz entre monstruos y humanos la deja sin trabajo antes siquiera de poder empezarlo. ¿Qué clase de héroe se queda desempleado antes de estrenarse? Soara, claramente. Este punto de partida irónico y refrescante ya consigue captar nuestra atención de inmediato y recuerda a esa historia tras el final de la historia que es Frieren.

Pero la vida, como suele pasar en estas historias, da giros sorprendentes, y la frustración de Soara no dura demasiado. Pronto conoce a un peculiar grupo de enanos dedicados a una tarea singular: construir hogares para monstruos. Casas pensadas especialmente para esos seres que, hasta hace poco, ella misma soñaba con combatir. La contradicción y el conflicto interno de Soara le dan a la trama un toque divertido y emotivo al mismo tiempo. Ella estaba destinada a acabar con sus vidas y ahora les tiene que dar un lugar donde vivir.


Un manga de reformas

Este manga, escrito e ilustrado maravillosamente por Hidenori Yamaji, destaca por la frescura de sus personajes, todos ellos rebosantes de personalidad, desde los excéntricos enanos hasta los monstruos como orcos o limos, que lejos de resultar amenazantes, se convierten en figuras entrañables, cercanas y profundamente humanas. Yamaji hace un excelente trabajo jugando con las expectativas del lector y crea una narrativa en la que nada es realmente lo que parece. Además, no duda en explicarnos hasta el más pequeño detalle de su mundo y sus hogares, siempre rebosantes de fantasía.

Al final, la construcción de las casas para monstruos funciona perfectamente como una metáfora sobre la aceptación, la convivencia y la importancia de encontrar nuestro lugar en el mundo, incluso cuando las cosas no salen exactamente como esperábamos.

La casa de mi vida

Life as a house es una película de 2001, donde Kevin Kline interpreta a un enfermo terminal que se propone construir su propia casa junto a su díscolo hijo adolescente, interpretado por Hayden Christensen, experto en ser un díscolo adolescente como demostró con Anakin Skywalker. Aunque es un poco telefilm (¿para qué negarlo?), siempre me pareció interesante la metáfora sobre cómo convertimos nuestro hogar en parte de nosotros mismos.

Este es uno de los mensajes de Soara y las Casas de los Monstruos, sobre todo en el segundo tomo. Después de resolver el idilio entre la sirena y el licántropo eléctrico (la vida es así...), los personajes se embarcan en un viaje a su particular Mordor para ayudar a Hagan, el Rey Demonio, una especie de Sauron del que pronto descubrimos que sobre su torre oscura de marras (hay que ver la afición de los Señores Oscuros a las torres...), ha cambiado gracias a la sencilla casa que construyó con la maestra de los enanos que acompañan a Soara.

Y ahí siembran otra idea interesante: nosotros mismos cambiamos al construir una casa y una casa más simple puede cambiarnos. Hagan pasó de ser un monstruo a convertirse en un demonio que ya no siente ninguna pasión por la guerra. Ha pasado de ser una criatura terrible a alguien que construyó algo que realmente quiere (su hogar) con sus propias manos. Una vez ha tenido que defender aquello que realmente ama, ha comprendido el valor de amar.

Lejos de ser una idea naíf, es interesante cómo se apunta a la idea de que si muchos de los tiranos que gobiernan este mundo construyesen realmente una parte de él, tal vez el mundo no estaría tan condenado como lo está. Por eso, considero que Soara y las Casas de los Monstruos es una serie tan interesante: porque sin ser simple o ñoña, consigue plantear cuestiones interesantes desde el fantástico.


Nuevos comienzos

En el tercer volumen, los enanos y Soara parten en busca de la maestra humana de Kirk, el líder de los arquitectos. Para ello, deben cruzar las tierras oscuras y encontrarse con nuevos personajes a los que echar una mano, como a los Caith Sith que regentan un restaurante para monstruos o los Korpokkur, una especie de gnomos que echan de menos al gólem que criaron. 

Como siempre, es interesantísimo ver cómo los japoneses exploran seres de otras culturas (los Caith Sith irlandeses se popularizaron gracias al personaje de Final Fantasy VII) y también de la propia ( los Korpokkur son una raza de seres fantásticos de los ainu, un pueblo que habita en parte de Japón).

Y además, todo ello se explora desde la idea sobre si podemos seguir cambiando. Es a lo que se enfrenta Soara, que ha pasado de ser una cazadora a seguir a estos arquitectos (a los cuales acaba preparando un desayuno... Ha pasado de ser una dadora de muerte a una dadora de vida).

Pero en su último tercio, la aventura se vuelve más oscura para recordarnos que el mundo no es siempre tan cómodo y agradable como esperamos...



Conclusiones

En su día, detesté El café de las leyendas porque sentí que no aportaba nada, pero Soara y las Casas de los Monstruos tiene algo de una cozy fantasy que desconocía: la buena. Es un manga amable, pero también inteligente, capaz de abordar temas profundos con la ligereza justa para que no se haga pesado y con la habilidad de darle la vuelta a todo (los enanos, en los últimos compases del primer tomo, reciben un encargo del Señor Oscuro de marras, que alguien necesitará que le construya su torre de las narices). Y sí, hay cierta ingenuidad y se echa de menos la mala leche de Spiderlight, pero eso no quita que sea una buena historia que, como una de esas casas de hadas que encontré en Irlanda, es sencilla, mágica y capaz de cumplir el deseo de hacerte pasar un buen rato.

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