- Publicada originalmente el 23 de septiembre de 2013.
Hace poco, hablé con un vendedor de una tienda de cómics sobre la importancia de releer y ver de nuevo ciertas obras. Dentro del afán capitalista de publicar más y más novedades, hemos caído prisioneros del FOMO, de esa idea de que tenemos que estar siempre al día de todo. Por suerte, como en la niñez y adolescencia no tuve mucho dinero ni bibliotecas cerca, siempre pude ir a mi aire. Hoy, sin embargo, me encuentro con pilas de pendientes interminables y sé que jamás me pondré al día, que moriré dejando muchas obras sin leer. Y también es trágico pensar que dejaremos muchas obras sin darles una nueva oportunidad. Con los años, nosotros mismos cambiamos y no somos la misma persona que leyó o vio determinado título. Por eso, ahora, tras más de una década, regresar a un título como este me ha causado una gran impresión: la fascinación mágica de un cuento que nos narran cuando somos niños, esa es la sensación que desprende esta oda a la naturaleza que es La Princesa Mononoke de Hayao Miyazaki, uno de los títulos más emblemáticos y reconocidos de la trayectoria del genio de la animación nipona.
La destrucción de los bosques
Usando la mitología japonesa y un estilo de la animación detallista, a la par que fantástico, Miyazaki nos cuenta la odisea de un príncipe Ashitaka, que busca librarse de una maldición y que aprende que solo hermanando a los humanos con la naturaleza y sus dioses puede haber paz. Por el camino, conoce a unos samurai que buscan la cabeza de un dios para dársela al emperador y una comunidad de antiguas prostitutas y leprosos (la Ciudad de Hierro), que trabajan dando forma al mineral que extraen de la aniquilación de la naturaleza, liderada por Lady Eboshi. Pero es en lo más profundo del bosque donde Ashitaka conocerá a la que llaman la Princesa Mononoke, una joven criada por tres lobos y que está dispuesta a defender todo su mundo de la huella del destructivo ser humano.
La idea del ecologismo no era nueva en las películas de Studio Ghibli, pero sí lo es aquí en la forma épica en la que se narra el conflicto entre humanos y naturaleza. Aquí, dioses con aspecto de ciervo y cara de humanos, jabalíes gigantes, espectrales monos... se aparecen como entidades a las que los mortales se enfrentan en aras de conseguir un mayor beneficio económico con la extracción de hierro, como es el caso de Lady Eboshi, o por mero egoísmo, como ocurre con el emperador.
Siempre me ha fascinado cómo hay ideas que se vuelven universales. Por ejemplo, J. R. R. Tolkien veía la industrialización y la destrucción de los bosques como la fuente de todo mal. Esto aparece también en el cine de un japonés como Hayao Miyazaki.
La maravilla de la animación
Para captar la maravilla de la naturaleza y de esos bosques ancestrales, parece ser que los animadores de Ghibli se basaron en la isla de Yakushima, situada al sur de Japón y convertida hoy en la «isla de Mononoke» para muchos aficionados. Aparte de árboles gigantescos de más de seis mil años, Yakushima parece estar habitada todavía por los espíritus de este film.
No es raro que la búsqueda de la recreación de la magnificencia de estos bosques hiciera que Miyazaki sufriera una lesión en su mano mientras dibujaba parte de la película o que pensase en retirarse tras ella (fue un gran éxito en Japón). En cada fotograma se desprende la pasión con la que se realizó este proyecto.
Nos encontramos ante cine de animación de calidad, que contiene la gracia de la fantasía del cine animado que parece haberse olvidado hoy, en gran parte del mundo de la animación occidental. Esto se debe a que capta bien el espíritu de los auténticos cuentos (no aquellos que son edulcorados): Miyazaki no se amedrenta e incluye dibujos perturbadores como el espíritu que posee al jabalí gigante al principio de la película o desmembramientos de adversarios por parte del protagonista, un adolescente.
Es más, uno de los aspectos más logrados de la cinta, aparte de las escenas de acción como las batallas o la grandeza de apariciones como las del dios Shishigami, es la complejidad de sus personajes: Ashitaka es un bueno que permanece siéndolo incluso cuando hubiera sido más fácil sucumbir a la maldición; Mononoke es capaz de aprender, sin sacrificar cuál ha sido su familia durante todos esos años (los lobos que la criaron como su demostración de que podían ser mejores que los humanos que la abandonaron); Lady Eboshi es una villana con la que podemos llegar a empatizar, porque lo que ha hecho lo ha hecho para librar a las mujeres de la prostitución y lo que busca es que sean capaces de defenderse por sí mismas, aunque eso la conduzca a la cacería de un dios, etc. Desde mi punto de vista, es una de las películas de Ghibli con mejores personajes.
El mensaje de los dioses
Como leen, La princesa Mononoke es un enorme arrebato de magia e imaginación que desarrolla durante dos horas (es una de las películas de animación más largas de la historia). El mayor problema puede ser ese: lo larga que se hace en algún segmento, pero su heroica historia y su uso de la animación la convierten en una gran película que podríamos ver durante todo el día. Por suerte, hoy puede disfrutarse la película como fue pensada, ya que en Estados Unidos estuvo a punto de sufrir cambios (y alguno tuvo), pero alguien de los estudios Ghibli envió a los Weinstein una katana con un mensaje claro: “sin cortes”.
En definitiva, en esta época de cine de encefalograma plano, revisitar La Princesa Mononoke nos devuelve la fe en un cine de animación para todo el público siempre y cuando este no sea idiota y prefiera lo tontería animada de turno.